Estuve hace poco en una conferencia con el tapatío Mauricio Montiel Figueiras en la que habló, entre otras cosas, de sus obsesiones con la tecnología. Fue inevitable no recordar a autores como J.G. Ballard y las buenas adaptaciones al cine de sus obras como High Rise, por ejemplo, o Haruki Murakami y su homenaje, con 1Q84, al “Gran Hermano” de Orwell; el mismo autor japonés, un poco más en la onda del Ciberpunk, nos había traído su “País de las maravillas…”. Y si bien norteamericanos, europeos y asiáticos han sabido sacar jugo a la tecnología en su ciencia ficción, en Latinoamérica ha habido ejemplos de buena ciencia ficción, y Montiel Figueiras traerá de nuevo (porque ya lo ha hecho antes) alguna de esas obsesiones con la tecnología en su próxima novela, prometió.

En esta parte de occidente cuesta, en lo general, agarrarle el gusto a estos géneros. Murakami ha tenido su éxito quizá más por una inercia del fenómeno que es en oriente y que ha obligado a los lectores de estos lares a no quedarse fuera de las tendencias. Con todo esto, resulta curioso que en oriente, con toda esta cultura tecnológica y futurista, los géneros estén tomando otros rumbos. El budismo y el dadaísmo ya hicieron lo suyo influenciando al surrealismo japonés en décadas pasadas y su éxito no fue menos que el de la ciencia ficción o el ciberpunk tan arraigados (como el budismo) de manera casi natural en la literatura y otras artes; pero los temas y las tramas están tomando caminos inesperados.

En china, por ejemplo, ha nacido, por necesidad, un género llamado ultrairrealismo, lo que está más allá de la irrealidad, una manera rebuscada de narrar lo que pasa en el mundo real. Las historias que cuenta el ultrairrealismo (que bien podría ser llamado hiperrealismo) son historias verdaderas de lo que pasa en china, que por la inverisimilitud parecerían ser ficción, en su desarrollo el desconcierto al lector es inevitable. El fin del ultrairrealismo chino es político, los autores tratan de mostrar la absurdidad de la vida en ese país, la absurdidad de lo real que pasa sin problemas por una especie muy particular de ficción; esta manera de narrar lo que pasa en china ha podido esquivar la férrea censura que impone el gobierno de aquel país.

Este nuevo género chino se suma a, por ejemplo el trabajo de la rusa Svetlana Aleksiévich y sus tremendas crónicas literarias con la base en la realidad de lo que pasó en tiempos del accidente en Chernóbil; también recuerda un poco a los malabares que tenían que hacer los autores místicos (dentro del clero o fuera de él) en tiempos de la inquisición para hablar de la realidad y burlar al santo oficio. Lo cierto es que la asfixia política en aquel país asiático ha superado a la que provoca la tecnología en la capital, china y esa literatura influenciada en la tecnología ha sido superada, por lo que autores y artistas tienen, como que cualquier lugar, que reflejarla hoy en su obra.

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