Si la memoria no me falla, fue en la clase de antropología filosófica, durante la carrera de Filosofía, donde abordamos y discutimos que “no votar” era una postura frente al mundo, una decisión ética que transgrede el “bien conducirse” social respecto a la democracia, so pena de ser juzgado. La primera entrega de este tema generó todo tipo de reacciones. Con toda sinceridad, no entiendo por qué en el mundo “progresista” en el que vivimos puede juzgarse y descalificarse una postura que invite a la inactividad por la democracia [esa ontología occidental obligada]. Estoy en mi derecho y, en todo caso, “excepción” porque así lo deseo: hoy a las “excepciones” se les llama “derechos”. Sumándome al tono social moderno: “Me siento ofendido y no representado en mi libertad porque los comentarios me reprimieron e hicieron sentir mal”… obviamente no.

En la entrega anterior hablé de cómo algunos abogados litigantes y estudiantes de Derecho del norte de México me comentaron que no les importaba en lo más mínimo ejercer su voto pues no veían ningún beneficio real, además de no conocer a los protagonistas de la realidad política del país. También comenté que quizá los estudiantes del centro o sureste tendrían otro tipo de respuestas debido a que las ideologías políticas, por doctrina, se dan mucho más en el centro del país que en el

norte; la cercanía con Estados Unidos nos presenta otra realidad donde Marx y la filosofía de la liberación de Enrique Dussel [a quien respeto] no forman parte de una discusión profunda, sino en aquellos que reviran hacia un 1968 más por romanticismo que por acción crítica y libertaria, que conjuran desde la comodidad económica un rancio pensamiento comunista.

Luego de leer la columna anterior, un par de exestudiantes de la UNAM me escribieron. Cito al menos un comentario: “Para mí la política siempre ha sido un tema ajeno [a pesar de la carrera]. Recuerdo que se nos inculcó mucho la "responsabilidad de participar. Mis votos, excepto los presidenciables, han sido completamente desinformados y, en realidad, tampoco es que los presidenciables hayan sido del todo con información contundente, solo que te bombardean con sus rostros y eslóganes y pues así uno cree conocerlos… Mi desinformación también es un poco por desinterés en investigar más de quien quiere llevar las riendas del país y también por un tema de apatía. Para mí la política es el negocio de quienes están en ella. No he visto nunca ni sentido que haya un interés genuino de ningún partido por hacer algo en pro del país y claro que es triste. No sé si voy a votar esta vez [en 2024]... Sería la primera ocasión que me abstenga”.

Una declaración sorprendente porque la decisión íntima elimina el rastro de inercia ideológica para ejercer la democracia, debido al desconocimiento real de “¿quién es el político y qué ofrece?”. Rescato estas frases: “Para mí la política es el negocio de quienes están en ella. No he visto nunca ni sentido que haya un interés genuino de ningún partido por hacer algo en pro del país y claro que es triste”. Supongo que existen políticos que se contraponen a esta idea y que luchan por la “gente” concentrada en los 2469 municipios [según datos del INEGI al 2020]. Soy escéptico ante esta idea.

Sigamos con el asunto del abstencionismo. Quienes se “bajaron” de una supuesta precontienda presidencial, desde la mal llamada “oposición mexicana”, es porque en la médula del “movimiento” las condiciones no eran aptas para evitar la fatiga

del quehacer político. Los candados fueron muchos y con muy poco tiempo, comentaron los interesados. Así, en el proceder de los no-candidatos se da un “abstencionismo” sobre las reglas, para intentar girar el barco al cauce que mejor les convenga. NO PARTICIPO DE LAS REGLAS DEL “FRENTE AMPLIO PORQUE NO CONVIENE A MIS INTERESES [está claro que no son los intereses de la gente de a pie]”. Es un mal negocio… “Para mí la política es el negocio de quienes están en ella”.

¿Por qué la gente no vota y por qué existe el abstencionismo? Por lo menos en el reducido espectro de la muestra, norte y centro dicen: … “Mi desinformación también es un poco por desinterés en investigar más de quién quiere llevar las riendas del país. Y según las respuestas de la columna pasada a la pregunta “¿Qué opinan de los candidatos?, ¿quién podría ser el mejor?”, tenemos: “Es igual, no importa”, “no nos afecta”. “No queremos salir un domingo por la mañana, luego de una fiesta, a votar.

