I. Para ser este el siglo de las libertades, según lo anuncian los medios, gobiernos y apologistas [disfrazados de activistas], es bastante curioso el temor que existe en el mundo al que estamos ceñidos, por lo menos en occidente. Vivimos en un estado de culpabilidad profundo y siniestro por ser parte de una cadena de eslabones ideológicos cincelados en nuestra mente sin nuestro consentimiento. Me sorprende cómo el cristianismo y sus fundamentos reorganizados se aferran y reconvierten sus salmos en diatribas ad hoc para el ideario contemporáneo. En una sociedad donde todos tenemos derechos, hay quienes reclaman más; no entiendo el porqué.

II. A lo largo de los siglos, la “culpa” cristiana fue una herramienta fundacional colonial del comportamiento humano, regla y medida, para unos cuantos. El infierno como fundamento del dolor metafísico se utilizó para potenciar la culpa y el temor en toda sociedad, lo mismo niños que jóvenes, mujeres y hombres. Si algo hizo bien la religión a lo largo de los siglos, más allá del cristianismo, es potenciar el temor como mareas que hicieron de todo espíritu salitre. No se trata de creer o no en Dios, pues esa idea seguirá siendo la mecánica del pensamiento humano con otros nombres mientras existamos como raza en este mundo y los que vengan, si es que alguna vez conquistamos la estancia del espacio.

III. El siglo XXI es el siglo de la fe; es el tiempo de la negación de las religiones por saberlas obsoletas, pero se mantienen vivas por su transformación a propósito de las necesidades de las espiritualidades modernas. Este es también el momento sustancial de la “obviedad” como sistema y doctrina que todo lo fundamenta, de la cual no hay escapatoria. El movimiento LGBT+ comienza a convertirse en una doctrina y dogma de unos sobre otros, donde comienza a reinar la pasión y el capricho por encima de las necesidades del “ser” que invitan al radicalismo.

IV. El estado natural de nuestra sociedad moderna es la “culpa”. Nos sentimos culpables por la violencia, el radicalismo, por el cambio climático, porque otros no se vacunen, porque otros más no utilizan los pronombres que queremos, por no saber definir qué es una mujer o un hombre, porque no entendemos cómo una mujer desea ser un hombre y viceversa, porque hay quienes quieren ser nombrados con el símbolo digital de una “muela” porque no se identifica como un ser humano, pero sí como una muela; porque no nos atrevemos a hablar del gran padecimiento mental de las sociedades contemporáneas. La lista sigue ad nauseam, posicionándonos en un estado de alerta absurdo y temeroso por no cometer errores que nos puedan encasillar en la intolerancia como muerte social: la resignificación del pecado/capital, ahora transmutado en intolerancia.

V. Los apóstoles globales, esos que predican desde el mundo digital hacia el de carne y hueso, son especialistas en generar doctrinas efímeras de gran impacto. La operación misma de hacernos sentir culpables por nuestro derecho natural a ser intolerantes es una labor titánica. Cada nueva tendencia que ocupa los espacios del debate público está creada para unificarnos, para eliminar la intolerancia pecaminosa hacia las tendencias normalizadas por la globalización. Así, mujeres y hombres que deambulan como “buenas personas”, diciendo qué debemos hacer y cómo, no se dan cuenta de que pertenecen a una secta donde sus ideales no importan y sus sentimientos son menos que nada.

VI. Las tendencias modernas no son sino variables de la religión como concepto, que tiene como fin (siempre lo ha tenido) el control de los miedos, pero, ahí donde Dios ya no tiene cabida, está la conciencia del que desea hacer el bien a partir de echarte en cara todo lo que, a sus ojos, haces mal como ser humano, es decir, no sentir culpa ni esa necesidad infantil de pedir perdón por existir. Hemos llegado al momento donde nos tememos a nosotros mismos.

VII. Necesitamos que nos cuiden para no decir nada que perturbe a los demás sin importar lo incómodo que puedo estar conmigo mismo. Entre más potenciemos el poder de la culpa, vía los señalamientos flamígeros de las religiones contemporáneas, estamos subyugados, y sin Dios, a obedecer los nuevos mandamientos derivados de las tendencias de ideas globales. Hay que continuar luchando por la clandestinidad de nuestros actos, llevar una vida abierta nos enfrenta al control… no caigamos en el juego de la equidad libertaria de la expresión. No todos deben abrir la boca, pero tampoco debemos decidir quién puede hacerlo, en mi caso, porque no quiero hacer sentir ni culpable ni temeroso a nadie, pero, así como no intento culpar a los otros de sus pensamientos, tampoco estoy de acuerdo en subyugar mi expresión por la fragilidad aparente del que desea conquistarme. Que todos sigan pecando.

