Por: Mateo Crossa

Vivimos en tiempos en los que la narrativa sobre la sustitución del trabajo por parte de las nuevas tecnológicas vuelve a tomar cauce y fuerza, pero ahora en el contexto del despliegue de la inteligencia artificial. En este contexto resuenan las voces que apuntan a decir que el trabajo vivo será sustituido por los sistemas de informáticas y combinación de algoritmos que suplantarán la inteligencia humana. Esta percepción se ha agudizado con la construcción de un relato extendido en torno a los chatbots de inteligencia artificial (como ChatGPT) articulado con los recientes despidos masivos de trabajadores en Microsoft, Meta, Amazon, Salesforce, Google, entre otras grandes corporaciones estadounidenses de tecnología.

Estas narrativas sobre la desaparición del trabajo no son una novedad. Desde los años 80 del siglo XX diversas opiniones que emergían desde EUA y Europa (particularmente la de los sociólogos como Rifkin o Habermas) auguraban el fin del trabajo ante las profundas transformaciones por las que atravesaba la economía mundial, particularmente vinculadas al auge de la informática y la desindustrialización de los países desarrollados.

Frente a este escenario, surgió un pensamiento insistente en afirmar que el trabajo realizado por la fuerza física y psíquica humana (trabajo vivo) sería sustituido por la fuerza de las máquinas (trabajo muerto). Este pensamiento que no concibe el trabajo como motor de la producción y reproducción de la existencia humana, sino como un simple proceso sustituible por las tecnologías y las máquinas, vuelve a relucir para advertir insistentemente que las transformaciones tecnológicas actuales condenan a la clase trabajadora a su desaparición.

Sin embargo, los años inmersos en el paradigma electro-informático nos han demostrado que el desarrollo de las nuevas tecnologías, incluyendo la inteligencia artificial y la robótica, lejos están de remplazar el trabajo humano. La clase trabajadora, aquella que el sociólogo brasileño Ricardo Antunes denominó como la-clase-que-vive-del-trabajo, no sólo está lejos de desaparecer sino se ha ampliado con la misma intensidad con la cual el capital se ha extendido por el mundo. A pesar de los discursos obstinados en eclipsar al proletariado, este sólo ha crecido exponencialmente en los últimos 40 años a lo largo y ancho del planeta, haciendo que miles y millones más de personas sean las que hoy viven del trabajo y requieren de él para sobrevivir.

El efecto de la implementación ampliada del desarrollo de las nuevas tecnologías no implica la desaparición del trabajo vivo —tal y como lo ha demostrado el curso de las últimas décadas— sino la mayor profundización de lo que Carlos Marx concibió como la “enajenación en el trabajo”, es decir, un despojo cada vez más profundo de la actividad subjetiva y creativa del ser humano y de la potencia humanizadora de la praxis como transformación del mundo.

Mirando las profundas metamorfosis que estaba causando el nacimiento de la Gran Maquinaria y revolución industrial a mediados del siglo XIX, Marx explicaba en los Manuscritos Económicos y Filosóficos de 1844, que la enajenación del trabajo es: “ante todo que el trabajo es algo exterior al trabajador, es decir, algo que no forma parte de su identidad; en que el trabajador, por tanto, no se afirma en su trabajo, sino que se niega en él, no se siente feliz, sino desgraciado, no desarrolla al trabajar sus libres energías físicas y espirituales, sino que, por el contrario, desgasta su cuerpo y arruina su espíritu”.

Lejos de asumir que la revolución industrial haría desaparecer el trabajo vivo como sostenimiento de la existencia humana, Marx no dejó lugar a la duda al sostener que lo que realmente se estaba produciendo no era el fin del trabajo, sino una profunda transformación de la condición humana caracterizada por el asalto a la actividad creativa, y su conversión en una mercancía-fuerza-de-trabajo coaccionada mental y físicamente. Este es el verdadero resultado que produce la revolución de las tecnologías. No es la desaparición del trabajo, sino un atentado a la esencia de la praxis como actividad humana creativa.

El desarrollo e implementación de la inteligencia artificial y el dominio pleno de los algoritmos sobre la vida cotidiana implicarán, como ya está sucediendo, la profundización de las agresiones a la condición creativa del trabajo humano y la mayor precarización de las condiciones laborales. Los nuevos desarrollos tecnológico estarán lejos de condenar la existencia de la clase trabajadora y mucho más lejos de generar un bienestar social. Mas bien se implementarán con el fin de ahondar la embestida contra el mundo del trabajo, lo cual implicará mayor precarización, mayor atomización social, mayor individualización, mayor violencia hacia los derechos laborales, mayor inseguridad del trabajo, mayor flexibilidad laboral. Más contratos temporales, más contratos de hora cero y más informalidad; es decir, mayor enajenación del trabajo.

Mateo Crossa

Profesor investigador del Instituto Mora. Doctor en Estudios Latinoamericanos y en Estudios del Desarrollo. Sus líneas de investigación giran en torno a la economía política, desarrollo y dependencia en América Latina, poniendo especial énfasis en la reestructuración productiva internacional y el mundo del trabajo.

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