La reapertura de numerosos negocios de comida en el pico de la pandemia ha generado un visible relajamiento de las precauciones contra el Covid-19, pero sobre todo del temor al contagio que hasta hace unos meses cubría con su velo a los hogares mexicanos.

Al igual que la época decembrina, donde pevalece el pensamiento mágico y se crea una atmósfera propicia para el festejo. Volvemos a ver cafés llenos en las colonias más cosmopolitas como la Roma, la Condesa, la Cuauhtemoc, charlas sin cubrebocas y sin sana distancia. Todos, absolutamente todos, aseguran que se están cuidando o que los amigos con los que se reunieron se están cuidando y que la novia o el novio se está cuidando y que en esa reunión de cumpleaños todos se estaban cuidando y que en la comida de la oficina todo se cuidaron.

Dentro de ese pensamiento mágico han surgido palabras que en realidad no existen como “sanitizar” que pareciera estar a sólo una letra en el anagrama para “satanizar” (risas). También nos acostumbramos a que antes de entrar a un establecimiento debemos pisar un tapete con desinfectante, se nos tome la temperatura y se nos invite a ponernos gel de manos, si somos asintomáticos y tocamos ese pequeño grifo no importa, tampoco si lo era el cliente que previamente oprimió el chisgete del gel con su “mano santa”, la idea es dar buena imagen.

Hace un par de días me encontraba formado para pagar en una tienda cercana al establecimiento de una cadena de Sushi ubicada en avenida Insurgentes. Delante de mí, ataviado con uniforme y gorro negro, se encontraba uno de los cocineros de dicho restaurante comprando un refresco y unos cacahuates japoneses. Sacó un billete con su “mano santa”, el encargado le devolvió con su “mano santa” el cambio en monedas y a continuación, sin ponerse gel ni nada después de tocar el dinero, el cocinero abrió la bolsa de botana y comenzó a llevar los cacahuates con su “mano santa” a su boca.

Me dio curiosidad tal muestra de amnesia por el riesgo a adquirir covid-19 de un encargado de preparar comida para terceros y al salir de la tienda decidí seguir unos pasos al cocinero, quien terminó de comer la bolsa entera (con su “mano santa”), después tocó el picaporte de la entrada trasera del restaurante de sushi (con su “mano santa”) y entró hacia la cocina.

Ingenuamente me dije que antes de ponerse a preparar los alimentos de la clientela se lavaría las manos o se pondría gel, pero no, al entrar al área de delivery rápido que se encuentra en la calle posterior, paralela a insurgentes y desde la cual es visible toda la cocina, comprobé que el susodicho comenzó de inmediato a cortar los tomates con su “mano santa” sin desinfectar, los acomodó en una especie de ensalada (con su “mano santa”) y hasta vació aderezos en dos recipientes de una óden para llevar (con su “mano santa”). Obviaré el nulo resultado de mis comentarios al gerente del lugar.

Comentaba con una querida amiga el problema de la “mano santa” en la mayoría de los establecimientos y cómo actualmente es el talón de aquiles hasta en los más altos protocolos. Cenamos en un restaurante de carnes, todo parecía con muy alto nivel de seguridad, el gerente y los meseros con mascarillas y cubrebocas. Sin embargo, el riesgo comienza desde que en la cocina el encargado pone con su “mano santa” los platos en las charolas, cuando el mesero coloca los cubiertos con su “mano santa” en la mesa y después toca con su “mano santa” los bordes de los platos y las tazas. Fuera del pensamiento mágico y del consabido “todos se están cuidando”, es imposible saber si alguno de ellos es asintomático, si olvidaron lavarse las manos o ponerse gel antibacterial, como el cocinero del sushi.

Mi amiga le pidió amablemente al mesero que se pusiera guantes para servir los platos e instantes después lo veo a lo lejos sacar con la “mano santa”, aún sin desinfectar aquellos aditamentos para colocarlos en sus manos. Puro humor involuntario.

Los restaurantes, por más altos estándares de higiene que manejen no podrían pagar pruebas de Covid de casi tres mil pesos para cada uno de los miembros de su personal de cocina o servicio, mismas que tendrían que hacerse por lo menos cada 15 días para que hubiera una vigencia en la seguridad, ya ni hablar de cafeterías o fondas que apenas han sobrevivido a la crisis.

Entonces, ¿que nos queda en esta reapertura en semáforo naranja? Ceñirnos a la ilusión de seguridad, al pensamiento mágico anti Covid, al “todos se están cuidando”, “todo está satanizado”… perdón “sanitizado”.

Pero regresemos a la “mano santa”. El puesto de tacos de canasta de la esquina de mi casa vende entre mil y mil quinientos tacos diarios a todos los oficinistas de la zona. Un negocio próspero, los dos hermanos que lo llevan presumen sus camionetas de lujo. En el puesto, gel antibacterial, los platos de plástico los entregan envueltos en una bolsa, misma que se intercambia para cada cliente

-por higiene- dicen.

¿La falla? El encargado, con la misma “mano santa” que tocó el dinero para cobrar a los clientes y que durante todo el día olvida desinfectar, coloca una nueva bolsa para cubrir cada plato, a veces pasándole toda la mano para sacar las burbujas de aire. Su consanguineo recibe el plato con su “mano santa”, también sin desinfectar y coloca los tacos encima del plato con bolsa. Los clientes ven aquello, en sus narices y ni se inmutan, salvo uno al que que en días pasados sorprendí reclamándoles por esa falta de higiene. Solamente recibió risitas de burla y hasta una bonita despedida: “¡No te vayas a enfermar pin… fifí!”.

Quizá la medida mas efectiva y que deberían adoptar otros establecimientos la encontramos recientemente en un café de la delegación Benito Juárez, donde se puso a disposición de la clientela un horno de microondas con un letrero: “Para su tranquilidad por el Covid, puede calentar adicionalmente sus alimentos, recomendamos 30 segundos, sólo pulse el botón de inicio. Desinfecte sus manos antes de abrir el horno, depués de pulsar el botón, antes de tomar el plato calentado y después de cerrar el horno.”

Demás está repetir lo que hemos escuchado hasta el cansancio en estos meses, frases que parecieran ya estar encadenadas a cada una de nuestras neuronas: el Covid-19 permanece en superficies de metal (cubiertos, picaportes, utensilios de cocina, mesas, sillas), plástico (bolsas, envases), cartón y papel (cartas de restaurantes, sobres de azúcar y endulcorante) aluminio (latas de refresco) vidrio y cerámica (vasos, platos, tazas).

Definitivamente el pensamiento mágico no va suplir que quienes cocinen o sirvan la comida en esta reapertura desinfecten sus “manos santas” a cada momento, antes de servir cada plato, antes de colocar los cubiertos, antes de llenar las azucareras, antes de colocarse el cubrebocas, después de tocar un picaporte, después de tocar alguna superficie, después de cobrar a un cliente, después de contar sus propinas, después de hablar por el celuar… no sé usted, pero yo la veo difícil… así que mejor respirar hondo, mostrar una sonrisa, entrar al pensamiento mágico para no enloquecer y repetirnos como un mantra una y otra vez: “todos se están cuidando, todos se están cuidando”.

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