La perspectiva internacional para 2020 luce turbulenta. La década se ha inaugurado con un conflicto de consecuencias impredecibles entre Irán y Estados Unidos. La operación a través de la cual el gobierno de Estados Unidos asesinó al militar Qasem Souleimani, comandante de la Fuerza Quds, puede generar un ciclo de inestabilidad a nivel mundial.

Souleimani no era una figura menor. Se trataba de un cuadro central de la política exterior y militar iraní, un auténtico héroe de guerra, uno de los hombres más cercanos al Líder Supremo, el Ayatola Ali Khamenei, además de una de las figuras más carismáticas y queridas.

El uso de drones para objetivos militares no parece legal bajo el derecho internacional consuetudinario como observó Rafael Bielsa, excanciller argentino. Menos en un tercer país y en supuesta “defensa propia”. Se trata, en todo caso, de un acto de venganza promovido por los Estados Unidos, antes que una acción orientada a evitar una amenaza inminente a su seguridad.

El asesinato de Souleimani podrá darle a Trump réditos políticos internos, distraer la atención frente al proceso de impeachment y quizás generarle algún beneficio electoral, pero en materia de política exterior fue una equivocación estratégica cuyas consecuencias ya empezamos a ver. La primera de ellas ha sido dejar de respetar el acuerdo que fijaba límites al enriquecimiento de uranio.

Si Obama había logrado contener a Irán dentro del sistema mundial, con esta operación Trump ha generado una enorme fuente de inestabilidad. La operación ha sido especialmente arriesgada porque fue precisamente Souleimani quien logró acabar con Daesh y Al Qaeda en Siria e Irak. Sin él, es probable que reaparezcan grupos terroristas que habían sido erradicados.

Es evidente que Irán no se quedará de brazos cruzados. El gobierno del presidente Hasan Rohani ha jurado que vengará esta muerte. La retaliación no necesariamente será directa ni tendrá lugar en suelo estadounidense. Estrategias de ese tipo, utilizadas por el integrismo islámico árabe, no están en la forma de operar de los persas, en parte también porque Irán tiene una importante diáspora en los Estados Unidos.

Sin embargo, Irán seguramente responderá para poner en jaque intereses de los Estados Unidos en la región. Es probable que busque atacar objetivos petroleros en Medio Oriente que pudieran afectar la cadena de abastecimiento de hidrocarburos, promover ataques directos de drones en Arabia Saudita e incluso poner en jaque los complejos petroquímicos del Golfo Pérsico.

Irán podría también actuar de forma calculada, previo a las elecciones de noviembre en EU, para encarecer los precios de los combustibles, utilizando su determinante influencia en la Organización de Países Exportadores de Petróleo. Como explicó para esta columna un diplomático mexicano conocedor de la región, si Irán cierra el estrecho de Ormuz, el canal que separa Irán de los Emiratos Árabes Unidos y por donde pasa uno de cada cinco barriles de petróleo del planeta, podría dislocar gravemente el suministro de hidrocarburos del orbe.

Otra estrategia —no intentada hasta ahora, pero que podría rendir frutos— es atacar las franquicias de Donald Trump en distintos países del mundo. Pensemos por un momento que ocurriría si Irán atentara, por ejemplo, contra alguno de los resorts de Trump en algún lugar como Bali. ¿Acaso una operación así no haría que cayeran las acciones de sus hoteles en todo el mundo.

Resta ver, naturalmente, cómo podría reaccionar la Casa Blanca, que acaba de enviar 3 mil 500 efectivos a la región y ha amenazado con atacar objetivos iraníes en caso de que se produzca una respuesta.

¿Será que Estados Unidos está buscando el pretexto para ir a un enfrentamiento armado? Todavía no lo sabemos, pero lo cierto es que, con actos irresponsables e indebidamente sopesados —como el atentado contra Soleimani— es como muchas veces empiezan las guerras.

@HernanGomezB

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