¿Quién perdió con el sainete que se armó alrededor de la investigación sobre las numerosas propiedades que posee la intensa pareja formada por la secretaria de la Función Pública, Irma Eréndira Sandoval, y su esposo Ackerman, secretario de Adulación Pública?

No los vendedores de bienes raíces. Tampoco esa pareja secretarial que convirtió la denuncia en una cargada en favor de las aspiraciones presidenciales de ella, dama poderosa por ser la única en el gabinete con el poder para destruir a los demás del gabinete (y a cualquier otro ciudadano).

No. El perdedor fue el Líder López Obrador, cuyas obsesivas proclamas en favor de la austeridad y la pobreza y en contra del individualismo capitalista que tuerce las almas humanas infectándolas con el horrible virus de la “acumulación de bienes y extravagancias”, quedaron como una ingenuidad o como una hipocresía. Si no puede conseguir siquiera que sus allegados principales obedezcan sus sermones, ¿cómo va a hacerlo con la Patria entera?

Coincidió el sainete con declaranet, ese registro de las declaraciones patrimoniales (que no es hazaña de la Función Pública sino logro de la sociedad civil). La del Líder Supremo era predecible: no tiene ni casa ni coche ni cuentas ni na. Lo normal en quien lleva como divisa que “nadie tiene derecho a lo superfluo mientras alguien carezca de lo necesario”, en alguien cuyo único lujo es la modestia que a diario presume como un Rólex intangible.

Otros gabinetarios, en cambio, reivindicaron el derecho a lo superfluo. Si AMLO se ostenta como un humilde Jesús de lo necesario, sus apóstoles se revuelcan en los excesos de lo superfluo; si el Pastor proclama que poseer un solo par de zapatos es lo moralmente correcto, sus apóstoles acumulan inmorales bienes raíces, inversiones, joyas superfluas pero necesarias.

A los multimillonarios del súper lujo que “cayeron en la tentación” (como dice su Líder), como el evidente señor Bartlett (cuya declaración anual de este ciclo es aún más ridícula que la previa), se agregan ahora los protagonistas del sainete, desenmascarados no sólo como nepotistas, sino como consumistas enceguecidos por “el lujo barato” que lleva a “caer en la tentación” (como dice su Líder bis)

“¿Qué ejemplo dan? ¿Dónde está la austeridad republicana?”, clamará El Supremo en el desierto del Zócalo…

Si en su primera declaración patrimonial la secretaria Sandoval declaró haber vendido cinco propiedades superfluas, y luego corrigió y dijo haberlas comprado necesarias (siempre en efectivo), y que valían unos 10 millones, en ésta última las propiedades desaparecieron por superfluas salvo una que será la necesaria. Declaró tener 66 mil pesos en joyas (necesarias) y varias cuentas superfluas en bancos necesarios (o al revés), incluyendo unas en dólares superfluos y otras en euros necesarios, sin fijar los montos.

Esto viniendo de una funcionaria en cuyos escritos y discursos y proclamas, lo mismo que en los de su marido, se argumentaba tenazmente la relevancia de la “transparencia” y se exigía que en las declaraciones anuales no se escondiera el patrimonio tras cónyugues superfluos o concubinas necesarias ni tampoco tras el camuflaje de las “donaciones”.

Le hacían eco al Líder Supremo en cuyos “50 Puntos del Plan Anticorrupción” (2018) estaba claramente asentado que las declaraciones patrimoniales de los funcionarios y “sus familiares cercanos será pública y transparente”. El Plan que decía que se iba a considerar “delito grave el tráfico de influencias” y que “No podrá contratarse a familiares”. Y El Investido rubricó ese plan advirtiendo que quien no lo cumpliera “se va” y punto.

Los Sandoval Ackerman no sólo no se fueron sino que, cambiando sus principios, le agregaron a su opacidad una encantadora hipocresía. Y dejaron a su Líder como un tonto superfluo, un iluso necesario que sermonea escrituras cada mañana mientras ellos registran sus propias escrituras, cada tarde, ante su notario.

Así es la vida. El Supremo perora contra el materialismo y su pareja preferida practica el materialismo histérico (mientras logran imponer el histórico). ¿Qué se le va a hacer? Los Ackerman Sandoval ya responderán lo que el clásico: lo bueno de la lucha de clases es que la vamos ganando…

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