Miguel Ángel Jáuregui, diputado fundador del Morena, propuso modificar la Ley Orgánica de la UNAM para hacer de ella una universidad-pueblo. Del alto vuelo de su cacumen emanó una iniciativa para que elegir al rector se haga por medio del voto “libre y secreto” de todos los académicos, los alumnos y los trabajadores.

El rector Enrique Graue respondió con aplomo que esa iniciativa se suma a “una escalada contra la autonomía de nuestras casas de estudio” (así en plural). Ante la descalificación general, el Morena ordenó entonces a Jáuregui acabar con su propia autonomía y enterrar su iniciativa.

Más allá de que el diputado y su Morena no parecen entender ni qué es ni cómo funciona el Consejo Universitario, intriga que la “iniciativa” ocurriese en un momento en el que la UNAM se encuentra bajo asedio de las nunca suficientemente oscuras fuerzas oscuras (cualquier fuerza que cierra un aula es oscurantista).

Continúan una vieja tradición alevosa: desde hace décadas, líderes estudiantiles ultras, líderes del STUNAM y partidos de “izquierda” lanzan la cansina proclama: la UNAM es autoritaria (porque tiene exámenes de ingreso) y antidemocrática (porque no se elige al rector por voto directo).

Es un embate cíclico. El previo fue en 2015, cuando John Ackerman, hoy Secretario de Adulación Pública, fundó al grupo “Democracia UNAM” que, con estudiantes y trabajadores, bajo la consigna “La batalla por la UNAM”, se movilizó “para exigir un proceso transparente y democrático en la selección del nuevo rector”.

No democratizar a la UNAM, advirtió el hoy popular animador de TV, traería como consecuencia que Peña Nieto acabase “con la autonomía y la independencia de la UNAM” poniendo un candidato al que Ackerman acusó de ser “el principal arquitecto del vergonzoso y criminal entreguismo del actual gobierno a los intereses de Washington en materia de migración.”

Atiza.

Como la Junta de Gobierno de la UNAM y al Dr. Graue y demás rectorables ignoraron sus demandas, Ackerman llamó a los universitarios a “impulsar la democratización de la UNAM, de sus órganos de gobierno y sus procesos decisorios”; llamó a aceptar a los “rechazados” (algo que mucho desvela a su amo, el Investido López Obrador); ordenó aumentar los salarios de los sindicalizados y clamó la urgencia de “investigar las denuncias de violencia sexual a la comunidad femenina de la UNAM” y la “misoginia de Estado”.

¡Pasmosa visión de futuro que en 2015 pronosticaba lo que paraliza a varias escuelas de la UNAM en 2020!

Democratizar a la UNAM, continuaba, impediría que se convirtiera en una universidad de segunda, como Yale o Harvard, que a diferencia de la UNAM carecen de “visión latinoamericanista y de excelencia académica”. Y anunciaba que detener los embates del Presidente para apoderarse de las instituciones públicas no se lograría sin la previa “transformación de raíz en la forma autoritaria y opaca en que hoy se toman las decisiones institucionales en la UNAM”.

¿Cómo lograrlo? Fácil: “Tanto el rector como los integrantes de la Junta de Gobierno deberían ser elegidos por medio de una votación universal, directa y secreta”. Es decir, lo mismo que exige hoy el Morena. Como no ocurrió así, Ackerman y sus camaradas descalificaron la elección del Dr. Graue (“el candidato de la oportunidad”) y exigieron que esa elección de 2015 fuese la última de talante oscurantista y medieval.

Y luego, el día de muertos, organizó frente a la rectoría una “Ofrenda a la Autonomía Universitaria”, con bastante cempasúchil, junto a Irma Eréndira Sandoval, hoy secretaria de la Función Pública. Y luego en un “Foro deliberativo” en la UNAM, después de rendir honores a la CNTE, convocó a la UNAM a declararse “en rebeldía”.

Luego ya cambió. En 2018 proclamó al Dr. Graue como paladín de “la revitalización democrática”. Y se creó un nuevo centro de estudios académicos, que Ackerman dirige, con un buen sueldo, así como un vivaracho show de TV, que él anima.

Lo bueno es que todo lo que ahora depende del poder del Dr. Ackerman está seguramente decidido, colegiado y programado con métodos estrictamente democráticos. Y seguramente sus invitados de lujo, que acostumbran celebrar al régimen, fueron elegidos por votación universal y secreta.

Goya.

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