Se ha vuelto de gran interés para investigadores , académicos y periodistas desentrañar la contrastante dualidad entre los altos índices de aprobación presidencial y las crecientes bajas calificaciones que reciben su gobierno y sus colaboradores.

Intentar acomodar racionalmente ambos fenómenos es oportuno y retador, ya que los hospitales públicos incumplen con la entrega de medicinas, el gobierno federal no tiene llenadera, pero carece de presupuesto para cumplir sus propios programas de trabajo. La inflación crece, la economía no despega y la violencia se incrementa, sin embargo, hay una base que convalida en encuestas la popularidad y el respaldo a su líder.

No obstante, la popularidad presidencial no pasa por los resultados de gobierno; se basa en el “cuento”, en el manejo de una potencia retórica que —dice el investigador Mauricio Merino — ubica cada decisión como una “revancha histórica” contra el pasado y las élites que se beneficiaron de la pobreza y la desigualdad.

“Doña realidad” no asiste a las mañaneras, lo sabemos. Los problemas no son motivo de una ponderación racional, sino de la definición de culpables del pasado que acechan, complotan y atacan en el presente para apoderarse del futuro. Esto lo saben incluso quienes cultivaron viejos apoyos al líder y hoy cosechan desencantos con el régimen y vaticinan su resquebrajamiento, como Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo .

Luis Costa

, exasesor electoral en 2012, explica cómo la alta popularidad presidencial puede estar disociada de los buenos resultados: “Es un candidato permanente… elude y evade el trabajo de gabinete, lo suyo es estar conectado con su público”, para ello recurre a metáforas simples, generalmente distanciadas de la razón y muy cercanas al manejo de las emociones, extravagancias y distracciones sin sentido y costosas para el erario público.

Revisé las conclusiones de “Teorías del Complot: Mitos y Mitologías a través de los Siglos”, —reunión realizada recientemente en París— que aporta elementos para un conocimiento ordenado de la gestación de los liderazgos populistas, característicos de periodos de agotamiento de las certezas o afloramiento de crisis.

Desde el asombro de quienes creímos que el siglo XXI pudo ser del triunfo racionalista y no de la restauración de populismos autoritarios, podemos constatar la mecánica que sigue la construcción del populista: el liderazgo populista requiere capacidad para dar rienda suelta a un discurso reivindicatorio de toda injusticia o maldad cometida contra un conglomerado. La responsabilidad y culpa de todo lo malo que ocurra debe ser dirigida contra figuras (ciudadanos, empresarios, periodistas o asociaciones civiles), que puedan ser “demonizadas” y señaladas de complotar contra quienes pretendan remplazarlas.

AMLO

ha basado su gobierno en mitos que han nacido de complots o conspiraciones imaginarias y parte de la sociedad los ha comprado, todos simplistas y entendibles para cualquier persona.

Así, la pregunta sería: ¿los mitos son internos y se podrán seguir sosteniendo a base de mentiras y falsedades? porque está claro que los números y datos técnicos son completamente ajenos a sus “otros datos”. Especialistas creen que para enterrar esos mitos habrá que crear otros que los sustituyan, sin embargo, yo en lo personal, pienso que los mitos como las conspiraciones deben desenmascararse y explicarse para que puedan ser realmente sustituidos por la ciencia y la racionalidad, únicos instrumentos que alientan y fortalecen los sistemas democráticos.

Notario, exprocurador de la República.

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