No hay energía eléctrica . No hay gasolina. No hay bancos. Tampoco hay dinero en efectivo. Los víveres escasean. Un kilo de tortillas llega a costar 50 pesos.

Los Viagras cortan con maquinaria, una y otra vez, el camino que va de Aguililla a Apatzingán . Ni siquiera a los enfermos graves se les permite el paso. Además del miedo a los enfrentamientos , a los pobladores les aterroriza la posibilidad de tener una emergencia médica.

Ya hay casos de personas que murieron de apendicitis o de un infarto, sin oportunidad de llegar al hospital.

En Aguililla había más de 800 productores de jitomate que lograban mandar diariamente a la Central de Abastos cuatro o cinco camiones de 20 toneladas. Ahora no quedan trabajando más de diez productores.

“¿Trabajar para que te quiten con la mano en la cintura lo que tanto trabajo te costó obtener?”, se preguntan los productores.

En esa zona de Michoacán el crimen organizado le quitó a la gente la tranquilidad y el patrimonio. No solo eso, también la fe y la esperanza. Hasta para vender una vaca hay que pagarle una comisión al jefe de plaza.

Le arrebatan a la gente los animales y las cosechas.

Los alrededores se han llenado de pueblos y rancherías fantasma. Tal vez son miles los que se fueron. Durante semanas hubo balaceras de un cerro a otro. Balas por todos lados. “Ya va a comenzar el desfile”, decía la gente. Corrían todos para sus casas.

Ocurrió diariamente al anochecer. El tiroteo volvía luego de madrugada. “Ojalá que Dios les dé puntería para que se maten entre ellos de una vez”, dijo desalentado un productor de la zona.

Tenían puntería, se mataban. Pero el infierno en Aguililla no terminaba.

Según fuentes de información de la fiscalía del estado, hace cosa de mes y medio ejecutaron a cinco sicarios y los colocaron en forma de estrella, alrededor de un círculo. Los muertos se tocaban con los pies y las manos, como en un ritual. La fiscalía de Apatzingán no quiso entrar a Aguililla para hacer el levantamiento de los cuerpos.

Ni las autoridades se atreven a entrar a Aguililla. Los policías estatales han sido perseguidos, apedreados por la población. La base militar ha sido atacada también por la gente. Expertos en temas de seguridad ven detrás de esto la mano del crimen organizado, el único poder real que existe en los alrededores, presionando a la gente para que se amotine.

Ganaderos, mineros, madereros, agricultores, comerciantes, sacerdotes y maestros buscan desesperadamente una salida. “No la hay, estamos entre el tigre y el león, y ante la indiferencia, la incapacidad, el abandono de todos los gobiernos”, dicen.

El gobierno municipal está sometido; el estatal, rebasado; el federal, enviando programas y abrazos.

Hoy, en algunas regiones hay personas a las que lo único que les queda es la vida: “Ya les quitaron todo”. Al caer la noche, aterra la oscuridad. En ella, los únicos dueños son los grupos del crimen organizado.

Aguililla estuvo en manos de Los Viagras hasta que Nemesio Oseguera, El Mencho, decidió regresar al pueblo donde había nacido. El Cártel Jalisco logró meterse a sangre y fuego. Durante esa guerra, poblaciones enteras, como El Aguaje, quedaron arrasadas. Hoy, en esa población gran parte de las casas están abandonadas e incontables fachadas quedaron cacarizas por las balas.

Los grupos criminales pelean metro a metro, avanzando, robando todo, sacando al otro y cobrándole a la gente “hasta por respirar”.

En las inmediaciones de Aguililla han quedado las huellas de esa guerra.

“Ya no hay nada, acabaron con todo”, dicen.

La gente dejó de creer en el gobierno. “No le creemos a nadie. A ninguno. Le ordenan al Ejército no actuar, para no entrar en temas de derechos humanos, pero a nosotros sí nos pueden masacrar, robar, extorsionar… a nosotros sí nos pueden desaparecer”, explican.

En general, nadie se atreve a hablar. Se sabe que al que hable terminarán por matarlo. Aguililla es un polvorín hecho de frustración, hartazgo, indiferencia y abandono. Hoy es un grito de desesperación, una llamada de auxilio.