Un b inomio canino entrenado para la localización de dispositivos electrónicos fue quien olisqueó la pista. Detrás de los cuadros que colgaban en los muros de una casa a medio construir, en la colonia Nueva Atzacoalco, alcaldía de Gustavo A. Madero, se hallaban, pegados con diúrex, varias USB.

Estaban retacadas de pornografía infantil.

La Operación Ferrocarril Subterráneo (OUR, por sus siglas en inglés) es una ONG sin fines de lucro que se dedica a coordinar acciones a fin de rescatar a víctimas de trata y detener la explotación sexual de menores de edad .

La dirige Timothy Ballard y está integrada por exagentes de la CIA y de las Fuerzas de Operaciones Especiales de Estados Unidos, quienes han logrado rescatar a más de 1,500 víctimas y han colaborado en la aprehensión de más de 600 tratantes en todo el mundo.

Tratantes detenidos en Tailandia, Camboya, Estados Unidos y varios países de Sudamérica, así como en el paraíso de la pornografía infantil.

Un país que se llama México.

A nadie le gusta oírlo, pero desde hace varios años México le disputa a Tailandia el primer lugar en la difusión de pornografía infantil.

En 2010, cuando se comenzó a investigar en serio este delito, las autoridades ubicaron en internet 580 cuentas dedicadas a la difusión de imágenes pornográficas en que eran obligados a participar menores de entre cinco y 15 años.

En 2011 se habían ubicado ya más de tres mil cuentas. En 2012 el número subió a siete mil. En 2013 se detectaron más de 12 mil.

En 2019 se detectó que más de 85 mil niñas y niños mexicanos habían sido explotados sexualmente y tenía como grandes mercados los destinos turísticos Cancún, Los Cabos, Puerto Vallarta.

Según la ONU, más de la mitad de la pornografía infantil que circula en el mundo, se produce en nuestro país.

No solo eso: de acuerdo con el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, más del 60% de los responsables de esa difusión forman parte del círculo más próximo a las víctimas.

Ocurre ahí, en casita, bajo el cuidado del pueblo sabio y venerable.

El holandés Nelson “N”, de 34 años de edad, es un esforzado activista de la pedofilia y la pornografía infantil. En profusas publicaciones la ha considerado “una orientación sexual válida”, “un derecho de preferencias”.

En la deep web , el lugar predilecto de intercambio de este tipo de materiales, logró formar una red que llamó la atención de la Operación Ferrocarril Subterráneo. Un agente encubierto, por llamarlo de alguna manera, comenzó a seguirle el rastro. Comenzó una operación de persecución que, a través de mensajes y solicitudes de intercambio, fue desmenuzando sus redes.

Finalmente, Nelson “N” fue denunciado.

Lo detuvieron con más de 10 mil imágenes de pornografía infantil guardadas en diversos dispositivos. Se le concedió, sin embargo, el beneficio de la libertad condicional. Después de esto, se fugó.

Reapareció en México con el cabello pintado de rojo y un bajo perfil que lo llevó a compartir con alguien una vivienda en Gustavo A. Madero.

OUR compartió la información que había recabado con la fiscalía capitalina. A través de cámaras del C5, la policía de investigación comenzó a seguir el rastro del holandés.

Finalmente, le pusieron un cebo. Lo invitaron a asistir a un hotel cercano al Metro Chapultepec: ahí podría encontrar Nelson lo que buscaba.

Cuando salió del hotel lo estaban esperando los agentes.

Esa noche, en un cateo en su domicilio, apareció pornografía en computadoras, discos duros, teléfonos y varias USB: había niños y niñas de 6, 9, 10 años.

La detención de Nelson, el holandés, es un recordatorio de que habitamos un paraíso mundial: el paraíso mundial del abuso y de la explotación.

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