La última vez que la vieron les dijo que tenía miedo, que lo que más deseaba era volver a ver a sus hijos.

Eva Margarita llegó al hospital regional del ISSSTE “Ignacio Zaragoza” por una insuficiencia renal . Luego de los estudios correspondientes, fue intervenida para que le colocaran un catéter.

Ahí se contagió de coronavirus y fue trasladada al Área Covid .

Le dijo a su hermano José Antonio que tenía miedo. Que había visto cómo se llevaban los cadáveres de siete pacientes dentro de bolsas de plástico.

Su estado era grave, a consecuencia de la insuficiencia renal. Se tomó la decisión de intubarla.

Era septiembre de 2021 y para la familia de José Antonio se estaba cumpliendo un año de pesadilla. En octubre de 2020 su suegro perdió de pronto el apetito. El mismo día en que recibió el resultado de su prueba, “Positivo”, su oxigenación bajó a 69.

En el INER le informaron que era preciso hospitalizarlo. Pero que ahí no había camas.

Comenzó la peregrinación que han tenido que enfrentar decenas de miles de familias. Circular en auto de un hospital a otro, buscando un respirador, una cama, de esas que el gobierno afirmaba disponer.

Mientras su suegro empeoraba, ellos atravesaron la ciudad y vieron las aglomeraciones frente a los hospitales, en donde la gente lloraba, gritaba, se abrazaba, esperaba conectada a un tanque de oxígeno.

Dejaron a su suegro en el Hospital de la Raza. Él entró con miedo. No volvieron a verlo. Les entregaron solo una bolsa con su ropa, su celular, sus zapatos. La esposa de José Antonio subió un tuit que partía el alma. Le pedía perdón a su padre por no tener 500 mil pesos para internarlo en un hospital privado.

Siguieron días de espera, rodeados de gente que estaba viviendo la misma tragedia, una tragedia que José Antonio ya conocía porque poco antes, al comenzar el pico de la epidemia , había perdido a consecuencia del coronavirus al hermano de su madre.

Les informaron al fin que su suegro había muerto.

No sabían que volverían a vivir el mismo vía crucis una vez más, cuando se contagiara y muriera la hermana de su padre.

No era cierto que la pandemia se hubiera domado, no era cierto que no faltaran camas y respiradores. Lo único cierto eran los muertos y las familias rotas, como la suya.

Eva Margarita, la hermana de José Antonio, trabajaba en la Secretaría de Salud .

“Le habían quitado el seguro de gastos médicos mayores, que ella misma pagaba, puesto que se lo descontaban: nadie le regalaba nada. Tenía que pagar, además, una estancia en donde dejar a sus dos niños”, relata su hermano.

“Cuando enfermó de insuficiencia renal –agrega–, se tuvo que ir a un hospital del ISSSTE. Le hicieron estudios, la intervinieron, le pusieron el catéter. Lo siguiente que pasó, es que ahí se contagió”.

Regresó la pesadilla de la espera.

Eva Margarita permaneció dos semanas en el Área Covid.

La regresaron finalmente a terapia intensiva. No mejoró.

Prosigue José Antonio:

“Tuvieron que intubarla, ya no la vimos consciente, y la mató una bacteria. Ella le había dicho a mi mamá que si algo pasaba se quedara con sus hijos. Ahora están con ella… Otra vez nos tocó sufrirlo todo. Descuido, mala praxis, indolencia. En esos días vimos llegar al hospital familias enteras que se habían contagiado en fiestas y reuniones. Mi hermana, en cambio, se cuidó siempre, por sus hijos. Y le tocó infectarse ahí. Era una muerte que se pudo haber evitado”.

Sí. La de Eva Margarita fue una muerte que se pudo haber evitado, y al mismo tiempo es una muerte en la que todo se dio para que ocurriera.

Cuando a fines de 2020 murió el suegro de José Antonio, se hablaba de cien mil vidas perdidas. Hoy hay 650 mil historias como la suya, y como la de Eva Margarita.

El presidente acababa de decir que el manejo del Covid-19 que ha hecho su gobierno “es para reconocimiento mundial”.

Ojalá así sea. Ojalá un día el mundo sepa lo que aquí ocurrió.