Grupos de mujeres decidieron cerrar hace meses algunas escuelas de la UNAM, incluyendo a la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL), sin ya siquiera la tradicional y protocolaria asamblea: se cerró y punto. Los miles de perjudicados nada pueden contra ese activismo, pues la opción democrática está excluida y cualquier disenso se cataloga ipso facto como represión y machismo.

Tienen la ventaja de que es prácticamente imposible no estar de acuerdo con sus demandas generales: sí, las universitarias tienen el derecho a sentirse respetadas, seguras, libres de acoso sexual y de los muchos agravios que la disparidad y la violencia de género les asestan en un país de machos instintivamente abusivos, de machos cuyo intrínseco terror a las mujeres se expresa en una cultura hecha de efluvios de testosterona tricolor.

Y claro, se trata de los derechos y aspiraciones legítimas a las que aspiran las mujeres (y muchos hombres), y no sólo en las universidades que, una vez más, se convierten en una supletoria entidad mágica, en el laboratorio ficticio que sustituye a la realidad: el activismo sociopolítico suele convencerse de que si algo se modifica en el microcosmos académico, la realidad se modificará de pasada.

La fantasía de convertir a las universidades en países imaginarios y repúblicas justicieras, que tantas generaciones de activistas han emprendido —ensayándose para debutar luego en la realpolitik—, no es nueva. Desde 1968, “tomar” escuelas o universidades es redituable, entretenido y fácil. Es una febril gestalt contra la abulia del estudio riguroso; acelera sensaciones vitalistas, rinde culto al dios “Acción”, genera un agradable simulacro del poder; satisface impulsos tribales básicos, crea familias supletorias que surten solidaridad empática; perfila enemigos y adversarios a los que asesta el rigor de legislaciones y tribunales sumarios. Es decir: todo lo que no existe en la realidad exterior a la escuela.

Porque un pendón colgado en la fachada de la FFyL puede exigir “Aborto legal, seguro y gratuito ¡ya!”; lo que no puede es creer, quien lo cuelga, que la UNAM está en condiciones de cumplir esa exigencia que le compete a la necia realidad.

Durante décadas, ese voluntarismo cumplía el ritual de vestirse con cierta intencionalidad académica (que no se empeñaba demasiado en disimular su plusvalía política). Ahora es otro el talante: se trata de privatizar bienes inmuebles y expropiar durante meses las vidas de miles de universitarios (que legítimamente pueden estar en contra de las “tomas”), hasta que la realidad real se someta a la realidad superior de la voluntad grupal.

Cerrar escuelas porque la realidad es injusta atenta contra la naturaleza misma de la universidad, contra la inversión en tiempo y gasto que miles de personas realizan para acudir a generar y compartir conocimiento. Y las activistas someten a sus compañeros a lo mismo que lamentan se les somete a ellas: la imposición abusiva de un autoritarismo. Y cerrar una universidad es un acto esencialmente autoritario, sobre todo en un país como el nuestro, tan urgido de sensatez y de inteligencia. Ya no queda una sola “causa justa” que justifique cancelar la libertad de cátedra.

Es flaco el servicio que las Mujeres Organizadas le hacen también a su propia causa. La lucha feminista por los derechos de las mujeres es relevante, necesaria y urgente, pero convertirla en una pantomima intramuros la degrada y la polariza, motivando reacciones que desandan camino y retrasan el mutuo aprendizaje racional que aporta una universidad.

La UNAM ha hecho todo lo que puede. En los últimos tres años se registraron 950 denuncias por “violencia de género” que la UNAM tramitó y que arrojó unos 200 despidos y expulsiones. En una comunidad de casi medio millón de mexicanos es una cifra ejemplar (claro: en las repúblicas de los ángeles no hay un solo caso.)

También es imposible obviar que esto sucede cuando el gobierno da señales de buscar mayor incidencia en el escenario de las universidades, sobre todo las autónomas. No son casuales ni escasos algunos titulares recientes de la prensa transformativa que repiten consignas de las activistas en el sentido de que la UNAM “criminaliza” a los estudiantes.

Por lo pronto, las activistas Mujeres Organizadas y las autoridades universitarias han acordado reunirse el día 15 en la FFyL. ¿Hablará el espíritu? La raza es, por lo pronto, femenina…

Google News

TEMAS RELACIONADOS