¡Pino fresco patrón, sin asolear, le damos precio!, era la perorata que desde principios del siglo XX se integró al argot navideño, que a más de un capitalino le costaba el aguinaldo y a otros los colocaba en el camino dorado del éxito empresarial.

350% era la cifra que en 1947 calculaban los economistas de la ciudad, como la que correspondía a las ganancias de los comerciantes de árboles de Navidad, sobre todo aquellos que se instalaban en los mercados, supuestamente populares, pero cercanos a colonias de abolengo.

Después de la segunda mitad del siglo XX, los productores de pinos, así como las empresas que los importaban desde el país del norte, hacían su venta desde noviembre en las zonas limítrofes de la ciudad, donde camiones y trailers descargaban lotes enteros de olorosos pinos, mismos que al ser adquiridos por intermediarios creaban varios filtros urbanos con distintos precios.

Los primeros eran lugares como Xochimilco, La Merced y, décadas después, el mercado de Jamaica, donde los arbolitos se ofrecían por precios razonables, aun cuando su primer comprador ya había duplicado sus ganancias.

Los comerciantes de plantas y flores de los mercados cercanos a las colonias de poder adquisitivo medio como la Roma, Juárez, Condesa, Polanco y Del Valle adquirían en estos sitios sus lotes, mismos que ofrecían con una ganancia de tres y media veces su inversión, dinero que bastaba y sobraba para compensar los pinitos que no se vendían y que se secaban cual chicharrón bajo los rayos del sol.

Por supuesto no todo era negocio, había que destinar una corta a los inspectores delegacionales, quienes desde los años 60 castigaban, ni tardos ni perezosos, a los malos pagadores, confiscándoles toda su mercancía en las famosas camionetas con el logo del DDF.

El negocio era tal, que incluso se castigaba con cárcel a los comerciantes ambulantes que por esos años cometían la osadía de ofrecer los arbolitos de puerta en puerta, debidamente enrollados en un carretón. En el negocio de la Navidad no había cabida para descuentos y menos para anarquistas de la venta.

Según se cuenta, desde 1973 se creó un acuerdo entre los altos líderes del ambulantaje, los de los puntos de abasto y los jefes delegacionales para concentrar el comercio en los mercados, a cambio, por supuesto, de favores políticos para ocupar otras zonas de venta el resto del año.

Hoy la desigualdad de los precios en los arbolitos de acuerdo a la zona es escandalosa. El mismo árbol de tamaño mediano que en el mercado de avenida Coyoacán, en la Del Valle, le cuesta 2000 pesos, lo encuentra en 750 en el mercado de Jamaica de Congreso de la Unión. Todo para que a mediados de enero sea llevado por los reyes magos del camión de la basura ¡Y conste que nos encanta la Navidad!

homerobazanlongi@gmail.com
Twitter: @homerobazan4

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