La inseguridad, la pobreza extrema, la falta de oportunidades y, más grave aún, la desesperanza son los factores que motivan que cientos de miles de personas busquen, a través de la migración, una mejor forma de vida. Para ellos y sus familias el derecho al bienestar es innegable, la paz es lo más cercano a la felicidad y todo ser humano tiene derecho a alcanzarla.

Horroroso es poco, para calificar los hechos sucedidos en días pasados en la carretera Tuxtla-Chiapa de Corzo, donde más de un centenar de personas resultaron heridas y 55 de esos seres humanos lamentablemente perdieron la vida. Su anhelo era encontrar el bienestar para ellos y sus hijos, alcanzando una nueva forma de vida en otro espacio geográfico, donde la seguridad, la paz y el bienestar social les permitan vivir lo mejor posible y alcanzar la tan anhelada felicidad.

Estados Unidos de Norteamérica es un país que ha basado su estrategia de marketing político y electoral erigiéndose como el país de las oportunidades, y ha trasladado esta posición al mundo. Se le observa como el lugar en donde se puede alcanzar el bienestar casi de una forma milagrosa. Ha basado su estrategia enalteciéndose como el pueblo con mayores dividendos para sus habitantes; entonces, ¿por qué habría de extrañar que en el mundo sean observados como el mejor lugar para vivir, y que hacer una vida plena en ese país sea un objetivo estratégico para cientos de miles de migrantes?

Estados Unidos es el único responsable de la motivación generada en todas aquellas personas que buscan hacer su vida en esa nación.

El endurecimiento de sus políticas contra los migrantes, sin importar su nacionalidad, pareciera es clara: no a las personas que migran de países pobres, ya que muchos podrían obtener su nacionalidad con el simple hecho de invertir montos económicos específicos en el país de las oportunidades, la potencia norteamericana. Es paradójico que para quienes quieren llegar ahí y alcanzar un mejor nivel de vida, la frontera esté cerrada y son precisamente aquellos que necesitan hacerlo.

La política migratoria deshumanizada y discriminatoria se ejerce con mayor rigor y severidad por aquellos que han llegado precisamente como inmigrantes a esa tierra y, muchos de tez morena, se sienten como arios puros, pretenden manifestar su superioridad tratando con petulancia a los migrantes y, aun más doloroso, a nuestros connacionales, a los que hoy repudian.

Es incomprensible la poca calidad humana con que esos empleados, en espacios de migración, ejercen su odio y discriminación hacia las personas menos afortunadas y, es más grave aún, cuando quien lo hace tiene como origen a padres que emigraron en igualdad de circunstancias.

Por los hechos ocurridos el pasado jueves, el clamor es uno solo: apresar a los responsables de esa tragedia que enlutó no solo a las familias que perdieron a un ser querido, este hecho también enlutó el alma de la humanidad entera y hoy, como nunca, se debe castigar el abuso de aquellos que por unas monedas sumieron a seres humanos en el dolor y la desgracia.

México, aun con las propias opiniones divergentes al interior, es un país libertario, en donde los actos humanitarios jamás deben perderse.

La frase favorita en las familias mexicanas es: “échale más agua a los frijoles, para que todos comamos”, esta es la expresión pura que muestra nuestro ser. La conducta gubernamental solidaria hacia los migrantes debe provenir del corazón de los millones de mexicanos, que conformamos esta gran nación, donde la solidaridad y la humanidad siempre están presentes a la hora de tender la mano al hermano que lo necesita.

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