La guerra que estamos presenciando es una guerra digital donde la pérdida de la vida humana no tiene mayor consecuencia. Sólo importa la cantidad de “likes” que tiene cualquier imagen trágica. Prestemos atención a esto: en la medida que leemos o vemos en redes sociales las atrocidades causadas por ambos ejércitos, presionamos el botón de “me gusta y compartir”, para potenciar y ampliar esa desgracia que “aborrecemos” y que, sin embargo, validamos impulsándola a través de los canales digitales. Odiamos la muerte, pero “nos gusta” y compartimos el espectáculo para que otros “sufran” como nosotros.

VIII. La gran “guerra influencer” impacta respecto a nuestra capacidad para volverla más inhumana. Es una guerra que no es de todo el mundo, sino de una región aislada que necesita estar presente para todos. Hay otras “guerras” en Oriente Medio, en Asia, entre palestinos y judíos, entre africanos, a las que no prestamos atención porque en esas regiones las marcas aún aguardan en camisetas, automóviles y futuros posibles.

IX. Las guerras no entienden de pausas y, si en verdad la guerra entre Ucrania y Rusia fuera de relevancia internacional, no se pausaría, no sería tan inocua como para que la desgracia de dos pueblos queda inerte frente a la noticia de un hombre que abofetea a otro en televisión. No es una guerra presente sino una tendencia, pues ocurre en el mundo digital, tan sólo es presente cuando hacemos scroll… Se dice de este encuentro bélico que puede terminar con el concepto de occidente como lo conocemos, con la forma de vida occidental… con la democracia. El temor está en: no continuar con la ficción de occidente.

X. Vivimos un momento interesante en el que los ídolos de carne y hueso realmente no existen. Se autonombra alguno que otro despistado, pero no logra llegar a la cima de la beatificación. Hasta la fecha, ningún líder social me inspira ni un ápice de confianza. Es terrible. Los políticos naufragan completamente amotinados por sus ideologías que, si bien no convencen a nadie, ahora empujan su idealismo a la fuerza sobre el manto acrítico de la gente. En la medida en que los gobiernos “democráticos” pierden credibilidad, buscan y generan agendas que prometen paz y más equidad. Dichas agendas son tan agresivas que generan la repulsión generalizada, excepto de aquellos que piden a gritos “derechos” para el absurdo mismo.

XI. El principio de la libertad radica en que todos podemos pensar lo que nos venga en gana, así pues, ¿por qué debo de estar de acuerdo con todos y todo, sólo por el temor a ser rechazado? ¿Por qué debo cambiar el nombre de las cosas para que otros no se ofendan? ¿Por qué debo acceder a que se modifique el planteamiento mismo de lo que es una familia? ¿Por qué un amante de los animales puede ofenderse al decirle que un perro no es un niño? Qué complicado es caer en obviedades que están al nivel del sentido común.

XII. Si has llegado a este punto, si has seguido cada una de las columnas que he escrito, sabrás que textualmente cada párrafo aquí propuesto ya fue publicado en otras columnas de mi autoría a lo largo del último año. Como autor, tengo el derecho a reutilizar mis materiales, aunque existen críticos puristas que rabiarían. Hoy que está de moda el plagio, puedo decir que hace algunos años plagiaron un par de obras que escribí; hasta el momento, no entiendo qué puede llevar a una persona a robar tus ideas, sólo sé que no existe honor ni moral en quien realiza tal acto. La ministra Yasmín Esquivel sienta un precedente bastante penoso en su actuar; debió pedir licencia a la SCJN mientras se aclaraban las dudas de su tesis, pero, al no hacerlo, incrementa paradójicamente su declive. No quisiera estar en los zapatos del rector de la UNAM, el doctor Enrique Graue Wiechers, la presión por parte del ejecutivo debe ser inconmensurable… El prestigio de la universidad puede recomponerse, pero de haber un fallo en contra de la ministra, se acercan tiempos oscuros para la máxima casa de estudios universitarios del país, que perderá su autonomía sin dejar de ser autónoma.

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