En plena tragedia de los compatriotas que enfrentan pesquisas y deportaciones en Estados Unidos, la diplomacia mexicana trastabilla entre pifias y discursos que pasan por alto que la migración no es una elección, sino una necesidad para la inmensa mayoría de quienes buscan trabajo y mejor suerte en los Estados Unidos.
México pudo impulsar entre 2018 y 2024 un programa oportuno, urgente, decidido, fuerte y sin duda valiente de asistencia y protección consular. No lo hizo. Es triste y a la vez irónico que los presupuestos consulares se hayan reducido este año en más del 30% sin previsión alguna de lo que podría venir.
La situación actual ante Estados Unidos y la inestable geopolítica mundial demandan una visión de Estado que trascienda la política de barrio. En vez de tuits e insostenibles proclamas ideológicas que aviven fuegos, urgen reflexiones de fondo no manipuladas sobre el alcance real de cuestiones tan problemáticas como el narcotráfico, la migración, los acuerdos comerciales y otras realidades de innegable dimensión y naturaleza hemisférica. Una visión localista y para consumo interno como la mostrada por Morena y sus legisladores es a todas luces insuficiente y grotesca fuera de México.
Si la corrupción y la impunidad son parte de nuestra realidad, ¿no convendría más al gobierno enfrentarlas también con acciones decididas, constantes y oportunas, en vez de negarlas con “tuitazos y manotazos”, aderezados con una retahíla de exabruptos y llamados a la “resistencia” y la movilización?
Si la diplomacia mexicana opera cada vez más con la lógica de un comité vecinal, sin prudencia ni autocontención, estará cada vez más expuesta a errores. “No sabía que para militar en la izquierda tenemos que hablar de una forma exquisita”, dijo una inefable consejera estatal de Morena en Jalisco tras su irresponsable y público exabrupto hacia el subsecretario Landau. ¿Cómo explicarle que la educación no es cuestión de partidos, sino un atributo elemental de cualquier persona que pretenda ser tomada en serio?
Si la diplomacia profesional mexicana es arrastrada por las ocurrencias y se muestra carente de iniciativa para fomentar el diálogo, México seguirá perdiendo internacionalmente y tropezando una y otra vez con sus propias estridencias y declaraciones impulsivas.
La diplomacia exige tacto, estrategia y una comprensión profunda de las dinámicas internacionales. Poco o nada ayudan la reacción facciosa y las frases hechas desde el desconocimiento, la provocación, la descalificación o el lenguaje del odio.
Viene a la memoria la trayectoria de grandes diplomáticos mexicanos como Alfonso García Robles, premio Nobel de la Paz, por su contribución a los acuerdos internacionales sobre desarme nuclear; el cónsul Gilberto Bosques, salvador de vidas de perseguidos en Francia durante la ocupación alemana; desde luego Octavio Paz, Rosario Castellanos y otros mexicanos de talla histórica como los ilustres Genaro Estrada e Isidro Fabela. Ojalá la asistencia de la presidenta al G7 sea el inicio de un cambio en política exterior.
Las consecuencias de una diplomacia ausente, tardía o de ocurrencias pueden ser devastadoras. Seguirle el juego de dimes y diretes a un experto en cimbrar con declaraciones las redes sociales, como Trump, exhibe una riesgosa ingenuidad.
Con una economía en la orilla del estancamiento, México necesita crecimiento y desarrollo; certeza jurídica, inversión productiva y programas que permitan, entre otras cosas, retener en México a los mexicanos sin arrojarlos a una incierta aventura migratoria. Resulta casi ofensivo que el gobierno romantice el sufrimiento de los migrantes y sólo celebre el ingreso de sus remesas —que superan los 63 mil millones de dólares anuales— como un logro patrio, mientras recorta el presupuesto de su red consular y descuida la protección de quienes con su esfuerzo sostienen parte crucial de la economía nacional.
Notario, ex Procurador General de la República