Muy pocas figuras en la historia han merecido un tratamiento tan especial como el hombre que, a pesar de sus ideas, fue el Primer Cónsul y Emperador de Francia (1799-1814) y rigió el destino de casi toda Europa durante tres lustros. Napoleón Bonaparte, un genio indiscutible del arte militar y estadista, capaz de levantar un importante imperio fijando grandes conquistas durante la Revolución Francesa, lector apasionado que vivió en un tiempo en el que resultaba muy difícil viajar y llevar toda una biblioteca en el equipaje.

Louis Barbier, uno de los bibliotecarios del Louvre, hijo del bibliotecario personal del emperador, aseguraba en un artículo de 1885 del Sacrament Daily Union rescatado por el periodista Austin Kleon, que Napoleón solía llevar consigo los libros que necesitaba en varias cajas de resistentes materiales que guardaban hasta sesenta títulos distintos. Sin embargo, durante sus travesías, y mientras residió en Bayona en 1808, comenzó a percatarse de que siempre faltaba un título clave para complementar su lectura, la cual, por razones de espacio y facilidad del traslado, no había sido incluido en su inventario.

En consecuencia, Napoleón ideó una interesante manera de viajar con

todos los libros que necesitaría sin tener que cargar más su ya voluminoso equipaje. Ese mismo año, dictó unas memorias que fueron enviadas al padre de Barbier en donde el emperador exponía su deseo de formar una biblioteca itinerante que comprendiera por lo menos mil volúmenes en formato pequeño. Tendrían que ser pequeños ejemplares editados sin márgenes para economizar espacios, encuadernados con pastas lo más flexibles posible, pues cada libro tenía entre 500 y 600 páginas, y con un lomo muy elástico para evitar que pudieran maltratarse durante su consulta, la cual será constante. Un trabajo que resultó muy artesanal y con un hermoso tratamiento tipográfico. El catálogo dictaba una lista de al menos

cuarenta obras sobre religión, cuarenta sobre dramas, cuarenta más con poemas épicos y sesenta de poesía. Además de cien novelas y sesenta volúmenes de historia.

Es verdad que no fue Napoleón el primero en concebir una biblioteca

portátil que fuera fácil de transportar, ya la Universidad de Leeds en Reino Unido tiene en su acervo una que data del siglo XVII; pero sin duda la idea del emperador fue el proyecto más importante y funcional hasta ese momento. Evidentemente Bonaparte nunca imaginó que siglos después, en 1949, la maestra española Ángela Ruiz Robles inventaría el considerado primer libro electrónico y que mucho después, en 2007, Kindle revolucionara la industria y sentara las bases de una serie de cambios que hoy en día se siguen dando, con la realidad aumentada, o la inteligencia artificial haciendo libros sin ayuda de ningún autor, por ejemplo.

Lo que sí es seguro, es que este tipo de bibliotecas son un claro antecedente del moderno libro digital, no sólo porque tenían la capacidad de transportar una buena cantidad de títulos en un mismo espacio sino, porque además

incentivó a la creación de libros en un formato específico.

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