De todas las naciones que han formado parte del imperio ruso-soviético, la que ha enfrentado con mayor violencia los embates del nacionalismo y del expansionismo ruso ha sido Ucrania porque, históricamente, su identidad se confunde con la rusa por haber mantenido una vinculación que Moscú considera como parte indisoluble de su esencia, como partícipe de sus valores nacionales y religiosos, como encarnación del origen de la gran nación rusa, como crisol de su cultura y civilización.

Por esa razón la independencia de Ucrania, a raíz de la disolución de la Unión Soviética, que Vladimir Putin considera “una catástrofe”, ha suscitado, desde 2014, una violenta reacción. La anexión de Crimea, el apoyo militar a los sectores separatistas de las fronteras orientales de Ucrania y la invasión armada de su territorio constituyen una expresión más de los designios de Moscú contra la soberanía de su vecino. El gobierno del presidente Putin pretende justificar su agresividad bajo el argumento de que se han violado los derechos de las minorías rusas del este del país, cuya defensa considera inextricable, una consideración por demás insostenible que se esgrime para ocultar las motivaciones hegemónicas del Kremlin. Y es que de todas las naciones que formaron parte del gran imperio ruso-soviético, Ucrania es, por muchas razones, la más importante. En primer lugar, destaca el elemento étnico-cultural que ha vinculado a Rusia y Ucrania desde el pasado más remoto, cuna de la civilización eslavo-ortodoxa de la que Rusia heredó sus principales instituciones culturales, religiosas y políticas. En segundo lugar, la estratégica posición de Ucrania, que podría considerarse como el factor determinante para que los rusos moscovitas hayan tratado, a lo largo de su historia, mantener a la región bajo su señorío, ya como objeto de disputa con los imperios austrohúngaro y otomano, ya como depósito riquísimo de los recursos naturales indispensables para la expansión económica de Rusia. Por esto, desde la disolución de la URSS, Ucrania se ha convertido en una de las preocupaciones torales de una Rusia reducida a su expresión más estrecha, incapaz de concebir, en términos históricos, la secesión ucrania. Pero es importante destacar que este problema no surge únicamente del interés geoeconómico que representa la Ucrania independiente, sino de una consideración de orden psicológico e idiosincrático profundamente arraigado en la mentalidad de los rusos étnicos: la firme convicción de que Rusia constituye todo el espacio geográfico poblado por rusos. Tal vez por ello Ucrania recibiría de Rusia, sobre todo durante el periodo soviético, una atención desmesurada en cuanto a los recursos destinados al desarrollo de su infraestructura y recursos humanos, bajo la percepción errónea de que el sistema soviético subsistiría por encima de los graves problemas que lo aquejaban o simplemente por lo que representa económicamente para el país.

Para tener una idea clara de lo que Ucrania significa para Rusia en términos estratégicos, económicos y de seguridad, basta con echar una ojeada a los datos estadísticos de Ucrania y analizar los desarrollos políticos, sociológicos y económicos de esa nación.

En el ámbito de las relaciones internacionales la importancia real de Ucrania reside en su ubicación y su relación con Rusia, ese imperio encajado en dos continentes. En efecto quienes ambicionan que Rusia renazca como gran potencia euroasiática, necesitan a Ucrania como el puente que representa hacia el resto de Europa. Sin Ucrania, Rusia sería un remedo del imperio bizantino en sus postrimerías, despojado de sus más valiosas posesiones en occidente y condenado a sucumbir a las fuerzas dinámicas del oriente.

Las aspiraciones de la nación ucrania a la independencia se ven de nueva cuenta amenazadas por una guerra cuyas consecuencias son aún impredecibles.

Embajador retirado.

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