El Tratado de Libre Comercio de América del Norte tenía en sus inicios la idea de un acuerdo que iría más allá de lo comercial y consolidaría una zona de integración próspera y solidaria. Esa era la expectativa, competir la Unión Europea y Asia, no sólo en la venta de mercancías sino en un espacio donde las personas circularan libremente y crecieran juntas. Hoy Estados Unidos, Canadá y México se conforman con el comercio y dejan para mañana la migración, la cooperación en tecnología y educación.

Esta semana celebramos que se haya salvado el NAFTA 2.0 o T-MEC, que es una actualización de lo que ya teníamos, reglas escritas para el comercio entre los tres países. Y no es para menos, este intercambio representa más de $1.3 billones (trillion) de dólares para sus economías.

Un logro de los negociadores fue que 10 de 34 de los capítulos que integran el T-MEC sean de “nueva generación”. Resalta la modernización en comercio digital, medio ambiente e inclusión de las pequeñas y medianas empresas. 94% de las compañias de EU que exportan bienes a Canadá y México son PyMES. Por razones obvias, la economía informal y el comercio ilegal no se detallaron en la gobernanza del acuerdo.

Hay cantos de triunfo, mas este no es momento para usar al tratado como hamaca, sobre todo en el lado mexicano. A principios de los noventa, México era atractivo para estadounidenses y canadienses, no sólo como miscelanea o mercado para hacer negocios, sino como un socio, lugar para vivir con la familia o un país para estudiar. ¿Qué ha pasado con la idea de compartir una región común y no sólo la cartera? El nombre Norteamérica no está escrito en el nuevo convenio.

En el contexto del covid-19, la Unión Europea ha contrastado nuevamente con su espíritu de integración. El fondo de recuperación europeo (€750,000 millones de euros) tiene un alto componente solidario. El coronavirus ha reactivado la cooperación financiera europea, pero también la laboral, médica e incluso fondos para una vacuna y prevenir rebrotes. Se llaman europeos unos a otros, con respeto y orgullo, pese al golpe que ha significado el Brexit y el resurgimiento de nacionalismos.

En Norteamérica las buenas semillas han sido difíciles de cuidar y caen en el olvido. En EU presidentes como George Bush padre y Bill Clinton mejoraron la retórica que se tenía sobre México antes del NAFTA (TLCAN). Se pierden también las palabras del ex presidente Ford en la firma del tratado y se menosprecia su trascendencia: “En mi juicio, el NAFTA es la consecuencia de lo que se ha hecho en el periodo posterior a la segunda Guerra Mundial para comenzar un nuevo esfuerzo global” y “México es un vecino que está creciendo y teniendo éxito, deberíamos de estar felices”.

México generaba incluso entusiasmo en la juventud de EU y Canadá. Recordemos que en mediados de los noventa había canadienses que estudiaban una carrera completa en universidades mexicanas. Ya no abundan y a los estadounidenses sólo se les vé en cursos cortos. No existe un grupo amplio de retirados de Canadá en destinos mexicanos y los de EU no han aumentado potencialmente. Esta claro. La integración profunda no significa sólo que haya más mexicanos comprando en San Antonio o estadounidenses y canadienses vacacionando en Cancún. Urge compartir vecindarios, cooperar en salud y educación, superar muros con legalidad y solidaridad. Ese es el siguiente paso.

Hoy debemos estar alegres, aunque el nombre de Norteamérica no aparezce en el T-MEC, EU, Canadá y México siguen siendo vecinos. La geografía no va cambiar. Las empresas han generado una ética de trabajo que sí cumple las promesas del NAFTA: calidad, un auto BMW producido por un ingeniero mexicano, comprado por un empresario de EU o una abogada canadiense. Aunque más lento que en Europa, los idiomas comunes superan fronteras, la cultura, el español, francés e inglés disuelven los discursos de odio. La mariposa monarca sigue cruzando los tres países, libre, digna y sin pasaporte, como símbolo de la integración regional.

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