El huracán Otis ha demostrado, entre otras cosas, que Acapulco ha quedado fuera de la agenda internacional. Llegan pocos aviones de asistencia humanitaria y los turistas extranjeros escaseaban ya por distintas razones.

Quizá lo más grave son las advertencias de varios países, de no visitar ni Guerrero, ni Acapulco, por la violencia y otros males, incluso en fechas previas al desastre. Copérnico, el observatorio de la Unión Europea expone daños en por lo menos 6,200 hectáreas, lo que empeora con las estimaciones de más de medio millón de personas damnificadas.

Esta tragedia nos hace repensar la crisis social de este puerto y como convertirlo un destino turístico competitivo una vez más. Se requiere de un gran esfuerzo para que reviva en el mapa mundial, como fue en la Nueva España o a mediados del siglo XX.

Sería ingenuo pensar que una metrópoli con casi un millón de habitantes puede desarrollarse con sólo el turismo como motor económico y con poca inversión extranjera. Además del comercio portuario, la ciudad tiene condiciones para ser un clúster logístico y aéreo, e industrias poco contaminantes relacionadas con las tecnologías de la información y los nómadas digitales.

El establecimiento de un distrito financiero, junto con la derrama económica, se acompañaría de empleos calificados y bien remunerados, atractivos para personas de todo el mundo. Lo mismo aplicaría para empresas culturales y de entretenimiento. Pero la principal limitante para todas estas posibilidades parece ser la violencia.

El Departamento de Estado de Estados Unidos restringe y prohíbe la presencia de sus ciudadanos y funcionarios en el Estado de Guerrero y su principal ciudad, Acapulco, en distintas circunstancias. Por ejemplo, el pasado 22 de agosto se alertó de proliferación de crimen y violencia, que incluye desde bloqueos carreteros hasta secuestros. En la opinión pública estadounidense, periódicos como el Boston Herald comunicaron desde enero que el riesgo de viaje era el más alto, el nivel 4. Similar al de Siria, un país en guerra.

Canadá y Reino Unido han limitado las llegadas a Acapulco por temas de seguridad, en razón al crimen y en particular, al crimen con violencia. Los viajeros de la Unión Europea y Japón también lo visitan menos, frente a destinos como Cancún y Los Cabos. Las líneas aéreas internacionales no lo tienen como prioridad por razones comerciales y es poco considerado para vuelos transatlánticos directos.

En este momento, es urgente atender la emergencia humanitaria con asistencia de gobiernos comprometidos con México como los miembros del G20 y los hispanoamericanos. Asimismo, hay medios comunicación internacionales que están dispuestos a apoyar y organizaciones no gubernamentales, por citar algunas: Cruz Roja Internacional, Convoy of Hope, Salvation Army o World Central Kitchen, que amplían las posibilidades de donaciones de comida, medicinas y servicios básicos.

En el mediano y largo plazo, el futuro de Acapulco debe de ir más allá de la nostalgia de la época dorada del puerto. El imán que despertaba con Elvis Presley y Marilyn Monroe, es anecdótico igual que los cruceros de los años 80 como el Pacific Princess.

Una metrópoli de estas dimensiones debe ser más que un punto turístico de la Ciudad de México. Puede ser un centro cultural y económico global como Estambul, Dubai o Miami. Con seguridad, tiene todo el potencial para lograrlo.

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