Es ingenuo pensar que la iniciativa de la senadora morenista, Soledad Luévano, para eliminar la separación de la Iglesia y el Estado fue una acción independiente de una legisladora que de pronto se vio inspirada por la devoción guadalupana.

Luévano jamás se ha dedicado a temas religiosos ni se le conoce mayor vínculo con organizaciones de feligreses. Su verdadera relación es con Ricardo Monreal, quien una vez más promueve una iniciativa por la libre que no guarda vínculo alguno con las prioridades y el programa de la 4T que ganó en las urnas.

Solo hace falta ver quién es Soledad Luévano y cuál ha sido su relación con Monreal: zacatecana igual que él, fue su secretaria de Finanzas en el PRI estatal, oficial mayor cuando era gobernador, y con su apoyo se convirtió en diputada local, senadora y presidenta de la Comisión de Administración del Senado. En la política zacatecana es sabido que Luévano lleva la ordenanza de Monreal y es quien le ha manejado los dineros.

Ahora que el presidente se ha deslindado de la iniciativa, Monreal esconde la mano y juega al distraído. Argumenta que la propuesta no tiene vinculación con el grupo parlamentario, cuando la semana pasada adelantó, en una entrevista a René Delgado, que “una senadora” iba a presentar una iniciativa sobre “un tema de libertad religiosa” y lo defendió con el argumento de que “hay que quitarle los mitos y tabús” al asunto (shorturl.at/elyN1).

El propio Monreal ha venido conversando con organizaciones religiosas desde hace meses. Según consignan Bernardo Barranco y Roberto Blancarte en su libro AMLO y la religión, en julio de este año, el senador convocó a una amplia reunión en el Senado a la que acudió el secretario de la Conferencia del Episcopado Mexicano y unas 30 organizaciones agrupadas en la Confraternidad Evangélica de México.

A partir de esa reunión —en la que no se vio a la senadora Luévano— asesores del Senado, abogados y organizaciones religiosas comenzaron a discutir cambios a la Ley de Asuntos Religiosos. La iniciativa —como se ha visto— está impregnada por el lenguaje y los intereses de esas organizaciones. Uno de sus integrantes señaló para esta columna que el texto recoge “hasta el 70%” de lo que han estado reivindicando durante años.

La senadora Luévano ha actuado por instrucciones de su jefe político, alguien cuyo juego tiene cada vez más que ver con una desmedida ambición política personal que con el proyecto de la 4T o la lealtad al presidente de la República. Monreal va por la presidencia en 2024. Con ese objetivo en mente se entretiene permanentemente en cálculos políticos: qué temas empuja que le den rédito político, a quién beneficia, a quién traiciona.

Para construir una candidatura medianamente exitosa, el senador sabe que Morena no será suficiente. Probablemente también esté consciente de que no tiene manera de mostrarse como un líder con la estatura moral de López Obrador. Lo que buscaría entonces es convertirse en la cabeza de una gran coalición, más amplia que la que llevó al obradorismo al poder, capaz de sumar alianzas con partidos con los que ha cultivado relaciones desde hace tiempo, además de ganarse el favor de los factores reales de poder con el riesgo de restauración que ello implica.

Las iglesias, evidentemente, pueden ser un aliado estratégico y Monreal lo sabe. También pueden serlo los distintos grupos y cámaras empresariales. De ahí que recientemente haya enviado a la congeladora la iniciativa presentada por el senador Napoleón Gómez Urrutia para regular el outsourcing.

Monreal es un viejo lobo de mar que aprendió a hacer política con los métodos del antiguo régimen, tal vez no conozca otros. “Ricardo es nuestro Beltrones”, me decía hace unos días un joven obradorista. Lo decía con cierta preocupación, pero se consolaba a sí mismo, con un cierto orgullo culposo, añadiendo: “pero es nuestro”. ¿Lo será realmente?

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