Sorprende la ligereza con la que el gobierno federal considera los derechos humanos “nuevos instrumentos al servicio de la robadera y el pensamiento neoliberal”. Ni son “nuevos” en la Constitución ni son ajenos al resto del orden jurídico que se comprometieron también a cumplir y hacer cumplir quienes hoy perseveran en sembrar la confusión.

Desde el gobierno y sus órganos oficiales especializados en derechos humanos nadie dice ni pio. Estamos anclados en la picaresca del ¿Qué hora es? –La que usted diga, señor presidente.

Los derechos humanos nacieron organizadamente en Suecia alrededor de 1860. El feminismo se extendió hace siglos en Inglaterra. En México, son parte de las garantías individuales desde la Constitución de 1917 y desde 1948 son parte de la carta de las Naciones Unidas, de la que México es signatario.

El manejo atropellado del tema no parece una declaración más, salida del baúl de “los otros datos”. ¿Es calculada intención para seguir desdibujando la realidad social, económica e incluso jurídica de nuestro país? Dígalo cada quien, pero el señalamiento se lleva de refilón esta vez hasta la Constitución de la CDMX, que reunió y promulgó en 2017 un amplio conjunto de derechos humanos en la capital del país.

Sin voluntad correctiva, lo más seguro es que prevalezca el desfile de datos, de “realidades” que nacen, crecen y mueren cada mañana entre andanadas y proyecciones acusatorias dirigidas incluso a correligionarios y colaboradores oficiales, en vilo y súbitamente sin piso y sin materia al ser colgados mañaneramente del patíbulo.

La brecha entre lo dicho y lo hecho, entre la mentira y la verdad es de tal magnitud que hasta la corrupción –gema central de la agenda oficial, se vuelve también discurso vano. El gobierno anterior, indefendible desde antes de los escándalos de Odebrecht, ha procesado penalmente y enviado a la cárcel a más servidores públicos y del aparato político que el gobierno actual, atorado en las peripecias del caso Lozoya.

Los temas de fondo de la agenda mundial, tampoco reciben más cuidadosa atención. El acelerado deterioro climático está al alcance de quien quiera verlo. Sabemos que el ambiente –como las personas– puede enfermar si el diferencial de temperatura es de un grado o más. Con 37 grados de temperatura los humanos nos sentimos bien, con 38 tenemos fiebre.

El jefe del gobierno mexicano sostiene que el calentamiento y sus consecuencias son también un invento neoliberal, y exhibe a su verde aliado electoral, único partido “ecologista” del mundo que apoya abiertamente las renovadas posturas antiambientales del gobierno de México.

En foros internacionales, México trivializa y engaña en cartas oficiales, cuyo destinatario puede ser incluso el presidente de EU. La más reciente epístola de cinco puntos dirigida a Joe Biden, a raíz de la conferencia mundial en Glasgow, hace saber que México está decidido a dejar de exportar crudo para apoyar la reducción en el uso de combustibles fósiles. El ofrecimiento es insostenible para la economía de un país que finca gran parte de las finanzas públicas en los ingresos por ventas de petróleo.

Mientras desde el gobierno de México se aporten mentiras –por inconciencia o descuido–, sin enmienda alguna y continúe el comportamiento retraído, demagógico, agachón, distante y negador de los compromisos internacionales en derechos humanos, en políticas ambientales, o en otros temas de trascendencia, seguirá dibujándose la única y mezquina obsesión desde la cúspide del poder gubernamental: ganar elecciones girando siempre en el eje del populismo, la demagogia, la distracción, la codicia y el autoritarismo que debilita o anula la vida democrática e institucional.

Notario y exprocurador general de la República.

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