Son muchas las instituciones académicas, nacionales y extranjeras —comenzando por la UNAM— que han manifestado en declaraciones públicas su reproche a la desmesura “inconcebible” que hay en la denuncia del fiscal Alejandro Gertz contra los 31 científicos del Conacyt a quienes acusó de peculado, lavado de dinero y delincuencia organizada. Una desproporción no sólo en sí misma (los dizque criminales estuvieron sujetos a escrupulosas auditorías y sistemas de vigilancia), sino en tanto que proviene de un gobierno que ha permitido evadir la justicia a delincuentes de verdad.

Muchos comentaristas han concluido que la fiereza desopilante de tales acusaciones puede adjudicarse a un ánimo de venganza en contra del Sistema Nacional de Investigadores del Conacyt (SNI) que durante 10 años, por medio de sus estrictas comisiones evaluadoras, le negó el ingreso al académico Gertz por falta de méritos y faltas éticas (como plagiar). Ya transformado en fiscal, Gertz mereció una “comisión especial” que encontró notable su obra; una comisión fuera de todo reglamento creada por Elena Álvarez-Buylla, quien rubricó la cosa declarando oficialmente “notable” el trabajo académico de Gertz, descalificando así el sentido mismo de las comisiones evaluadoras y, en consecuencia, degradando la excelencia académica a un trueque de interés político.

La desproporción de la denuncia de Gertz se habrá sentido fortalecida también por la propia tendencia de Álvarez-Buylla a descalificar al gremio que preside, y a su propensión a acusar y acosar científicos rivales, si bien se nutre, sobre todo, en la animadversión del presidente contra esa forma extrema de la clase media que son los científicos y humanistas, en cuya naturaleza dudar y cuestionar no es optativo. Por eso tiene relevancia acudir ante la Junta de Honor del SNI y presentar formalmente la acusación de plagios académicos cometidos por el académico Gertz, detectados desde 2015 por una comisión evaluadora y probados en 2021 en las páginas de EL UNIVERSAL. No se trata sólo de acatar el llamado del gobierno a luchar contra la corrupción, y el del Conacyt a denunciar las “faltas de ética”, sino de certificar que aún hay “honor” en el SNI, que su integridad no depende del apetito de un poderoso ni del interés político de una funcionaria.

Digo “plagios” porque al que cometió Gertz en perjuicio de Salvador Ortiz Vidales y Malcolm McLean, de cuyas obras tomó páginas enteras para “su” libro Guillermo Prieto (biografía), se suma ahora el plagio que hizo Gertz, para su libro Ignacio Allende de un libro de Benito Arteaga, Rasgos biográficos de don Ignacio Allende. Las pruebas, fotografiadas, pueden verse en el reportaje que presentó EL UNIVERSAL el 29 de septiembre: “Otro caso de Gertz en que reproduce textos sin dar crédito” (en línea).

Suponemos que la Junta de Honor del SNI, formada en su mayoría por académicos, constatará la evidencia de esos plagios pues, epistémicamente, es imposible no hacerlo. Pero… ¿y qué pasará luego?

La única forma de saberlo será llevando a cabo el asunto. Y en eso estamos, en plural porque ya somos varios los miembros del SNI que hemos decidido actuar, conscientes de la relevancia simbólica de esta situación y con aún cierta discreta esperanza en que el SNI puede recuperar su integridad académica.

Desde luego, estamos también conscientes de que, muy a la mexicana, el Reglamento del Conacyt incluye la consabida opción “asuntos no previstos”, tan cómoda. Si René Magritte pintó una pipa y abajo la leyenda “Esto no es una pipa”, ya podría una instancia superior o una “comisión especial” del Conacyt declararse surrealista y decir “esto no es un plagio”.

Ya lo iremos platicando…

Continuará…

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