Hace unos meses conversé con Ian McEwan. La reunión se dio en torno a la publicación de la última novela del autor titulada “Lecciones”, obra de tinte familiar de la que no escribiré sino hasta otra entrega, porque el momento histórico me urge a abordar otro tema y obra del escritor. Prometo regresar a “Lecciones”, donde las cuitas del autor y su punto de vista de la guerra, así como de la tecnología son únicas y deben escribirse evitando la metafísica literaria.

McEwan es un escritor directo y comprometido con la crítica al ejercicio del poder. Quienes tomamos la pluma para plasmar nuestra visión del mundo tenemos bastante que aprenderle.

Hacia finales de la pandemia cayó en mis manos “La cucaracha”, una sátira política de McEwan y homenaje a Franz Kafka por el retrato de la burocracia absurda. Para los lectores acostumbrados a la vastedad de “Atonement” y “Machines like me”, aquella fue una obra inesperada, por su brevedad, y divertida por el escarnio que hace de la clase política occidental. A la inversa de la fábula de Kafka, una cuchara despierta convertida en hombre [vaya metáfora] y esa cucaracha es el primer ministro del Reino Unido, acompañado de su séquito de insectos que compone el gabinete del otrora imperio inglés, sorteando la mierda de las calles.

Esta pieza es una clara alusión al discurso político inglés en torno al Brexit y sus absurdos. El personaje principal de la novela, Jim Sams, nos recuerda a Theresa May y a Boris Johnson, exministros y artífices del proyecto de la salida del Reino Unido de su alianza con la Unión Europea, hasta la fecha recordada por venderle a la isla una idea gris del cambio político; recordemos que los ingleses no se consideran parte de Europa, se refieren a la tierra firme como un universo aparte. En defensa de los ingleses, apunto que quizá huían de las propuestas migratorias de la Unión Europea que hoy aquejan a las culturas del viejo mundo, entre otros temas. Debemos reparar en esa conquista islámica, pues no sirve de nada negar lo evidente y, en ese sentido, el Brexit llegó demasiado tarde al Reino Unido.

Respecto a “La cucaracha”, a lo largo de los años he aprendido que no existe nada peor que un político de carrera herido. No los culpo, es difícil no saber hacer nada más en la vida que no sea administrar el poder y las influencias. Un político al borde del precipicio es capaz de todo, incluso de convertirse en presidente de la república sin desearlo. Abundan ejemplos de líderes y funcionarios que terminan en los cargos en aras de mantener el liderazgo, no de un movimiento, sino tan solo de su idea de democracia, país o gobierno. No es lo mismo gozar del privilegio del grito, las marchas, la confrontación sin ideales de peso [pero aplaudidas desde el rencor de clase arraigado en el sentir] que trabajar con coherencia por el “país”. Esos “líderes” desde el cargo público fracasan en satisfacer las necesidades de un país que urge a los funcionarios a solventar problemas allende el discurso libertario y decimonónico en pleno siglo XXI, y esto es lo que potencia McEwan en su novela: la vida de unos insectos llegados al poder sin desearlo, que preferirían rondar la inmundicia alejados de la operación política que sirve a la gente.

La idea de las cucarachas-humanas de McEwan para gobernar la isla, por cierto, se basa en poner en marcha un programa de gobierno llamado “reversionismo”, esto es: el dinero modifica su tránsito y ahora pagas por trabajar y te pagan por gastar. Al parecer, la idea es tan magnífica que solucionará todos los problemas de la isla. Es una idea llevada a un límite, ¿les parece familiar? Es una trampa de salarios muy interesante. Lo dejo a su reflexión.

No describiré aquí el final de la novela, no obstante, en la brevedad de su universo me generó un sentimiento de abandono profundo respecto al ejercicio político. Veo en los personajes de McEwan el mismo abandono intelectual que nuestros protagonistas políticos de carne y hueso. En México, aquellos que pretenden llegar a las puertas de las instituciones no se distinguen por su inteligencia, lo cual se torna angustiante. Lo anterior me lleva a comprender que hoy la política no se trata pues de ideas ni de movimiento en sí, sino de un afianzamiento de la estupidez a partir de la ciudadanía, lo cual es gravísimo. En la medida en que la política adelgaza el raciocinio de  ciertas partes de la masa votante, para no generalizar, entramos en un juego donde la estupidez creíble, por la empatía, es ideal para ejercer la política en sí como una moneda de cambio entre pares, y es lo que potencia McEwan a lo largo de su novela, un ejercicio del poder desde la ocurrencia y por eso relaciono su ficción con nuestro país.

Si bien la analogía de las cucarachas como políticos no tiene nada de original, me gustaría refrendar mi postura de no ejercer el voto que se espera en estas elecciones. No existe mejor insecticida para anular la imbecilidad que eso. El arribo del presidente en turno tuvo que ver con un temor a que el país entrara en una fuerte etapa de rebeliones que podrían derivar en violencia extrema, levantamientos de células de autodefensas y empoderamiento del crimen organizado: justo lo que hoy ocupa las ocho columnas y los noticieros. La tendencia política nos debe invitar a anular aquello que ha descompuesto al país en esos rubros debido a que quienes gobiernan no deseaban la silla, sino la libertad del ejercicio de la queja infinita. Es rentable y mantiene vivas ciertas utopías bizantinas.

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