Es bastante complejo escribir cuando el liberalismo comprendido, según la RAE, como: “una actitud que propugna la libertad y la tolerancia en la vida de una sociedad”, es llevada al extremo maniqueo que deriva en otra forma del populismo ad extremum, la de “ellos contra nosotros” y viceversa. Es decir, aquellos que somos políticamente “conscientes” somos superiores porque apostamos por la justicia. No obstante, partiendo de toda premisa filosófica, no existe nada justo en este mundo, sino adecuado a las circunstancias.

Durante las últimas semanas, me he dado a la tarea de revisar las entrevistas de la pensadora inglesa Melanie Phillips y, por otra parte, he escuchado con atención las exposiciones del geopolítico John Mearsheimer en torno al conflicto entre Palestina e Israel [los invito a conocerlos]. Ambos tienen bastante que sumar al tema que parece sobrevivir en la encrucijada conceptual y trágica de la que somos espectadores. Así, parto de una premisa básica: existen víctimas y asesinos en ambas partes del conflicto, y su labor radica en exponerse, los unos a los otros, como los injustos en este momento histórico. Reconozcamos de raíz que en ambos bandos culturales existen radicales exaltados y, en la mayoría de los casos, la religión es el motor que acelera el caos; por otra parte, la propaganda de los actores en conflicto juega su rol dignamente.

Empero, Melanie Phillips y John Mearsheimer, dos voces con enfoques radicalmente distintos, ofrecen perspectivas que iluminan esta encrucijada: un enfrentamiento donde víctimas y victimarios se confunden en un ciclo de narrativas distorsionadas y Realpolitik. Mientras que Phillips denuncia la narrativa palestina como una mentira histórica que corroe la brújula moral de Occidente, Mearsheimer aborda el conflicto desde la lógica del realismo político, donde los intereses de poder priman sobre las cuestiones morales.

Así, pues, Phillips argumenta que la percepción occidental del conflicto palestino-israelí está profundamente distorsionada por una narrativa falaz que presenta a los palestinos como víctimas oprimidas y a Israel como un opresor colonial. Para Phillips, esta narrativa no solo es históricamente inexacta, sino que constituye un “cáncer moral” que ha corrompido a las élites intelectuales de Occidente, incapacitándolas para distinguir entre verdad y mentira, víctima y victimario. Además, sostiene que en Occidente no se diferencia entre Hamas y los palestinos en general, pues se ve al primero como una expresión extrema pero comprensible de una causa justa. Compara a Hamas con el IRA [Ejército Republicano Irlandés], y sugiere que, aunque se desaprueben sus métodos violentos, muchos en Occidente consideran que la lucha palestina es legítima, pero no existen contrapuntos.

Por consiguiente, según Phillips, esta percepción se basa en una ignorancia histórica profunda. Afirma que el relato predominante [que los palestinos son el pueblo indígena de la tierra de Israel, desalojado por judíos llegados tras el Holocausto] es una mentira perpetuada por décadas de propaganda y enseñada en universidades occidentales de tendencia izquierdista [y agrego exaltada por el marxismo qué dicotomía]. En su visión, los judíos son los únicos indígenas de la tierra de Israel, con un reino nacional que precede en siglos al surgimiento del islam.

Argumenta Phillips: los palestinos no son un pueblo distinto, sino una identidad inventada para deslegitimar a Israel y reescribir la historia judía. El núcleo de su crítica es que el apoyo a la causa palestina, incluso entre judíos de la diáspora que abogan por una solución de dos estados, se basa en una premisa errónea: el conflicto es una disputa territorial que puede resolverse dividiendo la tierra. Phillips insiste en que no se trata de una lucha por la tierra, sino de una guerra santa islámica destinada a erradicar a Israel como hogar nacional judío. Cita el rechazo palestino a propuestas de partición desde la década de 1930 como evidencia de que su objetivo no es la coexistencia, sino la aniquilación de Israel [aunque una parte de la comunidad judía contradiga esta aseveración]. La solución de dos estados, para ella, es una respuesta a un problema mal identificado, perpetuado por la incapacidad de Israel y las comunidades judías de la diáspora para contrarrestar esta narrativa con la verdad histórica.

