Hugo Alfredo Hinojosa

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Durante los últimos meses, luego de resistencias y de contraste de ideas, determiné [para mí] que las preguntas más importantes, por lo menos en este momento histórico son los cuestionamientos obvios. En la vorágine de la sociedad contemporánea, inmersa en un océano de información y desafíos complejos, el pensamiento crítico deberá emerger como un “oficio” esencial para la supervivencia intelectual y social [que debe enseñarse en las escuelas], y es la obviedad uno de los caminos trazados que deberemos de recorrer para recobrar la crítica de la cultura, la política y el conocimiento.

Este ejercicio imperativo hace eco de las voces de pensadores que, a lo largo de la historia, han defendido la importancia de la reflexión crítica. Desde figuras como Sócrates hasta pensadores como Paul Virilio y el propio Byung-Chul Han [considerando la obviedad de sus propuestas], la urgencia de cultivar el pensamiento crítico como un “oficio” se revela con claridad. Es necesario que el pensamiento ejerza una función que emule las manos sobre el metal, el caucho y la madera sobre los sentidos. Hoy la humanidad, por lo menos la occidental y la más tecnológica de oriente ha perdido los sentidos por los teclados y desliz de los dedos sobre las pantallas.

En la antigua Grecia, Sócrates desempeñó un papel fundamental al propugnar la mayéutica, enseñanza basada en el diálogo y la pregunta, en la obviedad y sus efectos. Su método no solo incitaba al pensamiento crítico sino que también resaltaba la necesidad de cuestionar suposiciones y explorar la naturaleza de la verdad, pero hoy debemos escoger entre verdades y eso nos fatiga. En el siglo XIX, John Stuart

Mill abogó por la libertad de pensamiento como un pilar esencial de la democracia. Su obra “Sobre la libertad” delinea la importancia de la diversidad de opiniones y la confrontación de ideas para el desarrollo saludable de la sociedad. Mill subraya que la verdad brota del diálogo abierto y el intercambio de ideas, fundamentos del pensamiento crítico, del “oficio” de pensar. Y al perder hoy los sentidos perdemos también la libertad de cuestionar. Y al mundo digital contrario a lo que se piensa no mantiene un diálogo abierto sino endogámico.

Bertrand Russell destacó la importancia de la duda metódica como una herramienta vital del pensamiento crítico. Abogó por la aplicación rigurosa de la razón y la evidencia, desafiando las creencias sin evidencia sólida, enfermedad cual sarcoma al cuerpo moderno. Russell enfatizó que el pensamiento crítico exige una mente abierta pero escéptica, capaz de evaluar de manera objetiva las afirmaciones. No obstante hoy la apertura de la mente peca de vacío. La capacidad de reflexionar sobre el mundo y actuar en consecuencia es esencial en un contexto donde las decisiones individuales tienen repercusiones globales, si pensamos en el ejercicio mediático de la influencia y los personajes tanto políticos como personajes sociales que inhiben el “oficio” del razonamiento.

Así, desde Sócrates hasta los pensadores modernos, la historia nos recuerda que el pensamiento crítico no solo es un acto individual, sino también un compromiso con la sociedad y la verdad. En un mundo saturado de información, la habilidad de discernir, analizar y cuestionar se convierte en un activo invaluable. La promoción de un pensamiento crítico robusto es esencial para cultivar ciudadanos informados, pero sobre todo libres, que no confundan la “libertad” constreñida de la pantalla con la realidad. De ahí tanta gente hoy en día con “ansiedad”.

Lo obvio a menudo es válido porque representa verdades fundamentales, evidentes y generalmente aceptadas que no requieren una extensa argumentación para ser comprendidas o aceptadas. La validez de lo obvio radica en su simplicidad y claridad, lo que lo convierte en un punto de partida lógico para la comprensión de conceptos más complejos que hoy hemos olvidado y que rigen de cierto nuestro ejercicio de supervivencia. Así pues, como hoy existen quienes no pueden cambiar el neumático de un automóvil por no conocer el ejercicio básico del “oficio” anticuado, los hay también quienes no pueden discernir si sus decisiones son dictadas por los otros. Menudo problema para la democracia, por cierto. Sin

invalidar el supuesto conocimiento al que hoy podemos acceder desde las computadoras, pienso sin temor a equivocarme que quienes utilizan una pala y martillo para su trabajo estarán más preparados para el futuro porque se mantienen vivos por el sentido común de multiplicar desde la obviedad, desde la repetición de su “oficio” a partir de los sentidos.

¿Hoy a qué le temen los jóvenes? A su propia generación… tienen miedo de sí mismos, de interactuar, de la carne, el sudor, el sexo y el pensamiento crítico. Falta pues que se pregunten por qué se temen… ¿quién les ha ordenado destruir su identidad de raíz sin saberse a sí mismos primero? Obviedades no tan obvias.

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