El mito de Pigmalión es uno de los primeros relatos en la cultura occidental que explora esa curiosa necesidad del hombre de relacionarse de manera íntima, sexual, con un objeto de su creación. Pigmalión, rey de Chipre obsesionado con encontrar la mujer perfecta para casarse, se enamoró, después de una larga e infructuosa búsqueda, de una escultura –Galatea, según algunos autores-; eso sí, el rey tuvo la ayuda de los dioses para que ese pedazo de piedra que había sido tallado hasta ser convertido en una estatua de figura femenina cobrara vida. El relato de Ovidio –La Metamorfosis- nos muestra que no bastaba con que la pieza de mármol asemejara a una mujer, era para Pigmalión hermosa, más que cualquier mujer que había conocido en su búsqueda; porque la fantasía no se limita a llevarse a la cama algo más o menos antropomorfo, tiene que rozar en la perfección, en algún tipo de belleza ideal.

Desde Ovidio al ciberpunk de principios de los 80, pasando por Mary Shelley, Philip K. Dick e Isaac Asimov, han explorado de la misma manera la posibilidad de relacionarse emocionalmente con algo que podemos crear. En el cine, Westworld –en México “Almas de metal”- película de principios de los 70, androides femeninas satisfacían las peticiones sexuales de algunos humanos fetichistas en un parque temático para adultos, y de ahí a Ex Machina – Alex Garland, 2015- como en Pigmalión, la estética del objeto es primordial.

La tecnología nos ayuda a obtener placer; en los 50 algunos investigadores descubrieron como estimular áreas específicas del cerebro para provocar placer, no estamos lejos de portar chips para obtener placer. Hay aplicaciones para teléfonos inteligentes para ver y descargar pornografía, para encontrar gente cuyo interés no sea otro que tener relaciones sexuales casuales, otras que sirven de mandos a distancia para controlar juguetes eróticos. ¿Será casual que los actuales formatos de imagen comprimida hayan nacido de experimentos en los que se usaba la foto de una playmate de 1972? Los científicos afirmaban que la imagen, arrancada de una revista Playboy, era ideal, por sus detalles, para las pruebas. TrueCompanion –irónico el nombre- compañía que se jacta de ofrecer el

más avanzado robot sexual, promete cumplir las fantasías del Pigmalión moderno –hombre o mujer- con un artilugio de aspecto, sensación, medidas, peso, voz e interacciones prácticamente humanas; eso sí, hay que desembolsar entre 500 mil y un millón de dólares para obtenerlo. Hay que decir que en la práctica, todas las anteriores afirmaciones están –cual muñeca sexual- infladas.

Pero sin importar que seamos capaces de llegar al sexo evitando el cortejo, ya sea mediante la aplicación de impulsos eléctricos intracraneales o ligando a otros humanos en Tinder, la búsqueda de Galatea, el artefacto perfecto, sigue latente en el imaginario del hombre, en sus ficciones más que en los hechos.

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