Reconoció que sí, que es ella.

Que se reunió en un restaurante con un jefe criminal del estado de Guerrero.

Un audio y dos fotografías que circularon en redes, dieron cuenta de una reunión entre la alcaldesa de Chilpancingo, Norma Otilia Hernández Martínez, y un líder de la organización delincuencial conocida como Los Ardillos, presuntamente, Celso Ortega Jiménez.

En la primera imagen, la alcaldesa aparece estrechando la mano de un hombre corpulento, vestido de gorra y playera negra. En la segunda, Hernández Martínez está sentada, al lado de dos personas (una de ellas su esposo), frente al jefe criminal, quien lleva una escuadra al cinto.

En la mesa de manteles rojos hay tazas de café.

El breve audio que se difundió contiene esta conversación:

—Buenos días, ¿cómo estás? Ya te hacía más viejito.

—Adelante. Bien… Sí, ya estamos viejitos.

—Sí, ¿ya estás en el cuarto piso?

—Sí, ja ja ja.

—¿Cuál es la situación? ¿Cómo poder ayudar? Ni me interesa cuál o a qué te dedicas...

Como ya se ha señalado, la filtración ocurrió a solo unos días de que cinco cabezas fueran colocadas en cofre de un vehículo, con un mensaje para la alcaldesa:

“Norma Otilia, sigo esperando el segundo desayuno que me prometiste después de que veniste a buscarme. Con cariño, tu amigo”.

Interrogada ayer, al asistir a una graduación, la alcaldesa de Chilpancingo afirmó que tal vez dos años atrás, “al principio de la administración”, había sido invitada a un desayuno. Que no sabía quién iba a asistir.

“Considero que fue algo fortuito. Hubo alguna circunstancia –dijo—, pero yo lo único que les pido es que esperemos que la FGR investigue. Yo quiero que se filtre bien el video, qué es lo que se habló y no fue un pacto con la delincuencia, quiero que se investigue”.

La alcaldesa dijo que “el video” estaba editado; pidió “que no se politice el tema”, y relató:

“En los pueblos del Valle hay muchísimas policías comunitarias, obviamente nosotros como primer filtro, o primer respondiente, lo primero que te dicen: ‘Oiga, presidenta: ayúdenos a poner bases militares…’”.

En el revoltijo que finalmente fue su declaración, dijo también que “todo es válido para construir la paz”.

Hace cosa de un año, el obispo emérito Salvador Rangel, de la diócesis de Chilpancingo, dijo que tanto la alcaldesa Hernández Martínez como la gobernadora del estado, Evelyn Salgado, sabían perfectamente quiénes eran los responsables de la violencia que hoy tiene a Chilpancingo bajo un baño de sangre.

Según Rangel, el gobierno había vendido el estado al crimen organizado. No era necesario hacer operativo alguno: bastaba con que la goberandora y la alcaldesa enviaran directamente por los delincuentes:

“Ellas saben quiénes son, y yo también, pero no lo puedo decir”.

Una de las cartulinas colocadas junto a las cabezas que aparecieron en el centro de Chilpancingo el pasado 24 de junio, y de las cuales he hablado atrás, acusaba al síndico Andrei Marmolejo de cobrar cuotas para entregarlas a Los Tlacos, el grupo rival de Los Ardillos.

Desde 2021 quedó documentada la manera en que el crimen organizado operó electoralmente en el estado de Guerrero para garantizar el triunfo de Morena, y se exhibieron los nexos que la familia política de la gobernadora tenía con el narcotráfico.

A unos meses de la llegada de Evelyn Salgado se difundió un video en el que aparecía el fiscal general del estado, Jorge Zuriel de los Santos Barrila, en una reunión con una mujer encapuchada que fue identificada como una de las cabezas de Los Ardillos.

El video fue grabado desde el techo del domicilio donde se llevó a cabo la reunión, y mostraba a Zuriel de los Santos pidiendo “un favor”.

El escándalo provocó la renuncia inmediata del fiscal.

Hernández Martínez ya había sido captada hace poco tiempo en un “narco-desfile” en el que tomó parte otro jefe de la delincuencia: Onésimo Marquina, líder del Cártel de la Sierra.

Nada sucedió.

La nueva filtración hace insostenible su permanencia en el cargo.

Pero ya se sabe: en el mundo de la 4T, toda impunidad es posible.

Chilpancingo vive en las cimas del horror, bajo una guerra en la que Los Tlacos acusan al gobierno municipal de proteger a Los Ardillos, y en un clima en el que el mismo obispo ha acusado a las autoridades de haber vendido el estado al crimen organizado.

La respuesta de Norma Otilia Hernández es absurda: no hicieron ningún pacto. Nomás tomaron cafecito.


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