Fue Cuitláhuac quien guio a los españoles aquella mañana hacia el centro de México-Tenochtitlan. Moctezuma se había adelantado con su séquito, después de recibir a Hernán Cortés en la entrada de la ciudad. Era el 8 de noviembre de 1519. Para los mexicas era el día 1-Viento, que aludía a Quetzalcóatl convertido en torbellino.

Iba a comenzar el primer día de los españoles en la capital del imperio mexica .

¿Qué vieron Cortés y sus hombres en aquella caminata? Diez meses más tarde, en su segunda Carta de Relación , el propio conquistador relató: “Cosas de tanta admiración que no se podrán creer”.

Detrás de Cuitláhuac, y seguidos por los nobles que caminaban tras ellos formando dos hileras, los españoles avanzaron por una amplia calzada que seguía la misma ruta que la actual avenida Pino Suárez. Su destino, a un lado de lo que hoy es el Zócalo, era el Palacio de Axayácatl, sobre el que luego se levantaron las llamadas “ Casas de Cortés” – y siglos más tarde el edificio del Monte de Piedad.

Les era prácticamente imposible avanzar. Bernal Díaz del Castillo recordó que todo estaba “lleno de gente que no cabían”. Los habitantes de la ciudad los miraban desde las azoteas, desde “todas las torres y cúes”, y desde las canoas que bullían en los canales. Probablemente se escuchaban tambores y chirimías. Probablemente flotaran en el ambiente nubes de incienso y copal.

El azoro era doble. Los mexicas, cuenta Bernal, “nunca habían visto caballos ni hombres como nosotros”. Avanzaban también entre la tropa los temibles mastines de ojos amarillos, orejas cortadas y dientes temibles en forma de cuchillo, según los describió Bernardino de Sahagún . Los españoles caminaban maravillados, contemplando los extraños palacios, los templos humeantes pintados de rojo, de blanco y de azul, en cuya cima habitaban los dioses --que los europeos vieron como “cosas malas que llaman diablos”.

Estaban atravesando una ciudad sacada de un sueño, “grande como Sevilla y Córdoba, con calles anchas y muy derechas, la mitad de tierra y la mitad de agua”: calles que se extendían en línea recta hacia los cuatro puntos cardinales.

Atravesaban una ciudad altiva, orgullosa, inexpugnable. “¿Quién podrá sitiar México-Tenochtitlan? / ¿Quién podría conmover los cimientos del cielo…?”, se había preguntado el poeta.

“Entre nosotros hubo soldados que habían estado en muchas partes del mundo, y en Constantinopla, y en toda Italia y Roma, y dijeron que plaza tan bien compasada y con tanto concierto y tamaña y llena de tanta gente no la habían visto”, recordó Bernal treinta años más tarde, cuando de todo aquello no quedaba “cosa”.

El palacio de Axayácatl era una ciudad dentro de la ciudad. Cervantes de Salazar relata que un día un español se perdió entre la multitud de cuartos y de patios, y que alguien tuvo que ir a rescatarlo. Francisco de Aguilar relata que las habitaciones “eran muy grandes y muy de ver”. Adentro había “muchos aposentos” con camas, colchones, almohadas, esteras, “admirables” y “muy buenas”, y con “asientos de palo muy de ver”.

Como había hecho a lo largo de su recorrido desde la costa, Cortés hizo que sus hombres dispararan los cañones y los arcabuces. El aire se contaminó por primera vez con el olor de la pólvora. Los habitantes de la ciudad debieron escuchar aquello con verdadero espanto: era un anuncio del torbellino que no tardaría en llegar.

El mismo Moctezuma condujo a Cortés, a la Malinche , a Alvarado y a los otros capitanes hasta un salón inmenso. Les pidió que comieran y descansaran y prometió regresar al caer la noche.

Les llevaron toda clase de viandas –tortillas, pescados, guajolotes, hierbas y verduras cosechadas en las chinampas--, y un cronista –Oviedo-- asegura que se les entregaron también “mujeres de servicio como de cama”. Para Francisco de Aguilar, t odo era magnífico, “como de un gran príncipe y señor”.

“Señor nuestro, te has fatigado, te has dado cansancio; ya a la tierra tú has llegado. Has arribado a tu ciudad: México”, le dijo Moctezuma a Cortés aquella noche, como sumergido en lo que Octavio Paz l lamó “un vértigo sagrado”.

Relata Andrés de Tapia que en uno de los muros de aquel palacio los españoles no tardarían en descubrir una puerta recién tapiada. Cortés ordenó que le practicaran un boquete: adentro estaba el tesoro que Moctezuma había heredado de Axayácatl: “todo lo que debajo del cielo hay”, según escribió más tarde el conquistador.

Era el 1-Viento y “esa noche todos se metieron en sus casas como si hubieran visto algo espantoso. Dominaba en todos el terror, como si todo el mundo estuviera descorazonado… era grande el espanto, el pavor se tendía sobre todos… se les iba el sueño, por el temor”.

Se acaban de cumplir 500 años.

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