Con tres años de adelanto se dice que ha iniciado ya en nuestro país la carrera por la presidencia de 2024 y diversos nombres suenan en los espacios públicos y circulan en las redes y los medios de comunicación. Como ahora, la historia patria está cruzada por muchos momentos en los que la competencia electoral por la primera magistratura fue el tema dominante de la política. A pesar de que existe una idea generalizada entre la población sobre el imperio del candidato único durante el periodo conocido como porfiriato, lo cierto es que las coyunturas de renovación del poder ejecutivo supusieron, la mayoría de las veces, intensas campañas, enfrentamientos, disputas, negociaciones y acuerdos…

Por Fausta Gantús
Instituto Mora

 

Buena parte de la prensa de la época, y con ella un importante segmento de la historiografía tradicional, hizo parecer la transición gubernamental de 1884 como un proceso terso, previamente definido. Se sostuvo que la reelección de Díaz había sido el resultado de un acuerdo, de un pacto celebrado entre los generales Porfirio Díaz y Manuel González para alternarse como presidentes de México y que, por tanto, los comicios tuvieron verificativo en un marco de perfecta tranquilidad. Pero lo cierto es que esta elección resultó un proceso muy difícil en el que las negociaciones para definir la candidatura significaron desgastantes tensiones y enfrentamientos más o menos velados, que llevaron a profundas fracturas de la clase política. Para imponer la candidatura de Díaz y para alcanzar su triunfo se requirió de la aplicación de estrategias de corto y mediano plazo, así como de la instrumentación de tácticas preventivas y de ataque; hubieron de valerse, incluso, del recurso del “madruguete”, como señalara algún contemporáneo.

En esa coyuntura, la prensa fue una de las más importantes arenas de la pelea, uno de los más significativos campos de la confrontación y un instrumento fundamental en el despliegue de estrategias de ataque y de defensa de los diferentes grupos que se movían en la esfera pública para posicionarse y ganar las elecciones. Pero también se aplicaron otras medidas para aplacar cualquier pretensión que aún abrigaran algunos actores políticos y para evitar el surgimiento de otras posibles candidaturas. Entre estos recursos se contó, por ejemplo, el encarcelamiento de Vicente Riva Palacio, ocurrido el 21 de diciembre de 1883, bajo el cargo de insubordinación militar. Se le acusó por participar en las protestas en contra de la moneda de níquel, ya que se había posicionado en la Cámara de diputados como contrario a la medida y, de alguna manera, había incitado al pueblo a la rebelión. Riva Palacio fue liberado hasta septiembre de 1884, después de celebrados los comicios, cuando ya no representaba ningún tipo de riesgo para los planes de reelección de los generales. Sin embargo, pese a estar en la cárcel, a finales de mayo el periódico El Clamor Público lo postuló como candidato a la presidencia. Al parecer otros periódicos la secundaron, como se constata en una nota publicada a finales de junio en El Diputado, editado en Laredo, Texas.

A Ramón Corona, quien había sido amigo y personero de Díaz, por si guardaba alguna secreta aspiración de regresar a México dejando el cargo que por más de diez años había ocupado como Ministro de México en España y ser elegido como candidato para la presidencia, convenientemente se le nombró Ministro plenipotenciario de México en Portugal a finales de enero de 1884. Ese nombramiento quizá fue una medida para poner definitivamente freno a cualquier intento de promocionarlo como candidato, ante la postulación que hicieran los redactores de El Telegrama, periódico de Guadalajara, al finalizar 1883. No hay indicios que nos hagan suponer que él alentó tal acción, aunque tampoco hay evidencias de lo contrario. Lo cierto es que también existe la posibilidad de que sólo se tratara de una jugada de sus adversarios políticos para intentar desequilibrar al grupo de los porfiristas. Algún periódico llegó a señalar la existencia de supuestos estrechos vínculos entre Sebastián Lerdo de Tejada —derrocado por Díaz en 1876 y desde entonces exiliado en Nueva York— y Corona, quien sería su candidato. Lo que sí sabemos es que Corona, que por entonces se encontraba en Europa, se apresuró a declinar tal honor y, en cambio, postuló a Díaz.

Pero, si no eran Riva Palacio o Corona, ¿quiénes podían competir contra el ex presidente? Otros hombres que pudieron haber guardado alguna pretensión, y que contaban con diversos grados de importancia dentro de la política nacional, fueron Rómulo Cuellar y Carlos Pacheco. Cuellar era un militar distinguido en las luchas contra los invasores, que apoyó el movimiento tuxtepecano ganando importantes batallas, y era por entonces senador, pero para cortar cualquier aspiración fue postulado como gobernador de Tamaulipas. En el caso de Pacheco, fue compensado con la candidatura para el gobierno de Morelos, la cual se anunció en El Tiempo, el 19 de enero de 1884.

