Desde que a principios del siglo XX se puso de moda usar para el descanso las áreas verdes que antaño se extendían por nuestro Zócalo capitalino, la costumbre de echarse un sueñito en algún lugar discreto de nuestro entorno urbano se convirtió en una tradición que muy pronto fue adoptada por muchos oficinistas y en especial aquellos al servicio del Estado.

Cualquier lugar era bueno para restituir las energías del trajín cotidiano. A los jardines cercanos a las secretarías de gobierno del primer cuadro de la ciudad, solía llegar una legión de taciturnos bostezadores que hipócritamente comenzaban a merodear los islotes de césped para encontrar un rinconcito y posar su agotada humanidad por un buen rato.

En un reportaje de color aparecido en 1956, un conserje daba santo y seña de los muchos lugares que escogían los oficinistas para llevar a cabo sus siestas vespertinas.

Las bodegas de papelería, las oficinas abandonadas o en reparación e incluso los cuartos para guardar escobas, resultaban lugares ideales para dormir tranquilamente.

Poco a poco los oficinistas expandieron sus terrenos para echarse sus “pestañas” clandestinas, utilizando incluso las azoteas de sus centros de trabajo, mismas que cobraron la fama de “patio de recreo” donde se podía fumar a gusto el cigarrito, terapiar a la secretaria de buen ver, y por supuesto, “dormir la mona”. Con el paso de los años, cuando se hizo obligatorio dotar a los grandes edificios de oficinas de su propia área de estacionamiento, muchos trabajadores encontraron en sus automóviles el dormitorio perfecto para apaciguar la pesadez de los párpados.

Curiosamente, durante el faraónico México de los años 70, muchos funcionarios con grandes oficinas comenzaron a instalar recámaras contiguas para supuestamente “tomar siestas y estar frescos para sus compromisos”.

Después de tener acceso a una de estas recámaras-oficina que pertenecía a un alto funcionario muy amigo del Negro Durazo, un colega periodista fue suspendido por los directores de un desaparecido periódico al escribir un reportaje y preguntar a las autoridades cuál era la utilidad de que el susodicho mandamás contara con una King Size de agua, burós de mármol y espejos en las paredes y el techo (para “verse del revés” como dice la canción de Joaquín Sabina). Y aunque dicen que esos tiempos ya terminaron, muchos afirman que ahora nuestros políticos se dedican a dormir despiertos las 24 horas del día o como dice don Chuchito el bolero: “a hacer política en piloto automático”.


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