Para Alejandro, por la común preocupación
por este país que compartimos

Por Fausta Gantús 

Quiero empezar con una pregunta que desde el ámbito de lo personal me ronda de forma insistente respecto de cuál es y en qué consiste, o cuál debería de ser y en qué debería de consistir, mi compromiso y mi obligación desde mi profesión con la sociedad en que vivo. Me inquieta precisar los límites de mi responsabilidad, esto es, ¿basta con tomar conciencia en lo individual de la situación imperante y seguir desempeñando las labores cotidianas con regularidad, con firme compromiso, con seriedad y responsabilidad pero obviando lo que sucede? ¿Es ello lo que se debe hacer? ¿Es eso suficiente? ¿Cuál es mi responsabilidad ética con el presente?

Expresado de otra forma, ¿en tiempos anormales o de normalidades engañosas –sean nuevas o viejas– ¿se puede mirar alrededor y ver, en términos metafóricos, las ciudades y las sociedades arder y arrasarse por las acciones, decisiones y omisiones de la clase política y no detenernos y alzar la voz?, ¿simplemente cerrar los ojos y seguir nuestro camino, como si nada estuviera pasando, como si no tuviéramos que decir o hacer algo con urgencia?

¿Desde dónde y cómo puede actuar alguien que se dedica fundamentalmente a la enseñanza y a la escritura, a la palabra? Desde dos frentes principalmente. El primero, desde el aula, fomentando el pensamiento crítico y la actitud ética en les alumnes, lo que constituye para mí la labor principal de les docentes. El segundo, desde los diversos espacios y foros –prensa, radio, televisión y, por supuesto, redes sociales, así como en entrevistas, charlas, conferencias– en que pueda expresarse ya denunciando, ya exponiendo aquello que sucede a su alrededor y que le resulta inadmisible por oprobioso, ominoso, ofensivo, reprensible..., para llamar la atención de sus coetánees sobre los problemas de su época.

Digo esto no para justificarme, porque la defensa de aquello en lo que se cree por principio, con convicción, éticamente, no necesita justificación sino fundamentación. Lo apunto pues para que se comprenda desde dónde y porqué hablo, porqué alzo la voz, empuño la pluma (o doy con fuerza sobre el teclado) para manifestar mi desacuerdo con las políticas del gobierno federal que han hecho de la “austeridad republicana” un arma para avasallar las formas básicas de expresión del pensamientos y la creatividad, las manifestaciones del espíritu por decirlo a la vieja usanza, me refiero al ataque constante y desmedido contra las culturas y la educación, las artes y las ciencias. En efecto, la reducción constante de presupuesto para las instituciones que en nuestro país están dedicadas a apoyar, desarrollar y fomentar esas actividades ha sido el sello característico de la presidencia de Andrés Manuel López Obrador y su llamada 4T. ¿Por qué?

Intentar dar una respuesta sobre los motivos que impulsan la estrategia gubernamental de socavar cuando no suprimir las manifestaciones del intelecto y la creatividad es tarea compleja y en buena medida subjetiva, podemos intuir algunas razones, pero será desde el terreno de la especulación, así que dejemos de lado esta cuestión por indemostrable. En cambio lo que sí podemos sostener, lo que es irrefutable es la estrategia misma implementada por la autoridad que se desliza por dos flancos: la reducción de presupuestos y confiscación de recursos, por un lado, y el discurso descalificador y deslegitimador, por el otro.

En lo que toca al primer punto, el dinero, la medida de austeridad que reduce el presupuesto de las instituciones dependientes del gobierno federal en un 75% (decreto anunciado el 22 de abril de 2020 en la conferencia matutina del Presidente y publicado el 23 en el Diario Oficial) significa paralizar la vida institucional. Esta reducción, que implica quedarse sólo con un 25% del presupuesto original, es un golpe mortal para muchas instituciones, entre ellas las dedicadas a las ciencias y las culturas. A ello se suma la supresión de fideicomisos (que en algunos casos tras largas negociaciones lograron salvarse como ocurrió con lo de los Centros Conacyt pero que en otras, como los correspondientes al FONCA aún no hay respuesta) y la reserva de partidas ordenadas por la SHCP. Esta política de austeridad afecta también a las universidades públicas, en las que se han formado y se forman les profesionistas de este país. El gobierno federal tiene entre sus propósitos crear cien nuevos espacios de educación superior –las denominadas Universidades para el bienestar Benito Juárez (decreto publicado en el Diario Oficial el 30 de julio de 2019)–, el proyecto sería digno de aplauso si en contraparte no se estuvieran destruyendo las universidades públicas que existen en el país y si las que se proyectan se estuviera desarrollando con seriedad y rigor (baste decir, para ilustrar el punto, que las que se han creado hasta la fecha carecen de validez oficial y de instalaciones donde funcionar).

