La amenaza es planetaria, pero sus efectos los resentiremos todos localmente, los mediremos tras la experiencia de cada quien, los veremos en la proximidad o distancia de nuestros seres queridos, y en la buena o mala disposición de nuestro entorno laboral y social cercano. Resultados en mano, también los mediremos como aciertos y errores de cada gobierno y de cada gobernante.

Me conmueve López Obrador, su perseverancia llevada a extremos de necedad y defendida tercamente como virtud personal. No discuto su derecho a ser y a reaccionar “como le nace” Me duelen sus tropiezos como presidente de México y la defensa pobre de su derecho personal ignorando su enorme investidura.

Molesta que quien ayer afirmó “ya no me pertenezco”, sostenga hoy “no soy monedita de oro”. Que quien hace días aconsejaba –presente la pandemia– saludar y abrazarse, hoy recomiende una inconvincente aceptación de la sana distancia.

Si tuvo la oportunidad de demostrar que podría con la enorme carga que se echaba a cuestas, hoy la lista de sus batallas perdidas es tan pesada como su ego. Mientras la contradicción y el absurdo sigan siendo la marca indeleble de su ADN político, sólo queda esperar que los sensatos alrededor del presidente lo hagan reaccionar mejor y lo lleven a darse cuenta de la realidad nacional.

El desplome económico y de la inversión fija bruta, la baja confianza inversionista y empresarial, la reducción del consumo, la escasa creación de empleos, la demolición de proyectos de asociación público-privada en materia de energía, que habrían permitido repartir el riesgo y cuyo costo hoy recae en las finanzas públicas y en el presupuesto de Pemex en quiebra técnica, son mucho más que simples indicadores tecnocráticos. La suma de todos tiene una grave traducción en la calle: más desempleo, aumento de los delitos patrimoniales como robos, asaltos y secuestros, etc.

México seguirá siendo parte del tren de una economía globalizada y dependiente de los flujos comerciales y financieros internacionales. No llegamos en 25 años al liberalismo puro de Milton Friedman; tampoco al fin de la historia que anunció Francis Fukuyama; hoy no hacemos punta en la exploración de un estatismo selectivo tal como lo prevé el teórico Joseph Stiglitz, quien busca fórmulas para salvar al capitalismo de sí mismo y sanarlo de sus peores defectos.

El gobierno de la 4T pudo ir conformando una política económica a la mexicana, con enfoque social incluyente y cuidadoso equilibrio fiscal y financiero. Ya no lo hizo. A fuerza de imponer absurdas decisiones y proyectos personales estamos como país sin buenos motores y a la mitad de un océano tormentoso.

AMLO y su desconfianza en la empresa privada aceleraron la recesión y alteraron los frágiles y precarios equilibrios sociales. El sistema de salud, eterno acusado de ser nido de corrupción, ha sido tomado por sorpresa por los efectos que tendrá el paso del virus. Institutos de alta especialidad, hospitales, laboratorios y farmacéuticas fueron atacados por igual. El Seguro Popular fue despedazado y sustituido por el “Santa Lucía de la Salud”, el Insabi. La atención a enfermos, pacientes e incluso doctores agraviados por la amenaza del cese tiene muchas más deficiencias. Recortes, cierre de áreas, falta de materiales tan esenciales como tapabocas y pruebas para dictaminar contagios son su diaria realidad. Es enorme el déficit de ventiladores y equipos esenciales para enfrentar la emergencia.

El futuro es incierto. Lo único que parece seguro es que el contagio se extenderá exponencialmente y que los hospitales serán insuficientes para atender los casos y no tendrán lo esencial para detectar y tratar adecuadamente el coronavirus.

La población recluida ha sido más prudente y sabia que el gobierno, sabedora de que los números oficiales parecen demasiado bajos para describir la realidad del contagio. El empresariado ha solicitado al gobierno facilidades y prórrogas para afrontar el pago de impuestos, medidas que se han aplicado en otros países. Ante todos los argumentos el gobierno ha dicho no. Una cervecera con avance de 60 por ciento de su construcción fue cancelada por designio del ejecutivo federal, con una encuesta en la que participó el 30 por ciento de la población de Mexicali.

Si la pandemia nos enseña en lo individual a ser mejores, a valorar mejor al prójimo, a reordenar prioridades lograremos algo muy importante. En lo social mucho tenemos que aprender. El mundo quizá decida transformar las Naciones Unidas, y surja una nueva ONU de estados nacionales con un concepto de soberanía ya modificada por la globalización de varias realidades: las pandemias, el narcotráfico, las tecnologías y la economía mundial, el ambiente, el uso del agua como recurso del planeta.

Quizá se apruebe que surja una autoridad supranacional que asuma competencia ante problemas globales que rebasan las fronteras, como es, por ejemplo, el efecto de los incendios forestales en la cuenca del Amazonas, o el narcotráfico, que comienza en algún país y se extiende como delito continuado a miles de kilómetros.

Cuando termine la pesadilla del Covid 19 vendrán los tiempos de revelación, renacimiento y refundación de las comunidades del mundo. Cuando recomencemos a ver al México post-pandémico ¿nuestros poderes públicos seguirán empecinados en seguir viendo su propio ombligo, anclados en procedimientos para reelegirse, en nuevas reglas para comenzar (ahora sí) a cumplir la finalidad de su existencia? ¿Trascenderemos esta dura prueba y seremos necesariamente mejores como sociedad y país? Que así sea.



Notario y exprocurador General de la República

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