Podemos mencionar que Phillips va más allá al analizar el impacto cultural de esta distorsión. Tras los ataques de Hamas el 7 de octubre de 2023, que describe como actos de barbarie sádica, el liberalismo occidental se enfrentó a una contradicción insostenible: los palestinos, a quienes apoyaban como víctimas, cometieron atrocidades que desafían su narrativa de resistencia legítima. En lugar de enfrentar esta contradicción, los progresistas occidentales, según la autora, recurrieron a la proyección, acusando a Israel de genocidio o comparándolo con los nazis para preservar su autoimagen de bondad moral. La furia con la que algunos arrancaron carteles de rehenes israelíes refleja, para ella, el rechazo visceral a aceptar que los palestinos puedan ser los agresores, ya que esto destruiría su cosmovisión.

En última instancia, Phillips ve el apoyo a la causa palestina como una corrupción intelectual que ha desorientado a Occidente, llevándolo a respaldar a los agresores mientras castiga a las víctimas. Propone que Israel y las comunidades judías deben confrontar esta narrativa directamente, denunciando el “palestinismo” como una mentira que borra la historia judía y justifica la aniquilación de Israel. Hasta aquí tengo varias cosas que comentar, pero demos la palabra a Mearsheimer.

Mearsheimer, desde la perspectiva del realismo político, aborda el conflicto palestino-israelí como un caso más dentro de la dinámica de poder en un sistema internacional anárquico. Aunque su análisis se centra en las relaciones entre grandes potencias, su postura sobre el conflicto palestino revela una visión que contrasta con la de Phillips en tono y enfoque, si bien coincide en ciertos puntos clave.

Mearsheimer parte de la premisa de que los estados actúan según una lógica realista, en que la supervivencia es el objetivo primordial en un sistema sin autoridad superior. En este contexto, los estados buscan maximizar su poder para garantizar su seguridad, lo que lleva a competencias de seguridad inevitables. Mearsheimer sostiene que Israel, al perseguir una política de limpieza étnica en Gaza, no solo está fracasando en sus objetivos, sino que se está convirtiendo en un paria internacional y un perdedor estratégico en el escenario regional. Cuestiona, pues, que Israel controla lo que él llama “Gran Israel” [el territorio entre el río Jordán y el mar Mediterráneo, incluyendo Gaza, Cisjordania e Israel propiamente dicho], donde viven aproximadamente 7.3 millones de palestinos y 7.3 millones de judíos. Esta paridad demográfica plantea cuatro opciones para Israel: un estado democrático [que dejaría de ser judío], una solución de dos estados [descartada por la élite israelí], un régimen de apartheid [la situación actual, reconocida por organizaciones como Amnistía Internacional] o la limpieza étnica. Según Mearsheimer, Israel ha optado por esta última, al poner en marcha una estrategia de terror calculado que incluye matar civiles, hacer Gaza inhabitable y usar el hambre como arma de guerra para forzar la expulsión masiva de palestinos.

Sin embargo, esta estrategia está fallando. Mearsheimer identifica varios frentes en los que Israel está peor que antes del 7 de octubre de 2023: está atrapado en Gaza sin un plan de salida, ha perdido su doctrina de dominio frente a actores como Hezbolá, enfrenta adversarios regionales mejor armados y se ha convertido en un estado paria: el 56% de los demócratas estadounidenses [los liberales para Phillips] considera que Israel comete genocidio. Además, la dependencia de Israel en la ayuda militar estadounidense, como se vio en la defensa contra el ataque iraní del 14 de abril del 2024, expone su vulnerabilidad estratégica.

Mearsheimer ve las acciones de Israel como contraproducentes: su estrategia de limpieza étnica no solo es moralmente indefendible, sino que lo ha llevado a una trampa estratégica sin salida clara. El autor también sitúa el conflicto en un contexto geopolítico más amplio. La implicación de Estados Unidos en el Medio Oriente, debido a su alianza con Israel, desvía recursos de su prioridad estratégica: contener a China. Conflictos como los de Gaza y Ucrania impiden la “estrategia contra Asia”, debilitando la posición estadounidense frente a un rival formidable. Para el profesor, la crisis en Gaza no es solo una tragedia humanitaria, sino un desastre estratégico que fortalece a adversarios como Irán y sus aliados mientras aísla a Israel y Estados Unidos como enemigos públicos del orbe.

