En 1959 el sarampión figuraba entre las 12 principales causas de muerte en México, al lado de la gastroenteritis, la neumonía, los accidentes, los tumores malignos, los homicidios y la bronquitis, entre otras. Era la cuarta causa de muerte en niños de uno a cuatro años, y la sexta para la población de entre cinco y 14.

Llegó a Europa a través de las legiones romanas que volvían de la expedición contra el imperio seléucida, en el siglo II. Desde entonces apareció y desapareció, cíclicamente, cobrando un alto tributo en vidas, y devastando sociedades.

Fue la segunda gran epidemia que cayó sobre la población indígena tras la llegada de los españoles. Fray Bernardino de Sahagún registra una oración que se elevaba a Tezcatlipoca en tiempos de pestilencia: “Piedras y lanzas y saetas han descendido sobre los tristes que vivimos en este mundo, y esto es la gran pestilencia en que todos somos afligidos”.

Dichas piedras, lanzas y saetas descendieron sobre la Nueva España en 1531, diez años después de que la epidemia de viruela arrasara pueblos completos. Ni la farmacopea indígena ni la medicina occidental fueron capaces de detener “la espantosa mortandad” que provocó el sarampión.

En su ensayo sobre la historia de las epidemias en México, relata el doctor Miguel E. Bustamante que la enfermedad fue atribuida al abuso del aguardiente y el pulque entre los indios, así como a una dieta basada solo en el consumo de chile y maíz.

El padre Sahagún describe uno de los remedios empleados para “curar” las cicatrices que estas epidemias dejaban en la piel de los sobrevivientes: lavarse la cara con orines, untarse chile amarillo molido, beber tés de tlatlauhqui.

Los códices de aquellos días muestran imágenes de enfermos con la piel llena de manchas oscuras, y de cadáveres envueltos en petates: de esta costumbre funeraria procede el verbo pronominal: “petatearse”. Un Coloquio del siglo XVI atribuyó las epidemias al “aire pésimo corrupto” que se respiraba en los barrios de los indios.

En náhuatl le llamaron tepitonzáhuatl: pequeña lepra. A algunos historiadores no les resulta casual que en el clímax de la epidemia de 1531 se situaran precisamente las apariciones de la virgen al indígena Juan Diego.

El virus del sarampión se extiende rápidamente de persona a persona. Según Miguel E. Bustamante se extingue ante la falta de personas susceptibles de contagio, o permanece en forma endémica “como siniestra amenaza” para los que aún no han sido expuestos a sus embates.

Es una de las epidemias que ha estado más presente a lo largo de la historia de México. Fue la epidemia que acompañó el motín de 1692, en que a causa del hambre la muchedumbre incendió el palacio virreinal. En 1768 provocó una catástrofe demográfica en la Nueva España.

La intensidad del brote solía descender hasta que volvía a haber en el país un número suficiente de personas susceptibles. En 1924-1925, provocó más de 15 mil defunciones. En 1930, cuatro siglos después de su siniestra aparición, su tasa de mortalidad fue de 92.7 por cada cien mil habitantes.

Especialistas reportaron que en México se daba un brote cada dos años. La vacuna que empezó a paliar todo eso llegó en 1963. En 1989-1990, sin embargo, vino el brote más explosivo de los últimos 40 años: la tasa de mortalidad fue de 82.5 por cada cien mil habitantes. Se registraron más de 90 mil casos.

En México, en 1996, se registró el último caso endémico. Se anunció que el virus había sido erradicado, pero el triunfo duró poco. Dos años más tarde, en la revista The Lancet se publicó un “estudio científico” que anunciaba que la vacuna provocaba autismo. Al médico que publicó el estudio le retiraron la licencia, pero el daño estaba hecho. Un movimiento en contra de la vacunación, que procuraba impedir que el cuerpo de los niños se llenara de toxinas, del ADN de otros animales, cobró forma.

De ese modo, volvió la amenaza de hace cinco siglos. En abril de 2019 se anunciaban en Nueva York multas de mil dólares a quien rehusara vacunarse.

En agosto de 2019, después de un retraso de casi un año en la compra de la vacuna contra el sarampión, el gobierno mexicano anunció que iba a adelantar trámites aduanales y de verificación sanitaria para adquirir un lote que pudiera aplicarse en octubre. Al poco tiempo se pidió “inmovilizar preventivamente” ese producto, pues se había descubierto que el lote no garantizaba protección contra la rubeola (sí contra sarampión y parotiditis). Dos embarques quedaron retenidos: centros de salud de Jalisco y Oaxaca denunciaron que se había suspendido la aplicación: se comenzó a hablar de otra crisis autoinducida por el gobierno de AMLO.

500 años después de la Conquista, el sarampión volvió a Tenochtitlan. Hace unas semanas, una visita familiar lo llevó al Reclusorio Norte; de ahí, el virus se diseminó por Gustavo A. Madero y otras alcaldías. Un recuento reciente habla de 49 casos.

La secretaria de Salud, Olivia López, anunció que en los alrededores del reclusorio se vacunó casa por casa y que “seguimos buscando nuevos casos porque es muy contagioso”.

Lo cual es cierto: el sarampión, de acuerdo con especialistas, es entre cinco y ocho veces más contagioso que el Covid-19.

Atravesamos días difíciles. Como imploraban los antiguos: ojalá no caigan las saetas de Tezcatlipoca contra los tristes que vivimos en este mundo.

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