El 26 de febrero de 2018, en la Autopista del Sol , un Ferrari rojo que viajaba “a mayor velocidad de la que las condiciones del camino lo permitían”, se estrelló contra el muro de contención y luego se impactó contra un autobús de pasajeros de la Estrella Roja .

El Ferrari quedó envuelto en fuego desde el primer impacto. Cuando pudo reaccionar, el chofer del autobús hizo “hasta lo imposible” por ayudar a los pasajeros que iban en el auto deportivo. Se levantaban, sin embargo, grandes llamas.

Cuando la policía llegó al lugar del siniestro halló el vehículo incendiándose, y a dos mujeres de 22 y 29 años dentro del auto. Ambas tenían ya severas quemaduras –más tarde se sabría que de hasta 90%,– a lo largo del cuerpo.

El conductor del Ferrari había desaparecido, o por lo menos no hay nada relacionado con él en ese tramo de la carpeta de investigación (número: 12020090500310260218).

El chofer del autobús declaró que hizo “hasta lo imposible” por ayudar a las personas que se hallaban dentro del vehículo, pero que “las llamas eran grandes”. Nadie le preguntó por el conductor del Ferrari. Y si alguien lo hizo, su respuesta no figura en el interrogatorio que se consignó.

Las muchachas que quedaron abandonadas, Dayana Sánchez García y Tatiana Guzmán García , de nacionalidad colombiana, fueron trasladas a un hospital de Chilpancingo . Tatiana murió a consecuencia de las quemaduras el 28 de febrero. Dayana, el 1º de marzo.

El auto tenía una larga y oscura historia. En marzo de 2016 un video grabado en Viaducto Tlalpan , al sur de la ciudad de México, mostró cómo uno de los escoltas que acompañaban al dueño del Ferrari (el empresario Alberto Sentíes Palacios) golpeaba brutalmente al conductor de una camioneta Duster que se le había “cerrado”.

El video se viralizó. El escolta apareció muerto semanas después en un hotel de Atizapán , con una carta en la que acusaba a su jefe de haberlo abandonado en medio del escándalo, que sirvió para sacar a la luz que el empresario tenía varias averiguaciones abiertas por fraude genérico.

Cuando la policía lo buscó para interrogarlo por los hechos de la Autopista del Sol, Sentíes presentó un contrato de compra venta que mostraba que desde 2012 el Ferrari había pasado a manos de un tal Elvis Paulino de la Cruz .

A Elvis Paulino, la fiscalía general de Guerrero, a cargo entonces de Xavier Olea Peláez, no lo buscó. El 5 de marzo de 2018, la policía ministerial localizó a un sujeto llamado Iván Bernardo Loria de la Borbolla. No existe certidumbre de cómo se estableció su paradero ni de cómo se concluyó que él era el conductor que dejó abandonadas a las dos jóvenes.

Relató que el fin de semana anterior al accidente acudió a una boda acompañado por tres escoltas, Irving Cortés Sosa, Carlos Reyes Lozano y Hugo César “N” . Que se había llevado el Ferrari que 15 días antes le entregaron en un lote de autos para buscarle comprador. Que el domingo 25 de febrero le llamó una de las jóvenes y se reunió con ellas en la Costera, que pasaron la tarde tomando copas y bañándose en la alberca de una casa de Las Brisas, y que al día siguiente, hacia las 6 de la tarde, decidieron regresar a la CDMX.

En un punto de la autopista, después de Chilpancingo, “sentí un golpe en mi vehículo y de repente perdí el control”, declaró.

Loria dijo que no recordaba nada. Que despertó en el hospital ABC . Que suponía que quienes lo habían llevado eran sus escoltas, y que no tenía problema alguno en llegar a un acuerdo reparatorio con los familiares de las víctimas.

Nadie buscó a los escoltas. No se indagó por qué habían abandonado a las jóvenes dentro de un vehículo en llamas: la fiscalía no consideró pertinente que explicaran por qué auxiliaron solo a Loria y no a las dos víctimas.

A la declaración de Loria no se agregó identificación oficial alguna. El conductor insistió en que no recordaba cómo había llegado al hospital (aunque para entonces era 8 de marzo, habían transcurrido varios días: lo más probable era que contara con ese dato). Tampoco se indagó en el ABC, ni se solicitó el expediente clínico, ni los análisis de laboratorio, ni las razones por las que el conductor fue internado.

La revisión de la carpeta despierta azoro, horror, indignación. El “acuerdo reparatorio” propuesto por el conductor del Ferrari se llevó a cabo sin mayor trámite. La madre de cada una de las jóvenes recibió un millón y medio de pesos.

Poco después el esposo de una de las víctimas exigió un acuerdo reparatorio de cumplimiento diferido y obtuvo un pago de 5 millones de pesos.

Fin de la historia.

El delito cometido en la Autopista del Sol, así como la carpeta repleta foja a foja de irregularidades (de las cuales consigné solo algunas), fueron archivados de manera rápida y diligente.

De aquel Ferrari, ni quien se acuerde.