Hace unos días me di cuenta de algo curioso: tenía las pantorrillas tan tensas que me dolía hasta caminar. No había corrido, ni había hecho ejercicio excesivo, y sin embargo estaba esa rigidez.
Ahí recordé que alguna vez me dijeron que la culpa se acumula justo ahí, y me sorprendí. Porque sinceramente, no me sentía culpable de nada. Llevo años cuidando mis palabras y actos para no lastimar a nadie. Y sin embargo, mi cuerpo decía otra cosa. Así que me quedé pensando: ¿culpa de qué?
Hasta que me cayó el veinte. La culpa no siempre aparece por haber hecho daño, sino por creer que hicimos algo mal cuando las cosas no salen como esperábamos. Es esa voz que susurra: "si las cosas no te gustan, es por tu culpa". ¿Pero que te hace pensar que elegiste mal, que te equivocaste, o que podrías haberlo evitado?
Hace tiempo tomé una sesión de desprogramación evolutiva y lo que escuché me cambió la forma de pensar. Me dijeron que muchas experiencias de nuestra vida ya vienen prediseñadas en un mapa. Que lo que llamamos "libre albedrío" no es elegir lo que pasa, sino cómo transitamos lo que pasa. Podemos vivirlo con amargura y juicio, o con conciencia y compasión.
Cuando lo entendí, algo dentro de mí se relajó. Y pensé en todas las veces que me culpé por haber confiado en quien no debía, por haber dicho sí cuando debía decir no. Y comprendí que nada fue un error: era parte del diseño para crecer, para recordar quién soy, para soltar lo que ya no era mío.
Y pensé que tal vez esta tendencia venga de más atrás. Cuando era niña, mis papás me llevaban a la iglesia, y había una oración que tenía que recitar cada domingo y que ahora recuerdo con incomodidad: el Yo pecador. Decía: “Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante ustedes hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa”.
Ahí estaba la semilla: eras culpable hicieras lo que hicieras. Si actuabas, si no actuabas, si pensabas, si sentías... Esa idea se quedó grabada en mi cuerpo, en mis pantorrillas y en mi manera de caminar por la vida.
Por eso a veces, cuando estoy en un momento de total placer, en lugar de solo disfrutar, me descubro imaginando en cómo compartirlo con los que amo. Como si gozarlo sola fuera egoísta. Y no: si la vida te da algo hermoso, es para que lo recibas tú, sin culpas.
¿Y que tal la facilidad con la que juzgamos el dolor ajeno? Cuando alguien pasa por una crisis, a veces pensamos: "pues claro, se lo buscó". Ese juicio es otra forma de culpa, un espejo que señala al otro para no mirar nuestras heridas. Cada vez que juzgamos reforzamos que los errores merecen castigo. Y no, la vida no castiga. Enseña.
La verdadera libertad llega cuando dejas de resistirte al guión que tu alma eligió, cuando dejas de reclamarle al mapa por llevarte por caminos difíciles. El INGRIDiente secreto es que cuando dejas de culparte por lo que hiciste, por lo que no hiciste o incluso por lo que disfrutas, cuando dejas de juzgarte por lo que sale “mal” y dejas de repetir "por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa" como condena; no solo las pantorrillas se aflojan, sino el alma también respira…
Gracias por acompañarme una vez más.
IG: @Ingridcoronadomx / www.mujeron.tv

