Acallar o agredir publicaciones incómodas desde el poder es un viejo deporte nacional: un presidente se enoja con una revista o periódico y urde una trama para fastidiarla.

Esa trama es laboriosa, pues hay que disfrazar el rencor con vestiditos administrativos y presentar el asunto como un harakiri: es culpa de los mismos agredidos. Como si el poderoso no tuviese nada que ver; como si el golpe dependiera de una instancia insignificante en comparación con el poderío descomunal del Supremo en turno.

Recuerdo dos casos particulares: el de la revista Examen. Revista mexicana de literatura, que dirigió Jorge Cuesta en 1932, y el del diario Excélsior, que dirigió Julio Scherer de 1968 a 1976, a cuya empresa se agregó la revista Plural que dirigió Octavio Paz de 1971 hasta el mismo año fatídico.

En el caso de Examen, revista de mínimo tiraje y distribución, el ofendido fue Narciso Bassols, secretario de Educación Pública sujeto al “Jefe Máximo” Plutarco Elías Calles. Al marxista aficionado Bassols le molestó que Examen publicase “Psicoanálisis del mexicano”, un ensayo en el que Samuel Ramos argumentó que la Patria Psique sufría un “complejo de inferioridad”. Y para demostrar que no había tal complejo de inferioridad, Bassols dispuso que la revista pagara muy caro su insolencia, desde su superioridad.

La excusa fue bastante retorcida: como un revolucionario mexicano no podía censurar ideas sólo porque se habían inflamado las cananas, hubo que buscar una falta administrativa: acusar a Examen de “ultrajes a la moral pública” por haber publicado un relato en el que uno de los personajes decía cosas como “la chingada”.

Cuesta y sus amigos (Ramos, Gorostiza, Salazar Mallén, Villaurrutia) fueron declarados formalmente “reos”, tachados de enemigos de la revolución e impedidos de trabajar en el go bierno. Un libro mío, Malas palabras. Jorge Cuesta y la revista Examen (Siglo XXI Editores, 2011) documenta y estudia el asunto.

El otro caso es obviamente el del diario Excélsior que Julio Scherer García dirigió de 1968 a 1976. El Supremo en turno, Luis Echeverría, también revolucionario aficionado, no soportaba las críticas, en especial las de Daniel Cosío Villegas.

Como se ha narrado tantas veces, en crónicas, ensayos y hasta novelas (Los periodistas de Vicente Leñero), el gobierno orquestó con los líderes de la cooperativa del diario un conflicto administrativo que terminó en la expulsión de Scherer García y sus colaboradores.

Paz, cuya revista Plural estaba asociada al Excélsior, escribió un artículo, “La libertad como ficción”, prohibido en México, pero no en el resto del mundo, denunciando el atraco. Se solidarizó con el diario, dijo, porque “defiendo su derecho a sostener ideas distintas a las mías. Defiendo nuestro derecho a disentir del poder de los poderosos”. El respeto a la libertad de prensa —en opinión de Cosío Villegas— había sido el “punto positivo” de Echeverría hasta que le pegó la soberbia, “el vicio de los poderosos”.

El Supremo actual (pues nada sucede sin que él no lo sepa) se dejó llevar por la misma soberbia contra la revista Nexos, con un ardid administrativo tan nimio como los previos, activado por una secretaria de Estado multimillonaria y aún más soberbia que él.

Al terminar aquel artículo de 1976 escribió Paz: “No asistimos al triunfo de una ideología verde, roja o negra: asistimos al triunfo del color gris, el color del conformismo y la pasividad. ¿Por cuánto tiempo?”

Ya vamos en 2020, y lo que falta…

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