En estos tiempos de pandemia uno agradece cualquier cosa que lo aleje de las noticias funestas.
Al hacer limpieza de mis libretas de apuntes, descubrí una anotación sobre los ríos de la ciudad de México, gracias a una charla que escuché años atrás entre dos señoras, quienes recordaban sus paseos por Churubusco y una de ellas mencionó su niñez cerca del Río Consulado.
"Uno ahora ve tanto carro, tanta construcción, que quién se va a imaginar que antes la ciudad estaba llena de bosque y agua que corría por todas partes", afirmó, lo recuerdo, una de ellas, mientras esperaba a ser despachada en el mostrador de la farmacia.
En 1927 se hacía pública la noticia de que la antiquísima vía pluvial del río Consulado que atravesaba algunas de las barricadas de diversas colonias y además era el último recuerdo de los antiguos sistemas que alguna vez abastecieron a la hermosa Ciudad de los Palacios, estaba condenada a desaparecer.
No pocas veces la corriente, contenida por una romántica obra de ingeniería colonial, se había desbordado a causa de las lluvias sobre diversos puntos de la ciudad, dejando en la peor situación a innumerables barrios habitados por numerosas familias de escasos recursos.
Pero pocos se imaginaban que el anuncio era muy prematuro, pues tuvieron que pasar 13 años para que la obra fuera una realidad. Fue en el año de 1940 cuando el Departamento de Obras Hidráulicas de la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas finalizaría la construcción de varias presas en lugares cercanos al valle con el propósito de prevenir las temidas inundaciones que, en esos tiempos, eran cosa de todos los días en el Distrito Federal.
No obstante el esfuerzo sobrehumano y económico que significó la realización de esas obras, muchos recuerdan también esa época como el año en que murieron los últimos ríos del Distrito Federal.
Con un costo exorbitante para la época, ¡siete millones de pesos! Los ríos Churubusco, La Piedad y Consulado fueron sellados de una vez por todas.
Sin embargo, no fue fácil, muchos urbanistas describieron durante meses la verdadera proeza de ingeniería que significó construir en inaccesibles lugares las presas de Texcalatlaco, Coyotes, Anzaldo y San Jerónimo que dirigían las aguas del mencionado río Churubusco hacia los terrenos del pedregal de San Ángel donde eran absorbidas y vaporizadas; así como las gigantescas presas de Mixcoac, Tacubaya, Becerra, Tecamachalco, Tornillo y San Joaquín, que dirigían las aguas de la Piedad y Consulado hacia la corriente del Río Hondo.
1940 y 1941 fueron también años recordados como los más problemáticos en materia de obras y control de aguas.
Algunos lugares debían permanecer secos por encontrarse en zonas de gran tráfico peatonal y vehicular, pero existían también esos sitios tradicionales que se encontraban en peligro de secarse, como era el caso del lago de Xochimilco, el último vestigio de la vida de nuestros antepasados con sus numerosos canales y chinampas.
El 23 de junio de 1941, el ingeniero Vidal Cortés, subsecretario de Comunicaciones y Obras Públicas, declaró que toda el área del lago se encontraba a punto de secarse.
Los niveles de agua habían bajado casi a la mitad en tan solo unos años, debido a que los ejidatarios abrían canales para derramar el vital líquido sobre sus terrenos y así ahorrarse la instalación de tuberías.
Para evitar la total sequía de Xochimilco, el funcionario pedía la urgente cooperación de la Secretaría de Comunicaciones y también, aunque suene extraño, de la Secretaría de Agricultura y Fomento, pues el problema era complejo, ¿la razón?
Al bajar el nivel del agua durante algunos años, quedaron poco a poco al descubierto algunas zonas que eran aprovechadas para la siembra por agraristas, quienes obviamente no deseaban que el lago recuperara su nivel de agua normal por temor a perder sus tierras gratuitas y ganancias extra.
Pelearon con uñas y dientes, hicieron escándalo público, pero al final fueron puestos en cintura, porque el tradicional Xochimilco no podía desaparecer solamente por la ambición de algunos cuantos.
Hoy, en medio de numerosas obras viales, cierres de calles, y caos vehicular, la imaginación no alcanza para pensar en aquella antigua ciudad colmada de ríos.
Es por esta razón que la otra vez me sorprendió mucho encontrar junto al estacionamiento de unos amigos que habitan en los multifamiliares de Avenida Universidad y Churubusco, uno de los últimos vestigios de tramos de río que existen en la ciudad y que corre silenciosamente cerca del bullicio urbano… decían nuestros antepasados: la corriente de un río, no se contiene tan fácilmente.
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