Quizá el más importante opositor fuera Trinidad García de la Cadena, militar liberal de vieja cepa, quien se desempeñó como secretario de gobierno del propio Díaz entre 1877 y 1879, además de contar con experiencia política como gobernador de Zacatecas. García de la Cadena había mostrado interés en la presidencia en 1880, cuando lanzó su candidatura a pesar de contravenir así los planes de Díaz, acto que le valió el distanciamiento con su antiguo aliado. Tal vez aún persistiera en su deseo de llegar a la primera magistratura, pero para 1884 contaba con 73 años, lo que lo hacía un candidato con pocas probabilidades de acceder al poder. Sin embargo, no hay que dejar pasar por alto el “rumor” que circulara a principios de ese mismo año, aunque apenas anotado en algunas gacetillas, sin que llegara a cobrar relevancia particular, que denunciaba que un par de individuos intentaron, puñal en mano, “asesinarlo” en la puerta de su casa, según anotaba el periódico zacatecano La Crónica del Norte de México. ¿Era cierto el intento criminal? Y si lo era, ¿quién lo había promovido? ¿Quién y por qué pretendía eliminar al zacatecano? ¿Eran políticos locales los autores del atentado o estaban personajes más importantes detrás del mismo? Dos años más tarde el gobierno de Díaz acusó a García de la Cadena de encabezar un movimiento armado en contra de las autoridades y en defensa del antirreeleccionismo, lo que motivó que fuera arrestado, acusado de traición y asesinado en noviembre de 1886.

En esos meses de finales de 1883 y principios de 1884 no pareció haber una clara manifestación de García de la Cadena respecto a lanzarse como opositor de Díaz en la contienda. Aunque no encontramos periódico que lo haya postulado sí, en cambio, hay varias notas que refieren a su posible candidatura, como la que apareció en The Two Republics el 16 de octubre de 1883, en la que se apuntaba que en El Barbero, de Matamoros, se apoyaba al general Trinidad García de la Cadena como candidato a la presidencia. O la gacetilla en que El Tiempo daba cuenta de una reunión celebrada en Guadalajara, comentada por el periódico Juan Panadero, en la que su nombre fue mencionado como posible candidato. Entonces, ¿podríamos suponer que la campaña de descrédito en contra del Monte de Piedad que se encontraba bajo su dirección —al menos desde principios de 1883—, y que lo obligó a renunciar a mediados de 1884 envuelto en la crisis del quiebre de la misma, tenía algo que ver con la posibilidad de que lanzara su candidatura?

Ramón Fernández, gobernador del Distrito Federal, también fue mencionado como posible candidato a la presidencia por El Monitor Republicano y por La Voz de México. Estos periódicos afirmaban que Fernández podía quedar triunfador. Se rumoraba que este funcionario contaba con el apoyo de González, sin embargo, como en el caso de Corona, fue el propio candidateado quien rechazó su postulación. De ello dio cuenta La República, cuyos párrafos fueron retomados por La Voz de México. En esas líneas se dejaba en claro que Fernández estaba ligado a Díaz por “estrechas relaciones personales y políticas”; también que González no participaría de ninguna forma en la cuestión electoral, dejando en total “libertad a sus amigos y partidarios” para que apoyaran a quien creyeran más conveniente y, afirmando, por último, que no había más candidato ni más candidatura que la de Díaz. Y para que se disipara cualquier ambición que Fernández albergara se le otorgó un cargo que lo alejó no sólo de la presidencia sino del país.

Sin duda, quizá una de las más interesantes posturas fue la del periódico El Correo del Lunes dirigido por Adolfo Carrillo, y supuestamente propiedad de Trinidad Martínez —uno de los más poderosos hombres en el mundo de los impresos, especialmente en lo referente a la distribución—, que en junio postuló la candidatura del general Gerónimo Treviño. Él era uno de los hombres del norte de México que había participado en la rebelión de Tuxtepec, gozaba de popularidad en su región y, al parecer, era bien estimado por la prensa nacional. La propuesta, aunque tardía, aún encontró eco en otros impresos, como fue el caso de La Revista de Monterrey, la cual secundó la iniciativa. Es probable que la postulación de la candidatura de un aliado cercano formara parte de una velada estrategia de Manuel González para lograr que su partido permaneciera en el poder, ya que por mandato constitucional el propio general se encontraba imposibilitado para continuar en la presidencia debido a la reforma que prohibía la reelección inmediata, aunque también mostró intenciones reeleccionistas.

Respecto al tema de los candidatos y las candidaturas, sobre las postulaciones de algunos personajes relevantes, se escucharía la voz de El Monitor Republicano, desde donde Francisco W. González, uno de sus redactores, señalaría que en realidad no existía oposición. Aunque es cierto que las postulaciones opositoras no tuvieron mucho impacto ni repercusión, no por ello debemos restar atención a esos intentos promovidos por diversos grupos y difundidos a través de la prensa. Ellos dejan entrever, aunque sea de manera muy sesgada y poco clara, la lucha de fuerzas, los posicionamientos, las alianzas, las estrategias que imperaban en el espacio público y que definían la vida política de esos años. Y permiten constatar que competencia electoral había.

Fausta Gantús: 

Escritora e historiadora. Profesora e investigadora del Instituto Mora (CONACYT). Especialista en historia política, electoral, de la prensa y de las imágenes en Ciudad de México y en Campeche. Es autora de una importante obra publicada en México y el extranjero, entre las que destaca su libro Caricatura y poder político. Crítica, censura y represión en la Ciudad de México, 1867-1888. Ha coordinado varias obras sobre las elecciones en el México del siglo XIX (atarrayahistoria.com) y es co-autora de La toma de las calles. Movilización social frente a la campaña presidencial. Ciudad de México, 1892 de reciente publicación.


@fgantus

Google News

TEMAS RELACIONADOS