La más reciente novela de Mario Vargas Llosa, Tiempos Recios, relata los pormenores del golpe de estado a Jacobo Árbenz, gestado en Guatemala en 1954. Allí se explica cómo la poderosa United Fruit Company cabildeó activamente para forzar la salida de un presidente que había terminado con sus privilegios. Para lograrlo, instalaron en pleno macartismo la versión de que aquella administración estaba infiltrada por comunistas que representaban un peligro para EU.

La historia viene a cuento hoy, después de observar las reacciones en distintos sectores estadounidenses frente a la espantosa tragedia de la familia LeBarón, precisamente porque ilustra la manera en que se puede construir una narrativa para justificar ante la opinión pública estrategias o decisiones favorables a ciertos intereses.

La novela de Vargas Llosa muestra cómo incluso la prensa libre, en un país supuestamente libre, es susceptible de esa manipulación. Ocurrió nada más y nada menos que con el New York Times y otros medios que, 65 años atrás, reprodujeron de forma acrítica un relato alarmista sobre una supuesta amenaza en su patio trasero.

Al ofrecimiento de Donald Trump de ayudarnos a acabar con “los monstruos del crimen organizado” se han sumado una serie de preocupantes declaraciones que —junto a sus adeptos en México— buscan aprovecharse de una tragedia para acabar con los abrazos y que vuelvan los balazos.

Es probable que los amantes de la guerra —que en los Estados Unidos están bien representados en la derecha ultraconservadora— hayan comenzado a apuntar contra una estrategia de pacificación que no conviene a los negocios de la industria armamentista. 

Menciono aquí dos ejemplos recientes: uno es el del senador republicano por Arkansas, John Cotton, quien en tono amenazante llama a tomar el tema de la seguridad de México “en nuestras propias manos”. Cotton no es un legislador más. Veterano del ejército norteamericano, sirvió en Irak y Afganistán, y en dos ocasiones ha sido contemplado para ser secretario de Defensa. El senador es también simpatizante de la Asociación Nacional del Rifle, organización que apoyó su candidatura en 2014.

Evidentemente, cuando Cotton habla de “tomar el tema en nuestras manos” no está pensando en promover el control de armas que circulan libremente de norte a sur. Tampoco lo hace el Wall Street Journal en un reciente editorial del diario (no una simple columna de opinión), donde apenas admite responsabilidad de EU en lo tocante al elevado consumo de drogas.

En lo que están pensando unos y otros es en algún tipo de intervención que reporte jugosos dividendos para la industria armamentista. Por eso el diario –adquirido en 2017 por el magnate Rupert Murdoch, aliado cercano a Trump–, califica la estrategia contra el crimen de López Obrador como mera “verborrea izquierdista” que conduce a la capitulación frente a los cárteles y termina con esa frase tan inquietante: “una operación militar estadounidense no se puede descartar”.

El presidente no rechazó el ofrecimiento de apoyo de Donald Trump porque no lo necesitemos (en última instancia la cooperación es necesaria en diversas materias). Lo hizo en un contexto específico para cerrar el paso al surgimiento de una postura militarista e intervencionista como la que comienza a cocinarse en ciertos círculos estadounidenses.

Si preguntar no empobrece, hoy habría que cuestionarse: ¿Será que existe un nexo entre lo ocurrido el último mes en Guerrero, Michoacán, Culiacán y los sucesos más recientes entre Sonora y Chihuahua? ¿Que a ciertos actores en México y EU incomoda la estrategia de pacificación de López Obrador?

El día 4 de noviembre, antes de ocurrir el cobarde crimen contra niños y mujeres —una línea que no había rebasado el crimen organizado en México— el embajador de Estados Unidos realizaba una visita precisamente en Sonora. Algunos se cuestionan si eso fue algo distinto a una mera casualidad. Especular en ese sentido, sin embargo, es una licencia conspiratoria que solo un escritor como Vargas Llosa se podría dar. 

@HernanGomezB

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