Hay algo de ominoso en la cada vez más reiterada proclama de que nunca como ahora hay tanta libertad de expresión en México. El Supremo y sus adláteres lo dicen ritualmente, con un tesón que es inevitable percibir como advertencia: es tan frágil que puede perderse. Cada vez que “garantizan” la libertad de expresión insinúan que pueden desgarantizarla. Personificarla en el Supremo Dedo llama a ser prudentes, pues es un Dedo veleidoso.

Los poderosos se empeñan en presentar a la libertad de expresión como un regalo de su tolerancia y no como un derecho que nos tomó décadas conseguir a quienes la ejercimos —en mi generación, sobre todo a partir de 1968— hasta lograr su inevitabilidad y confirmar su necesidad. No. Ustedes no nos conceden esa libertad: nosotros la conquistamos con trabajo, paciencia y sufrimiento. Es nuestra. No, no les debemos ningún agradecimiento. Punto.

Pero al gobierno le encanta presentarse como el posesionario de logros que no son suyos, por más que tengan su usufructo. Presumirse como el gobierno de la libertad de expresión es tan irreal como presumir al Conacyt como logro “de la 4T” o al guadalupanismo como expresión de “su” fuerza popular. No. Son logros de cuenta larga (dirían los mayas): son un esfuerzo colectivo que se convierte en el sombrero ajeno con que saludan los amos sexenales sólo si se le expropia. No.

Cuando El Supremo tuitea que “Tan existe como nunca la libertad de expresión en México que se respeta sin censura de ninguna índole a quienes han orquestado una campaña en contra nuestra, parecida a la que emprendió la prensa porfirista y huertista en oposición a Madero”, no sólo asocia la libertad de expresión con el golpismo y a sí mismo con el prócer, sino que, más que la obligación de protegerla, se jacta de tener el poder para hacerlo o no.

El México de 2022 no puede ya no respetar esa libertad: las redes son la nueva versión del ágora democrática y no hay cárceles suficientes como en Cuba, Nicaragua o Venezuela, países gobernados por tres Victorianohuertas. No obstante, amagar a diario periodistas y hasta violar la Constitución al hacer públicos sus datos personales es, en los hechos, una censura a las “libertades plenas” que ofreció respetar en su campaña.

La libertad de expresión es, esencialmente, el derecho a disentir de los poderosos. Lo razonó Carlos Monsiváis en su prólogo a Ustedes les consta. Antología de la crónica en México (Ed. ERA, 1980): “La crítica a la institución presidencial, es precisamente lo que vertebra y da solidez a la libertad de expresión”.

Resume ahí Monsiváis los argumentos de Ávila Camacho para someter la libertad de expresión a sus intereses: “personalizar los ataques. Critican mi gobierno, luego me ofenden a mí”. “La prensa es instrumento de presión y chantaje de los grupos de poder económico”, “la derecha se allega la propiedad de los medios”, etcétera. Lo mismo que hoy. La única diferencia es que el breve y poderoso “boletín de prensa” de entonces hoy es la mañanera de dos horas.

Celebra en cambio Monsiváis la actitud de Lázaro Cárdenas ante la libertad de expresión de sus críticos (la revista Hoy; el diario Excélsior ): “No se inmuta, pues su vigorosa base social le permite asimilar, incluso requerir, estos ataques”. El narcisismo del actual Supremo, claro, le impide esa elemental sensatez...

Harían bien El Supremo y sus sicofantes en leer ese escrito. A fin de cuentas consideran suyo a Monsiváis, si bien nunca por sus críticas a la dictadura cubana y a su brutal manera de impedir la libertad de expresión. para recibir directo en tu correo nuestras newsletters sobre noticias del día, opinión, planes para el fin de semana, Qatar 2022 y muchas opciones más.

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