A lo largo de la historia la pobreza ha estado manifiesta en todas sus formas reales, conceptuales y por demás fatídicas. Es un concepto que se ha nutrido de la religión. Un modelo de existencia que sirve como pilar para la cultura que nos da pertenencia, voz y voto. Es un tema que las escrituras sagradas sin importar la doctrina religiosa-filosófica ha abordado desde la antigüedad sin darle respuesta ni ponerle fin. ¿Por qué hacerlo? Desde el judeocristianismo la pobreza a partir de la fe es una condicionante, una vía ideal y legal para lograr la iluminación, poder subir al cielo como lo hiciera el profeta Elías después del sufrimiento en la tierra. Sin embargo, ni los carruajes de fuego ni los torbellinos bajaron de las alturas por las mujeres y hombres que se conformaron con vivir la desgracia de la pobreza por el adoctrinamiento histórico.

México es un estado laico y no obstante en la médula ideológica nacional anida la herencia de la educación religiosa otrora católica, que hoy suma al protestantismo como una figura política viva, que lleva décadas royendo su paso entre la fe y la ideología social del país, que tiene su morada novísima en el gobierno federal. Si recordamos la educación bíblica en su exégesis, la fe cristiana enseña que la prueba virtuosa de la rectitud de una nación radica en cómo trata a sus pobres y a las personas más vulnerables; podríamos estar de acuerdo o no con esta postura espiritual o detestarla por su falsedad. No importa. ¿Cuál es la verdad de la pobreza y su juego histórico en la médula de los pueblos, en la historia de la humanidad? Si tomamos la Biblia y sus recomendaciones como ejemplo, no existe nación que trate a sus pobres y vulnerables con respeto.

La pobreza, por desgracia, tiende a ser caricaturizada para llamar la atención de las buenas conciencias, de la política activa, y por su desalmada exposición se torna irreal. Una verdad que sólo como ficción tiene validez, pero como tal es falsa.

¿Qué son los pobres? Claramente no una caricatura sino una realidad irrefutable pero instrumental por cuestiones de Estado. Hacia el siglo XVII en Holanda, el pintor Adriaen van de Venne , exhibió una obra titulada " Alegoría de la pobreza " (circa, 1630); la pieza parda con sus trazos apagados nos obliga a reparar en varias verdades. Sobre el lienzo se ve la representación de un hombre que lleva a cuestas a una mujer enferma, con lepra, según la descripción original. Sobre la mujer viaja un niño con hambre; un perro les hace compañía en ese viaje sin destino. La pintura de van de Venne es una descripción de la gravedad de la pobreza en su sociedad económica y pujante. Lo mismo podría ser una radiografía lúdica de la gran depresión estadounidense de la primera mitad del siglo XX, o una postal al estilo de "Los olvidados" de Luis Buñuel de aquellos que no formaron parte del Milagro mexicano que inició en 1940 con Manuel Ávila Camacho .

La pintura cumple con capturar el estereotipo de la pobreza como la conocemos hasta la fecha: los pobres caminan en manada como salvajes, unos encima de otros sin conocer los límites entre sí; sin cuidado de las enfermedades, respondiendo a un mismo deseo por dejar de mendigar para la subsistencia. El perro que camina al lado de la familia no sólo es un mejor amigo sino que es el apacible conformismo de la tropa, sujeto por la frágil correa que de romperse puede crear el caos. El hombre que lleva el peso del mundo sobre sus hombros está ciego y con eso los tres están destinados a fracasar pues su guía no conoce la ruta y no podrá conquistar el horizonte donde exista tal vez un camino que elimine el hambre, la enfermedad o les dé esperanza. "Alegoría de la pobreza" a la distancia de cuatro siglos habla de un pasado que permanece presente como un destino necesario para la humanidad.

Estos personajes aunque ficticios morirán con el barro pegado a sus pies, con la enfermedad en los huesos, sin perder los vínculos familiares que los trama. Aunque enfermos, hambrientos y salvajes, parafraseando a John Steinbeck , en la pobreza encontrarás la bondad más grande entre los seres humanos. Pero de esa bondad romántica ha abusado el sistema social, político y religioso en la historia para conservar en la miseria a las clases más pobres de cada nación. La bondad no surge como un rasgo inherente a la pobreza sino que es el acento puesto sobre las personas en su vida encrucijada. Frases como “donde comen dos, comen tres” entendida en su justa dimensión explota esa bondad de la pobreza aceptada a regañadientes… no sólo son tres.