Por lo que corresponde a la segunda parte de la estrategia, tanto el Presidente como diversos miembros de su partido (senadores y diputades especialmente) y les corifeos de la 4T, se han dado a la tarea de difundir un discurso que descalifica y deslegitima constantemente a científicos, tecnólogos, artistas y profesionistas en general (desde les médiques hasta les periodistas, pasando por ingenieres, arquitectes, etc.). El resultado de esta política discursiva es la anulación de la credibilidad de quienes a esas actividades se dedican, nos dedicamos; es el daño irreversible a su reputación y la destrucción de su imagen ante la sociedad a la que pertenecen. El desprecio sin fundamento y sin medida del Presidente y los morenistas al conocimiento y las artes es preocupante.

López Obrador y los cuerpos directivos de instituciones como el Fonca y el Conacyt fundan su posición de aniquilación del conocimiento, las ciencias, las culturas y las artes en una falacia que consiste en fomentar falsas oposiciones, particularmente en dos. La primera, colocar de un lado a les científiques, les profesionales y les artistas y del otro al pueblo, como si los primeros no formaran, formáramos, parte del segundo. Y cuando se admite, a regañadientes, que los primeros constituyen también parte del pueblo, se recurre entonces a la dicotomía perversa “pueblo bueno” en oposición a algo que no se define pero que podemos suponer es el ¿pueblo malo?, en el cual quedarían comprendidos artistas y científicos, tecnólogos y profesionistas.

La segunda falsa oposición de la que nos ocuparemos se aplica tanto para las ciencias como para las artes y es la supuesta confrontación/contradicción entre lo tradicional y lo “neoliberal”. Pero, cabría preguntarse, lo opuesto de lo tradicional ¿no es acaso lo moderno? Y cuando en lugar de tradicional se recurre a la expresión “originario”, ¿lo opuesto no tendría que ser lo exótico, lo extranjero? En todo caso, la falsa oposición lo que persigue es reivindicar lo “tradicional” y lo “originario” no para colocarlo a la par de los otros conocimientos y artes (algo que, por cierto, se hace desde tiempo atrás) sino para sustituirlos, como si unos y otros fueran reemplazables o intercambiables.

Todos reconocemos el valor de los conocimientos tradicionales, los respetamos, los apoyamos, pero esos sin los otros, lo que producen las ciencias, los que se transmiten en las aulas, dejarían a nuestras sociedades sin futuro. Las culturas tradicionales nos enorgullecen y queremos que sigan vivas, pero su existencia y preservación no tiene que implicar la devastación de las otras culturas de nuestra época. Sin culturas, sin artes, sin ciencias y sin educación estamos condenados a vivir en el vacío pero, sobre todo, estamos condenados a perpetuar la pobreza en todos los ámbitos y sentidos (económica y de espíritu).

Hay un lema que se utilizó en la campaña electoral de Andrés Manuel López Obrador –que nos motivó a muches a darle nuestro voto– y que sigue vigente como tema de gobierno: “Por el bien de México: primero los pobres”. Con el principio de este propósito coincidimos todes quienes vivimos sobre la base de convicciones éticas y de justicia social. Poner en el centro de las preocupaciones políticas a las millones de personas que viven en situaciones de precariedad es obligado, pero hacerlo no supone destruir el presente y cancelar el futuro del país, porque minar las bases del conocimiento y las culturas, hacer estallar las ciencias y las artes, socavar la autoridad moral de les profesionistas y les artistas son acciones que nos empobrecen como sociedad.

Es momento de unirnos para defender las artes, las culturas, las ciencias y la educación porque sólo fomentándolas, apoyándolas e impulsándolas podremos abatir la pobreza –material y cultural/científica– en nuestro país.

@fgantus

Google News

TEMAS RELACIONADOS