Desde finales de junio una encuesta interna de Morena colocó a Hugo López-Gatell con niveles de conocimiento de 75% y con una opinión positiva de 37%.

Esos datos lo colocaban entonces arriba de Omar García Harfuch, cuyo nivel de conocimiento era de 56% y cuya opinión positiva llegaba a 24%.

En aquella encuesta encargada por Morena, Mario Delgado y Clara Brugada llegaban a niveles de conocimiento de 59 y 48% respectivamente, pero la opinión favorable alrededor de ellos no pasaba de 24 y 25%.

El nivel de conocimiento de López-Gatell había crecido ocho puntos en seis meses y estaba 20 puntos arriba del candidato que llevaba un año liderando las encuestas: Omar García Harfuch.

30% de los encuestados lo consideraba un buen candidato. 29% afirmaba que votaría por él. Más del 33% lo sentía cercano a la gente, creía que conocía la ciudad de México, afirmaba que era una figura “que cumple lo que dice”. En todas las mediciones aparecía cerca de García Harfuch.

En Morena afirmaban que el controvertido zar contra el Covid-19 estaba, además, “en el ánimo del presidente”, cosa que jamás podría decirse del entonces secretario de Seguridad de la capital, Omar García Harfuch.

A Gatell se le acercó hace unos meses el grupo de Gabriel García, excoordinador de los programas sociales de AMLO que cayó de la gracia de este cuando le descubrieron manejos oscuros en el Banco del Bienestar. Desde entonces se le comenzó a alentar con las posibilidades que para él marcaban las encuestas.

La idea se comenzó a sembrar entre las plumas afines. El pasado 22 de septiembre una foto tomada durante una entrevista con La Jornada lo captó con una radiante sonrisa. En esa entrevista López-Gatell afirmó que había decidido lanzarse como candidato al gobierno de la Ciudad de México, por las manifestaciones de cariño que ha sentido por parte de la gente.

El encargado de combatir la pandemia sostuvo que la idea de que era responsable del exceso de muertes ocurridas durante la pandemia, provenía del odio del pensamiento conservador, de partidos políticos alineados a la derecha y de los medios de comunicación corporativos “que atienden los intereses de las grandes empresas nacionales y transnacionales que se vieron profundamente vulnerados por políticas públicas de salud y de otros temas que son la esencia de la transformación”.

Según Gatell, “ese pensamiento de odio no representa la sensibilidad, los sentimientos, el ideario del conjunto de la población”, y relató que durante la pandemia, cuando “sintió la responsabilidad de proteger a la gente”, entendió que su compromiso iba más allá de aspectos técnicos o limitados a la salud.

El presidente reveló que el subsecretario de Salud le había informado ya de sus intenciones. López-Gatell abandonaría el puesto sin rendir cuentas al Congreso de la Unión, que lo llamó desde hace más de tres años. De hecho, la última vez que el subsecretario se presentó en ese sitio, lo hizo para afirmar que la utilidad del cubrebocas era “limitada” en lo que respecta a la protección del individuo que lo porta.

Cuando iban apenas 40 mil muertes, el experto en Ciencias Biológicas y de la Salud Antonio Lazcano denunció la manera en la que el gobierno de AMLO se había rodeado de gente que no estaba lista para enfrentar la pandemia. Lazcano acusó que la política contra el Covid se estaba haciendo sin la participación de la comunidad médico-científica de México. Advirtió que no se estaban haciendo pruebas. Dijo que se había elegido un modelo de combate a la epidemia que tenía un alto grado de incertidumbre, y señaló que lo peor de todo era que se había tomado la decisión de someter la política sanitaria a los caprichos del presidente.

López-Gatell mintió, manipuló, ocultó cifras, ignoró la evidencia científica: le pidió a la gente no acudir a los hospitales hasta que fuera absolutamente necesario: provocó la muerte por asfixia de gente que no encontró una cama o que llegó a las clínicas cuando no había ya nada qué hacer.

A lo largo de la pandemia actuó como un funcionario servil y no como alguien que sintiera, como afirma hoy, la responsabilidad de proteger a la gente. Todo lo que hizo y dijo está grabado y documentado a lo largo de las 451 conferencias que dio durante la pandemia, y a lo largo de las “mañaneras” a las que acudió para darle coba al presidente. Cuando esas conferencias finalizaron el país era un cementerio, pero a él le llevaron flores y mariachis y le cantaron El Rey.

La autora del libro Un daño irreparable, Laurie Anne Ximénez-Fyvie, quien documentó con datos y pruebas incontestables la ruta de errores que iba a dejar en el país más de 800 mil muertes, sostiene que en la historia de México a pocas personas se les puede relacionar, con evidencia en la mano, de una catástrofe de proporciones semejantes.

A López-Gatell no lo atacan los conservadores ni los corporativos corruptos: lo exhibe el exceso de muertes documentadas por el Inegi: lo exhiben las omisiones y los graves errores en que incurrió (en la ola más mortífera, ¡negó la utilidad del cubrebocas para darle gusto a AMLO!), y lo exhibe el desastroso esquema de comunicación con el que desinformó y confundió a la gente.

“En lugar de que se le hubiera llamado a rendir cuentas por su traición al conocimiento, hoy se le premia con la oportunidad de obtener uno de los puestos políticos más codiciados”, razona Ximénez-Fyvie.

Al cementerio que López-Gatell dejó tras de sí, le sigue la risa radiante, el aplauso de los cínicos y, desde luego, la búsqueda de impunidad.

Un profesional de primer orden, como dice el presidente.

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