Provengo de una familia pobre sin privilegio alguno. No soy un rico tirado a pobre que invente su vida de logros autónomos. La educación fue la salvaguarda para vencer un destino que se anunciaba oscuro como probable maquilador en Tijuana. La educación religiosa me hizo reparar en el rol que juega la iglesia y la fe mal utilizada en la sociedad. Recuerdo cómo a las iglesias católicas y protestantes afiliadas a los colegios que asistí arribaban las caravanas de “hermanos” del otro lado de la frontera con centenares de regalos para los feligreses o miembros de la iglesia. Eran un brazo salvador que, dependiendo de tu nivel y vocación cristiana, sea lo que eso fuera, gozabas del bien de la iglesia pero nunca se eliminaba la sensación de caridad nauseabunda entre sonrisas y el “bendito sea nuestro señor”. Esta labor caritativa y de control religioso hacía dependientes a los feligreses sujetos a profesar una fe que tal vez les importaba un comino. Sin embargo, ese proceder eclesiástico es también el proceder del Estado que entrega migajas como promesas de una vida mejor.

Cuando el detestado y amado Charles Darwin escribió en su libro el " Viaje del Beagle " que “si la miseria de los pobres no es causada por las leyes de la naturaleza, sino por nuestras instituciones, grande es nuestro pecado”; acierta con ironía acerca del papel histórico del Estado y su rol en la creación de la pobreza como una variante donde reina el caos sin oportunidades redentoras. Pobre y Esclavo son dos sinónimos no tan lejanos al revisar el diccionario de la Real Academia Española que le da al primero la definición de “desdichado, pacífico, quieto, et al.” y al segundo “rendido, obediente, et al.”; no hay una diferencia plena. La pobreza históricamente es una forma legal e incuestionable de la esclavitud aprovechada por el Estado y validada por el intelectualismo desde la lógica del esfuerzo.

En la conformación del Estado, declaraba Richard Hofstadter , los intelectuales e ideólogos tienen gran responsabilidad en validar las necesidades, innovaciones y los cambios radicales de una nación. Recae, pues, en esos intelectuales “orgánicos”, por ejemplo del México presente, la responsabilidad histórica de validar cualquier postura política de los mandatarios que lastimen o traicionen al pueblo del que forman parte. Los pobres son la base sobre la cual se ha sostenido el sistema de gobierno de la historia de la humanidad. El bastión fuerte que le da rostro, sentimiento y valor a la economía mundial, a la política que a conveniencia hace del pobre un agente de la democracia a través del clientelismo electoral.

La frase que mueve hoy al gobierno mexicano es “primero los pobres”, perfecto. ¿Primero los pobres en qué? En tiempos de pandemia es interesante pensar qué rol juegan las poblaciones en pobreza citadina y rural rumbo a las elecciones del próximo 2021. Este núcleo poblacional es el más golpeado por la pandemia, no es ningún misterio; y también el menos informado o interesado en cumplir con las reglas “de todos modos nos vamos a morir de algo”, ¿cómo cambiar esa lógica del pensar? No se necesitan discursos con deciles y percentiles que validen desde la estadística la miseria, datos que no le hablan a la población de a pie; se le habla con estos datos a un núcleo reducido que no padece pobreza, así pues ¿Cuál es el sentido del análisis especializado que contrapone pobres contra ricos, generado con esto el resentimiento social?

Los académicos que analizan la pobreza desde los medios de comunicación se alejan de ese núcleo que pretenden entender, es una tendencia que pasa desapercibida. El miedo para entender la pobreza y sus verdaderas consecuencias radica en rehuir de la palabra esclavitud. ¿Qué son los pobres? Son esclavos del Estado. Hombres, mujeres, niños, ancianos, jóvenes que tienen frente a ellos siempre una posibilidad remota de abandonar el páramo sobre el que fincan sus tradiciones y ciudades perdidas que décadas más tarde se legalizarán.

Hoy se ponen en marcha las vías partidistas para seleccionar a los candidatos ideales que tomarán las riendas del país en las diferentes cámaras federales y estatales. Las estrategias, sin conocerlas y perdón por el atrevimiento, por sí mismas son banales y obvias: a las clases más populares se les brindarán apoyos, becas, ayudas asistencialistas que promuevan una paz inexistente y que mantengan vivo el sentimiento de libertad; a las clases por encima del margen de la pobreza se les ofrecerá seguridad, bienestar, beneficios fiscales y seguridad económica, que el dinero no pierda constantemente su valor es uno de los incentivos más poderosos.

¿Primero los pobres? Sí, pero como esclavos, con oficios y beneficios restringidos, como simples miembros de un pueblo, en este caso México, del cual pueden participar a medias. Mientras más derrama económica se extienda sobre esos pobladores más se les obliga a vivir como parias dentro de un sistema citadino donde se les cuarta la posibilidad de aprender a pensar. Se les mantiene damnificados para provocar con esto, ante la desesperación, que extiendan la mano y reciban a cambio un paliativo para el hambre. A lo largo de la historia los pobres han sido esclavos que toleran su tormento, rechazados por sus pares de carne y hueso, esos que ejercen la caridad. El combate a la pobreza debe ser a partir del conocimiento y no del asistencialismo. Errores calculados, creo, desde el sistema laberíntico de gobernanza.

Siempre me he preguntado: ¿si alguien en pobreza extrema tolera el sufrimiento por la promesa de la reivindicación en el cielo, qué ocurre pues si esa persona es atea?

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