A diferencia del país vecino, donde los argentinos han votado por el regreso del peronismo, los uruguayos han rechazado a la izquierda gobernante en la elección del pasado domingo 27 de octubre.  Luis Lacalle Pou, de centro-derecha, es el favorecido para la segunda vuelta del 24 de noviembre contra el candidato del  Frente Amplio (FA), que ha liderado Uruguay por 15 años.

Las noticias desde Uruguay son buenas por varias razones. Representa la alternancia en el poder legitimada por el proceso democrático. Esto es a diferencia de lo ocurrido en  Bolivia, donde  Evo Morales  ha incurrido en  fraude electoral. Es también a diferencia de lo sucedido recientemente en  Ecuador  y  Chile  donde, a través de actos violentos, una minoría de manifestantes y un sector del espectro político han intentado derrocar gobiernos democráticamente elegidos.

Lo de Uruguay es buena noticia además porque el país se estará alejando —a diferencia de  Argentina— del extremismo de izquierda que tiene a las dictaduras de  Cuba  y  Venezuela  como aliados.

Por largo tiempo  Uruguay  ha sido una democracia latinoamericana ejemplar. En muchos índices internacionales el país suele ubicarse entre los mejores puestos regionales. El  FA  logró mejorar algunos indicadores, como fue por varios años el crecimiento, pues su mando coincidió con el “boom”  de los commodities, lo cual facilitó la reducción de la  pobreza. Pero otras áreas se deterioraron notablemente. El FA incursionó en crecientes  déficits fiscales hasta llegar a casi 5% del PBI este año, el peor en 30 años. La  deuda pública  aumentó y se espera llegará a 70% del PBI en el 2019. El  crecimiento económico  se ha estancado en los últimos años.

La  inseguridad  ha empeorado de manera significativa. Los  homicidios  aumentaron 80% desde el 2005 hasta llegar a una tasa de 11.2 cada 100 mil habitantes (el indicador peruano es 7.8). En algunos lugares se observan los inicios del sicariato. También se ha generado una  crisis educativa: la inscripción escolar ha caído y solo un 40% de los estudiantes termina la secundaria.

La corruptela también infectó a un sector del FA. El vicepresidente del actual mandatario renunció a raíz de creíbles denuncias de  corrupción, por ejemplo. Ha habido negocios un tanto turbios entre miembros del  FA  y el  chavismo  venezolano que resaltan lo que es quizás lo peor de los últimos 15 años: una parte de la FA se ha radicalizado y ha influido en las políticas y comportamiento del gobierno. La relación íntima entre el FA y el chavismo, según  Pedro Issern  de  Cescos, un centro de estudios uruguayo, explica el creciente autoritarismo  de una parte del FA y la incapacidad del frente de denunciar al régimen venezolano. Para el periodista  Martín Aguirre, el discurso social agresivo del FA, y especialmente la soberbia de la nueva generación de izquierda que creció en el poder, alienó a buena parte del electorado.

Un presidente Lacalle Pou, por lo tanto, hará un cambio radical respecto a la  política exterior  y al chavismo venezolano. Tendrá que hacer un ajuste fiscal importante inmediatamente. Intentará hacer reformas educativas y laborales para revertir el exagerado poder que adquirieron los sindicatos estos años  (El FA les dio carta blanca para ocupar  empresas privadas  y podían contar con el apoyo del Gobierno en negociaciones laborales).

Esperemos que estos temas se resuelvan en democracia a pesar de que Uruguay ahora tiene una izquierda más radicalizada que estará dentro y fuera del  Congreso. Ojalá no se vea en un futuro cercano lo que se ha visto en Chile, donde hace dos años el electorado rechazó democráticamente las propuestas de izquierda que hoy un sector radicalizado intenta poner en la agenda a través de actos violentos con el argumento de que es lo que demanda el pueblo.



Director del Centro para la Libertad y Prosperidad del Cato Institute en Washington, DC

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