Esta es una madeja bastante hilada en su caos. En principio, Phillips arguye que Occidente ha perdido su capacidad para distinguir entre verdad y mentira, víctima y victimario, debido a la influencia de la narrativa palestina. Mearsheimer critica la irracionalidad de las políticas estadounidenses, como su involucramiento en Gaza y Ucrania, que lo debilitan. Para Phillips, la narrativa palestina distorsiona la realidad histórica; para Mearsheimer, las ideologías liberales han creado expectativas irreales de paz, ignorando la lógica realista del poder. En ambos casos, la necesidad del liberalismo, sobre todo eurocéntrico y estadounidense que busca la “harmonía” social y cultural, fracasa porque desatiende los principios de la realidad que juzga sobre valores comunes para el orbe que vive discordes desgracias no menos relevantes, pero sí poco espectaculares. La guerra y la geopolítica hoy es espectáculo vivo con espectadores hambrientos.

Por lo tanto, Phillips adopta una postura moral e histórica, denunciando el “palestinismo” como una mentira que corrompe a Occidente y justifica la violencia contra Israel. Mearsheimer, en cambio, analiza el conflicto desde una perspectiva amoral, centrada en la distribución de poder y los intereses estratégicos. Para él, la moralidad es secundaria frente a la lógica de la supervivencia en un sistema anárquico. Ahora bien, mientras que Phillips identifica el conflicto como una guerra santa islámica destinada a erradicar a Israel, basada en una narrativa histórica falsa, no repara en la verdad de la tragedia. Tanto judíos como palestinos mueren: niños, mujeres, et al. Su discurso conceptual, aunque genial en su crítica al wokismo occidental, fracasa en la empatía con la vida humana y no reconoce los radicalismos de su pueblo. Solo repara en el “enemigo”; por tanto, su diatriba, aunque mordaz, es débil, maniquea y liberal en el sentido opuesto.

Mearsheimer no ofrece una solución directa al conflicto palestino-israelí, pero sugiere que Estados Unidos debería reducir su compromiso con Israel. La verdad histórica de Israel y Palestina ya forma parte del espíritu del siglo XXI. La noción de que los israelíes hoy son comparables con los Nazis me parece una herramienta retórica interesante y occidentalizada. No obstante, las actitudes genocidas de Israel por el momento derivan en esos comparativos. Pero, ¿qué hay de los palestinos? También son Nazis, pienso… pero, a ojos de los liberales: son buenos… qué contradictorio. Si ambos bandos asesinan y mutilan en aras de “su” razón de ser, si son víctimas y victimarios como lo fueron, perdón, los nazis con sus prerrogativas… pues se torna en un adjetivo difícil de sortear… Lo que sí existe es una lucha por sobrevivir…

El problema de Israel recae en sus líderes que no construyeron una narrativa ideal para subsistir a toda tragedia, el judaísmo ha sido desvirtuado por sus gobernantes que han utilizado la religión como arma ideológica [el pueblo elegido por Dios], de la misma forma que el mundo árabe, en este caso los palestinos [en contra de los infieles], han cedido al conflicto religioso por parte de sus líderes. Ambos bandos son culpables de concedernos víctimas y asesinos. Pero vale la pena reflexionar en que la narrativa que debe generar el estado de Israel una vez

concluido este conflicto, amén de los palestinos, es eliminar de sus bases el pensamiento ya caduco de víctimas del holocausto de la Segunda Guerra, entiendo sí estas palabras lastiman, pero en el ideario del espíritu del mundo, es un discurso agotado y generacionalmente desvirtuado. Genocidios ha habido en África y Asia, todos dolorosos… ¿superados…? No… sencillamente sin el reflector del espectáculo mediático porque esos no son los pueblos elegidos por un “Dios”. ¿Acaso eso es injusto? No lo sé, habrá que adecuarlo a las circunstancias. Estoy a favor de la vida, en contra sí de la religión como elixir de la estupidez… ahora que volteo la mirada a Europa, puedo entender a Phillips en su preocupación por el islamismo… no obstante, ese liberalismo que critica con tufo a marxismo es el motor que potencia la caída de Occidente para encumbrar a Mahoma. En este caso discursivo los extremos se rozan… hay que modificar la narrativa…

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