Una casi absoluta indiferencia hacia América Latina y una ausencia de estrategia hacia la región ha caracterizado la política exterior de esta administración. Forzada por las circunstancias, esa política exterior tiene como casi única prioridad evitar problemas con Estados Unidos y cumplir con la agenda migratoria que se nos ha impuesto.

Fuera de Centroamérica, que en la coyuntura actual adquirió mayor relevancia, el sur de nuestro continente ha estado prácticamente ausente.

Desde su toma de posesión, AMLO apenas ha recibido a dos mandatarios latinoamericanos: Nayib Bukele, de El Salvador, y Juan Orlando Hernández, de Honduras. Más allá, no existen agendas ambiciosas con ningún país sudamericano que permitan promover temas políticos, comerciales o culturales. Y aunque es bien conocido el desinterés de AMLO por viajar al extranjero, tampoco se han celebrado aquí reuniones con otros presidentes.

Marcelo Ebrard tampoco ha compensado ese desinterés. Si acaso viajó a Montevideo para tratar el tema venezolano, que ocupó activamente a nuestra diplomacia durante algunos meses, y acudió a la reunión de la Alianza del Pacífico, en Lima.

La Cancillería ni siquiera ha emitido pronunciamientos sobre temas que tienen que ver con la región, fuera del tema venezolano. No emitió siquiera un comunicado frente a los graves incendios en el Amazonas, que ocuparon a los europeos y han tenido un impacto ambiental a nivel mundial, y nada dijo sobre los ataques de Bolsonaro a Michel Bachelet, a pesar de ser la representante de un organismo internacional.

La falta de una estrategia hacia América Latina es lamentable porque lo que sucede en nuestro vecindario también tiene una importancia para México, e incluso para nuestra relación con Estados Unidos. Tenemos inversiones en la región que no son despreciables y podríamos incluso robustecer como parte de una estrategia para diversificar nuestro comercio exterior.

Algunos esperábamos que un gobierno de izquierda actuaría distinto. Que al menos sería posible establecer algunos vínculos político-ideológicos con gobiernos progresistas de la región a partir de lo que AL ha significado históricamente para la izquierda. ¿O acaso el México postneoliberal no necesita aliados internacionales? Dudo sinceramente que sea el caso.

En el contexto latinoamericano actual AMLO podría ser —junto a Alberto Fernández, en caso de ganar las elecciones presidenciales en Argentina— un referente del nuevo progresismo latinoamericano de centro-izquierda y un importante contrapeso frente a los gobiernos de ultraderecha que encabezan Bolsonaro y Duque. Un eje México-Buenos Aires se antoja deseable y necesario.

Varios líderes progresistas de la región vieron la emergencia de la 4T como un posible faro. Sin embargo, comienzan a frustrarse ante el conspicuo desinterés del gobierno mexicano a hacerles siquiera un cariñito. En julio de este año, por ejemplo, 32 líderes progresistas de la región se dieron cita en Puebla para crear un grupo de incidencia política en la región —hoy conocido como Grupo Puebla—, el cual busca articular una estrategia para hacer frente al avance de la derecha conservadora en varios países latinoamericanos.

A la reunión acudieron varios expresidentes y secretarios de Estado de gobiernos progresistas de Sudamérica, como Ernesto Samper, de Colombia; Fernando Haddad, excandidato a la presidencia de Brasil, y Daniel Martínez, candidato a la presidencia del Uruguay. La 4T mostró un mínimo interés en el encuentro, a pesar de tener lugar en nuestro propio país.

La agenda de política exterior parece estar dominada por una lógica más defensiva que proactiva. Pareciera que hoy vivimos casi exclusivamente para atender a nuestro vecino del norte. ¿Nos estaremos resignando a vivir bajo el constante bullying de Donald Trump, al punto de olvidarnos de nuestra propia región?

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