Como mencioné antes, reduzco todo a ¿para qué votar? Me falta entender cómo se concibe el mundo en el sureste, pero intuyo que las respuestas serán muy parecidas. Si nos vamos a datos cuantitativos sobre el por qué la gente se abstiene de emitir un voto saldrán un sinfín de motivos tecnológico-sociales y el “hambre” y la “necesidad” [la pobreza] relacionadas directamente al trabajo, lo cual evita que las personas pierdan su tiempo pensando en la democracia. Todas obviedades. La política es otra forma de bohemia donde no está en juego el intelecto, sino el interés por dominar al otro a través de la demagogia.

Luego de leer la columna, un magistrado y exsecretario jurídico comentó que sería imposible que la gente no saliera a votar. “Es costumbre más que necesidad”. Ilusión, pienso yo. Repito: “No debemos votar, hay que detenernos, entender y decidir”. Sería ideal lograr ensanchar el abstencionismo generando un caos de datos y de tendencias políticas porque ayudaríamos a que la gran mayoría de los partidos en México desaparecieran. La obviedad se expresaría en un: “Si no se ejerce la

democracia, los partidos pondrían en los puestos representativos a quienes ellos eligieran”, una endogamia política, basta con prestar atención a cómo están constituidas las instituciones de nuestro tiempo. No nos demos baños de pureza. Entendamos: el abstencionismo implica anunciarle al cuerpo político que no interesan sus posturas o procederes y no hay nada que computar; el voto nulo computa, pero no hay nada para nadie. Ocurre con la democracia como con la vacuna contra el COVID-19, la introdujiste en tu cuerpo por la presión social de un bienestar común. El voto por despensa y asistencia social es también otra forma de presión social a partir de la pobreza.

La entrega pasada hablé de los tres precandidatos que se encaminan a la lucha interna del partido en el poder. Al paso de las semanas veo, no sin sorpresa, como Marcelo Ebrard llega desgastado a la contienda con reclamos y señalamientos. En el caso de Claudia Sheinbaum, se mantiene, aunque sin brillar, y Adán Augusto espera, no a la deriva, pero sí a trote listo. En cuanto a la oposición, que encontró en Xóchitl Gálvez a la figura que se opondrá a los personajes en cuestión, no hay mucho que decir. Sí pienso que es una excelente aliada del presidente para desinflar en la medida de lo posible a Sheinbaum para cederle al paso a otro protagonista y qué mejor forma del titular del ejecutivo de librarse de culpa al desinflar a su “hija”.

Gálvez es una excelente distracción mediática. No trae a la masa bajo su brazo como se pretende hacernos creer apenas despunta en ciertas partes del centro del país. No olvidemos que es la imagen la que seduce al pueblo mexicano y Gálvez posee la mejor imagen por encima de los otros. Como estratega, yo no perdería el tiempo intentando conquistar la presidencia, como MORENA pide: “Vota todo MORENA”. Yo me concentraría en llamar a la campaña: “El congreso para todos”, esa máxima reorganizada desde el marketing sería el discurso adecuado para Xóchitl Gálvez.

Noah Webster, Ambrose Bierce, Franklin D. Roosevelt, Thomas Jefferson y G.K. Chesterton, todos hablan del ejercicio del voto como un deber cuasi espiritual y sagrado, un acto inviolable de libertad que todos debemos cumplimentar. Después de leerlos no hay un solo argumento que me incline a tomar una boleta electoral que además me brinde libertad. Ellos, al igual que los políticos más carismáticos de todos los tiempos, son actores que han sumado a la cultura un deber obligado que nos lleva a validar todo tipo de personajes deleznables.

Invito a no votar y a disfrutar del caos que pudiera generarse, o no, a partir de esto. México, en su infinita alma revolucionaria, es un país apacible que ha soportado en su nómina democrática a un sinfín de políticos profesionales, esos que son tan peligrosos que no pueden operar fuera del poder porque sencillamente no sabrían cómo hacerlo. Tumbemos pues las métricas de participación ciudadana, la redefinición del voto de castigo no está en la boleta electoral sino en la inactividad.

Me comentan que es irresponsable llamar a no ejercer el voto cuando el país necesita urgentemente un cambio de rumbo: “votarán los que tienen despensas y los manipulados”, por supuesto que lo harán y esa es la encrucijada… ¿pero acaso no somos un país que se presume ilustrado? ¿Qué harán quienes no reciben despensas? ¿Qué se tendría que reclamar y a quién?

¿Por qué no votan los mexicanos? A quién le importa cuando el ideal de bienestar es inalcanzable. Mientras que no se regule la participación del político en el quehacer de su acceso al poder, no vale la pena votarlos porque les otorgamos un valor sempiterno que no valoran. Se votan a sí mismos y somos parte de esa corrupción. Tres palabras: Manuel Bartlett Díaz.

Hugo Alfredo Hinojosa

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