Un fantasma, dice la Real Academia Española , es la imagen de un objeto que queda impresa en la fantasía , es la visión quimérica como la que se da en los sueños o en las figuraciones de la imaginación, y también aquello que es inexistente o falso.

Se habían ganado batallas, otras no y en algunos casos se retrocedió. La transparencia dio pasos al frente en los últimos lustros, sin duda, pero la corrupción no disminuyó y el sexenio de Peña fue la cosa más asquerosa que pudimos presenciar en esta materia. La corrupción no sólo fue mucha sino también fue burda y cínica. Nunca hemos tenido un gobierno de primera y tampoco somos un pueblo de primera. Acostumbrados a los discursos elocuentes y trillados de los políticos con cantados tonitos, a las promesas incumplidas de los gobernantes y a instituciones que dan resultados pobres o de plano fracasan, habíamos sobrellevado un modelo de gobierno malo, aunque uniforme en cuanto a sus formas de comunicar y documentar el diagnóstico y la prospectiva.

Pero desde la llegada del gobierno del presidente López Obrador , atónitos escuchamos todas las mañanas -y ahora también en las tardes y los sábados- cifras, decisiones, ideas, ocurrencias, anécdotas, sermones, proyecciones y mucha información que no tiene sustento, es tanta su separación con la realidad y la congruencia, que incluso cuesta trabajo contradecirla porque no se basa en la razón sino en la fantasía, el objetivo es la seducción de las mentes, la repetición que hace zurcos en la memoria como conductismo skinneriano.

“Ya se acabó la corrupción”, “crearemos 2 millones de empleos en nueve meses”, “México ha sido un ejemplo mundial en el manejo de la crisis del coronavirus ”, “al margen de la ley nada, por encima de la ley nadie”, “Javier Alatorre es mi amigo y se equivocó, no lo sancionen”, “quiero funcionarios con 90% de honestidad y 10% de capacidad”, “yo tengo otros datos”, “regresaré los tiempos oficiales para que los radiodifusores los comercialicen”, “solo 20% del territorio nacional tiene cobertura de internet”, “hemos bajado el precio de la gasolina”, “habrá medicinas gratuitas para todos”, “se está impulsando la generación de energías renovables”, y un largo etcétera.

Diecisiete meses del nuevo gobierno han pasado y ya la sorpresa se ha diluido en la costumbre, no hay datos ni argumentos, todo es dogma, fe y frases pegajosas repetidas hasta el cansancio.

México se ha rodeado de fantasmas, el mismo fantasma que acabó con la corrupción es el que creará 2 millones de empleos en nueve meses y el que impulsa las energías renovables, ese es también el que conectará todo el territorio nacional con internet. Nada respalda los planes ni las afirmaciones, no hay documentos serios más allá de decenas de hojas en power point invadidas de barras bicolores doradas con rojo “ Morena ”, que han sustituido al verde y rojo de la bandera nacional, que otrora se apropiara el PRI . Paralelamente, las herramientas jurídicas y tecnológicas que podrían permitir corroborar y confirmar, o bien contrapuntear y corregir el rumbo, han sido poco a poco desoídas, menoscabadas o exterminadas junto con las instituciones y sus funcionarios. Otros servidores públicos, algunos de los de mayor rango, han optado por levitar como espectros etéros que flotan en la estructura, hipotecando

su nombre, su prestigio y dignidad, mientras que el oprobio ha tocado la puerta del resto, que ha tenido que ceder parte de sus ingresos a “la causa”.

Y ahí cuando pensábamos que no era válido cacarear números sin sustento, poner en práctica políticas sin presupuesto, publicar bizarros decretos donde el verbo rector es “propongo”; cuando creíamos que las instituciones y los funcionarios tenían su ámbito de atribuciones y en él actuaban, fue entonces cuando el paradigma de la razón cambió por el de la fe.

Habremos de vivir entre fantasmas indefinidamente porque no hay luz en la oposición ni en el empresariado que se aferran a utilizar el mismo remedio para otra enfermedad y porque tampoco han curado la propia. Porque no han entendido que las premisas y el lenguaje han cambiado y se han subido al tren de la polarización en vez de detenerlo. Porque aún cuando el presidente López Obrador pierda aprobación y votos, esos están destinados a caer en el vacío a falta de opciones reales, serias y robustas. Pero la puesta parece ser esa, la instauración del régimen de la fe sustituyendo y denostando al de la razón, a los números y a las fórmulas porque son perversas, neoliberales. Así que tal parece que México no sólo se divide, como dice el presidente, en consevadores y liberales, sino también entre los que creen en fantasmas y los que no. El pueblo es feliz, todos a portarnos bien.

*Presidenta de Observatel, profesora de la Universidad Iberoamericana. Este artículo refleja su posición personal @soyirenelevy

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