La semana pasada, mientras convalecía el Supremo , todo mundo se puso a leer a Stefan Zweig en México. Rara cosa, un escritor en la arena pública , y más uno rico, blanco, patriarcal, heterosexual, europeizante y colonizador, aunque perdonado porque para exiliarse de los nazis escogió Brasil , donde —dice— era “atendido por una chica negra descalza” mientras extrañaba a Viena hasta que se atascó un certero Veronal.

Curioso que soy, procuré entender a qué se debería esta fuga de la naftalina de un escritor que, en la década de los 50, decoraba el librerito de las clases medias, siempre entre la Biblia y el Quijote , con su obra Momentos estelares de la humanidad, un best-seller edificante y mediocre.

Y ese es justo el libro reciclado ahora por Principales del Palacio o por sus voceros que, de pronto, alababan los “Momentos estelares” o protagonizaban otro en las redes, musitando con tono franciscano la urgencia de reforzar los valores morales con esa lectura.

Y es que resulta que el primer capítulo, el dedicado a Cicerón , es preferido del Supremo y, por tanto, de su corte de sicofantes solícitos. Un periodista sagaz lo reportó leyendo emocionado las ideas de Cicerón pasadas por Zweig: “la justicia y la ley deben ser los férreos pilares del Estado”. ¡Linda idea! “Los realmente honrados, no los demagogos, son los que tienen que alcanzar el poder y con ello la justicia dentro del Estado.” ¡Perfecto! “Nadie tiene el derecho a tratar de imponer al pueblo su voluntad y con ello su capricho.” ¡Nadie, absolutamente NADIE!

Y subrayando: “La verdadera armonía en una república sólo puede producirse si el individuo, en lugar de tratar de sacar provecho personal de su puesto público, antepone a los privados los intereses de la comunidad. Sólo si la riqueza no se despilfarra en el lujo y la disipación, sino que se administra y se transforma en cultura espiritual, artística; sólo si la aristocracia renuncia a su orgullo, y la plebe, en lugar de dejarse sobornar por los demagogos y vender el Estado a un partido, exige sus derechos naturales, sólo entonces puede restablecerse la república”. Pues sí…

Releí ese “momento estelar” y es obvio que hay coincidencias. Como el Cicerón de Zweig, nuestro Supremo aspira a ser el “pater patriae” y “el defensor de la justicia”; como él, quiere ser “un guía humanista” y educar a “la plebe”, y como él, aspira a implementar “una Constitución Moral para el Estado” que lo dignifique de una vez y para siempre.

Y todo iba bien hasta el clásico enfriador, pues llegó el idiota de Julio César y sedujo a “la plebe” y adiós república, y Cicerón se fue a su rancho en Chingadium, decepcionado del pueblo y su adicción al pan y al circo. Y luego Bruto y Marco Antonio asesinan a Julio César y Cicerón vuelve a Roma y les dice hypocritae y corrupti y fifitensis y machuchondum, et caeteram, hasta que Marco Antonio lo manda matar y pone su cabeza en la plaza donde (dice Zweig) dijo el mejor discurso de su vida, con la boca y los ojos cerrados…

Es obvio que al Supremo, como a Zweig, lo atrae la imagen del digno padre de la patria perseguido y resistente como Cicerón o Erasmo o, entre nosotros, Juárez. El héroe sacrificial, incomprendido pero amado que, como resume Zweig, mantiene él solito en alto la idea de la República en su calidad de “primer humanista”, cuidándola de “la anarquía, la corrupción y la amenaza de la dictadura” y poniéndole límites a los militares mientras le enseña humanismo a “la plebe”...

@GmoSheridan