Recientemente, en este diario se mostraron los graves efectos de la llamada Esguinzadora 3000, una acera del Centro Histórico de la CDMX donde las cámaras de seguridad muestran constantes tropezones, caídas, esguinces dolorosos. Todo a causa de un desnivel casi imperceptible. El video de El Universal denunció un problema que cada vez se hace más grave para los peatones de nuestra capital y de todo el país.
Para millones de capitalinos, la banqueta no es un espacio de tránsito seguro, sino una carrera de obstáculos que cobra factura. Mientras las autoridades centran su atención en las grandes obras viales y el eterno problema de los baches, bajo los pies de los peatones se gesta todos los días una crisis de salud pública y movilidad silenciosa: el deplorable estado de las aceras.
Caminar por la Ciudad de México se ha convertido en un riesgo físico. Se estima que el mal estado de las banquetas, agujeros, raíces expuestas y baldosas sueltas, ocasiona decenas de lesiones al mes que trastornan la vida de los transeúntes.
Sin embargo, se habla poco o casi nada de que el enemigo más insidioso no es sólo el bache, sino la inclinación. En un recorrido por diversas alcaldías, se observa cómo hasta un cincuenta por ciento de las aceras presentan pendientes laterales pronunciadas. Este fenómeno tiene una causa clara: la proliferación descontrolada de rampas vehiculares para edificios habitacionales y oficinas.
Actualmente, existe una alarmante falta de regulación específica que limite la instalación de rampas de garaje sobre la superficie peatonal. Los desarrolladores inmobiliarios y particulares suelen priorizar el acceso de los automóviles, mutilando la horizontalidad de la banqueta para crear pendientes que faciliten la entrada de vehículos.
Este diseño urbano agresivo impacta directamente en la salud, especialmente en los adultos mayores, quienes padecen artritis y encuentran en estas inclinaciones un dolor constante en rodillas y cadera al intentar mantener el equilibrio. Asimismo, para las personas que sufren de fascitis plantar, caminar sobre superficies irregulares y con ángulo inclinado dispara la inflamación y el dolor punzante en el talón.
"A las autoridades les vale gorro. Nunca han regulado las rampas para vehículos en nuestras aceras. Prefiero caminar por el arroyo vehicular, junto a los coches, que por la banqueta. En la calle el suelo es plano; en la banqueta, mi tobillo va sufriendo con cada rampa de edificio", comenta Arturo Jiménez, un pensionado de 70 años en la colonia Juárez.
Esta situación explica un fenómeno creciente en la capital: peatones que abandonan la acera para caminar por el asfalto. No es una imprudencia voluntaria, es una decisión de supervivencia física. El objetivo es simple: encontrar un suelo regular que no lastime las articulaciones, aun cuando esto signifique exponerse a ser arrollados.
“Mire esta calle, es angosta y apenas si pueden ir dos personas lado a lado, pero si cuenta las rampas de inclinación para vehículos tan solo en 100 metros, verá que hay más de 10 de ellas, dejando solo un pequeño porcentaje de tramos planos. Por eso muchas personas de la tercera edad preferimos bajarnos a la calle, con el riesgo que eso significa”, menciona la señora Ana, quien vive en la calle de Fresas en la colonia Tlacoquemecatl Del Valle, una de las más denunciadas por rampas esguinzadoras.
A pesar de la gravedad, este tema ha sido prácticamente ignorado y brilla por su ausencia en las agendas de políticas públicas urbanas. Mientras los baches en el pavimento generan quejas constantes de los automovilistas, las banquetas rotas e inclinadas son vistas como un mal inevitable del paisaje chilango. El problema de las aceras, sumado al de los baches y la falta de iluminación, ha configurado una crisis de seguridad peatonal y circulación ciudadana.
“Lo más grave es que se echa mucho la culpa a las raíces de los árboles y no falta el chango exagerado que manda retirar alguno con algún contacto corrupto de la delegación. Pero la verdad es que son las construcciones planeadas por arquitectos egoístas las que crean el problema. Algunas rampas incluso tienen un escalón de hasta 30 centímetros para subirlo desde la acera plana de manera horizontal. Trate de subir así y que su pie se apoye de manera inclinada, verá el dolor instantáneo que siente”, menciona don Samuel, vecino de la Cuauhtémoc.
Lo cierto es que una ciudad que no garantiza que su población más vulnerable pueda caminar de forma horizontal es una ciudad que falla en su derecho a la movilidad. La Ciudad de México urge de una normativa que devuelva la horizontalidad a las banquetas y sancione la construcción de rampas que ignoren la ergonomía del peatón. De lo contrario, seguiremos siendo una urbe diseñada para los motores, mientras sus habitantes caminan, literalmente, con el dolor a cuestas.
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