Ocurrió la semana pasada algo que se veía venir desde que El Supremo anunció hace tres años al gabinete para transformar a México y llenó la ensaladera con las lechugas más contradictorias: expriístas graduados de Tlatelolco, fanáticos del juche norcoreano, abjurantes del PAN, bolivarianos febriles, neoliberales astutos y evangélicos fascistoides.

Resulta que El Único Elitista Autorizado rechazó un proyecto de la Secretaría de Agricultura que permitía el empleo del glifosato, herbicida eficiente pero polémico. Que si es cancerígeno o no, que si es a la agricultura lo que la penicilina a las infecciones, etc. El Primerísimo reconoció que hay debate, pero que como su gobierno es democrático él decidió que “está prohibido” y punto. (Como Álvarez-Buylla cuando declaró que ella había ganado el debate sobre biotecnología y le echaría la SFP a quien lo dudara.) Acto seguido, El Infalible le ordenó al Conacyt que sustituya al glifosato y reinvente así la agricultura mundial, cosa que hará nomás que termine de fabricar los ventiladores anti-Covid.

El edicto sacudió a la ensaladera: además del Conacyt, las secretarías de Salud y del Medio Ambiente (que son los buenos) se enfrentan a la Secretaría de Agricultura y, sobre todo, a Alfonso Romo, jefe de la Oficina de la Presidencia y del Consejo para el Fomento a la Inversión, el Empleo y el Crecimiento Económico (que es el malo). Los buenos sueñan con retornar a un México neolítico que cultiva su maicito mientras la Pachamama y El Elevado entonan himnos bolivarianos a la agricultura “campesina y familiar”. Los malos promueven la agroindustria, el uso de biotecnología, semillas genéticamente modificadas y maquinarias monstruosas para ser ricos y destruir a la humanidad.

¿Quién ganará?

Romo alega que el crecimiento pasa inevitablemente por la iniciativa privada, pues de ella depende el 87% de la inversión total en el desarrollo patrio. Y para invertir se requiere certidumbre, pues según él “la única esperanza para crecer que tiene el país” es el sector privado, ya que “el sector público no tiene recursos suficientes”.

Ahora bien, el problema es que si de cada 100 pesos invertibles, 87 vienen del sector privado y sólo 13 del público, el 100% de las políticas públicas dependen de un solo Gran Señor que además no sabe mucho de economía y está rodeado de buenos revolucionarios a quienes la palabra inversión les huele a azufre.

Una parte de ese 87% viene de los agronegocios (como los que creó Romo en Yucatán) que multiplican enormemente el rendimiento por hectárea, lo que es bueno para todos. Sí, dicen los que son más buenos, pero a cambio de usar el agua de los cenotes sagrados y ofender a la Madre Tierra. Y si Romo argumenta los beneficios de las semillas mejoradas, Álvarez-Buylla decreta que eso es “indefendible”, pues ella ya demostró que dan cáncer y someten a México a los grandes intereses agroindustriales. Y si Romo demuestra cómo enriquecer el suelo calcáreo (con una patente mexicana) para que una hectárea pase de producir 700 kilos al año a rendir 11 toneladas, los buenos responden que no, y punto.

¿Qué ocurrirá ahora? Misterio. Por un lado, el Magnífico Ente declara estar agradecido con Romo por su trabajo ante los empresarios para aumentar la inversión, pero a la vez su ala radical lo señala como el extraño enemigo total, la misma discordia que se supone provocó ya la renuncia de Carlos Urzúa a Hacienda y de Víctor Toledo a la Semarnat…

Y todo por un mugre 87%...

@GmoSheridan

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