López Obrador, Carlos Loret, Carmen Aristegui, El Fisgón, Pedro Miguel, entre muchos otros, debaten en idiomas distintos. Mientras que unos lo hacen desde los extremos, otros pretenden situarse en el justo medio, pero ni siquiera es relevante el lugar desde dónde se habla; el problema es que se ha abandonado el único común denominador de los opuestos: la razón. A quien intenta dialogar con argumentos, se le responde con adjetivos y descalificaciones, convirtiendo el debate en monólogos superpuestos.

Se ha sacrificado la racionalidad por el espectáculo y la búsqueda de la verdad aparece como superficial, porque todo en la arena pública pasa por Photoshop. Pero percepción y verdad no son lo mismo. Mientras que la percepción alimenta el relativismo y la complacencia, la verdad requiere reflexión y renuncia, y en el mundo desechable de hoy —diría Zygmunt Bauman— es mucho pedir porque la inmediatez devora el discernimiento.

Se deben establecer reglas en el debate público, es urgente. No, no todo es válido; la libertad también tiene límites, incluyendo la de expresión. Todos somos desiguales y, en la desigualdad, la libertad absoluta oprime; es la ley la que nos libera, la que homologa el terreno. Por ejemplo, el Presidente puede ejercer su derecho de réplica, pero para ello debe acatar la ley, y no lo hace, porque su supuesta “respuesta” a la información publicada sobre la “casa gris” no es réplica, es revancha. Una réplica respondería los datos difundidos, pero él no responde nada, viola la ley exponiendo los datos personales de un particular.

La legalidad, pues, se desprecia en Palacio Nacional bajo un estandarte litúrgico que intenta personificar la rectitud, integridad y honestidad en un ser humano cuasi divino, cuya alma se ha desprendido y ahora pertenece al pueblo que lo eligió. El nivel de degradación y desprecio por la ley es directamente proporcional a la desesperación del Presidente. Su poca tolerancia a la frustración es evidente.

El caso de José Ramón López Beltrán se está construyendo en varias dimensiones, pero la racional es la que trágicamente parece menos relevante en la opinión pública. Mientras en un extremo López Obrador recubre este asunto de caos y falacias, el otro extremo margina la discusión con un hashtag estúpido que no podría ser más sesgado y limitado: #TodosSomosLoret.

El menosprecio por la razón y la manipulación de las emociones y los símbolos ha sido siempre el fuerte del Presidente, y ahora su oposición empieza equivocadamente la socialización del asunto de la “casa gris”, alimentando la endogamia y alejando a los simpatizantes de AMLO de este tema que podría tener muchos elementos sólidos que destruyan la estrategia del mandatario y cambien el rumbo.

Si la oposición y los medios siguen poniendo etiquetas a las discusiones, y continúan jugando con las reglas de López Obrador, utilizando su lenguaje, usando sus estrategias, entonces perderán la batalla. No hace falta convencer a los convencidos. Debe abandonarse la megalomanía y el sensacionalismo, que es el terreno donde AMLO quiere llevar a todos, porque es ahí donde tiene su capital político. Los medios, por su parte, deben procurar el balance de opiniones, pero no permitir la anarquía del debate en aras de parecer incluyentes, tienen que exigir un marco mínimo de argumentos, un orden. Es por ello que la discusión debe dejar de ser una cuestión de personas y centrarse en la ley y la razón. Y, ¿sabe qué? El asunto no es menor, porque son nuestras libertades las que están en juego.

Presidenta de Observatel y comentarista de Radio Educación
Twitter: @soyirenelevy

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