Ingrid Coronado

Al otro lado de la angustia

Ingrid Coronado - Opinion
17/08/2025 |04:45
Ingrid Coronado
Autor de OpiniónVer perfil

La primera vez que creí que me iba a morir estaba conduciendo un programa de televisión en vivo. Sentí una pata de elefante apretándome el pecho, el estómago revuelto, el corazón como caballo desbocado. Habían pasado algunas situaciones fuertes en mi vida y pensé: “¿Y si esta vez sí me pasa algo?”. Pero no pasó. Pasaron cinco minutos… y luego volvió a pasar.





Tuve muchos de esos episodios. Ataques de pánico, les dicen. Pero en ese momento yo no entendía nada. Solo sabía que me sentía al borde del colapso.

Creía que era por todo lo que estaba viviendo: el miedo a perder el trabajo, la pareja, la estabilidad; el terror de que algo le pasara a mis hijos. Y claro que influía, pero no era solo eso. Era algo más profundo.

Club El Universal

Algunas personas calman la angustia con medicamentos. Otras huyen de ella con alcohol, drogas, compras, series, comida, ruido... Yo intenté apagarla con otros métodos: respiraciones, meditaciones, oraciones, distracciones, trabajo, terapias, incluso tocar diferentes texturas para “aterrizar”. A veces se calmaba un poco… pero después regresaba, con más fuerza. Como si la angustia estuviera tocando una puerta que yo me negaba a abrir.

Hace unos días, esa puerta se abrió.

Estaba otra vez acostada, retorciéndome en la cama con esa sensación que ya conozco tan bien: un dolor que aplasta el pecho y aprieta el estómago como si algo adentro se estuviera quebrando. Pero esta vez no quise huir. Me quedé ahí, respirando despacito, sin intentar que se fuera. Y de pronto sentí algo nuevo… o quizá algo que siempre había estado ahí y no me había atrevido a mirar:

La angustia se parece a la fuerza que te sostiene por dentro. Y no me refiero a esa fuerza motivacional de los libros ni a las frases que te animan desde fuera. Me refiero a algo que se siente en lo más profundo del cuerpo: arde igual, vibra igual, remueve igual.

Solo que una nos da miedo… y a la otra la hemos estado buscando toda la vida.

Me di cuenta de que en ese mismo centro donde se aprieta la ansiedad, también vive algo que no depende de nada externo. Ni del éxito, ni del reconocimiento, ni de si todo está bien afuera. Ahí dentro hay un motorcito que no se apaga. Es como una chispa, un centro de gravedad, un pequeño sol justo ahí donde más duele. Un fuego grave y profundo que sigue encendido aunque estés roto o rota.

Y entendí algo que me transformó para siempre: perder lo de afuera puede doler… pero también puede ser lo único que te permita encontrar lo que no se puede perder nunca.

Hoy no quiero convencerte de que la angustia es buena. No lo es. Es incómoda, agotadora, paralizante a veces. Pero sí quiero compartirte algo que, a mí, me cambió todo: ¿Y si no se trata de calmarla? ¿Y si se trata de cruzarla? ¿Qué pasaría si, en lugar de buscar salidas, te quedas un ratito contigo? ¿Si respiras dentro del caos y descubres que no se rompe nada… al contrario, que algo se enciende?

El INGRIDiente secreto no es romantizar el dolor. Es una invitación a quedarte un poco en esa sensación, a sostenerla, a respirar un poquito más dentro de la turbulencia. Porque si te quedas el tiempo suficiente, —no como castigo, sino como elección—, ese motorcito que no depende de nada, deja de ser un síntoma, es una puerta, y si la cruzas, al otro lado de la angustia descubres: Tu poder interior.

Gracias por acompañarme una vez más.

IG: @Ingridcoronadomx www.mujeron.tv

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más. >